“El sueño de uno no sólo puede modificar la vida propia, sino la de los demás”.
El joven Abel Pintos, recortado por alguno de los tantos reflectores que bañaron de luz el escenario, esgrimía su consejo de autoayuda con una buena dosis de filosofía zen.
El cantautor, que se enfrentaba a una “jauría” de seguidoras que no cesaban en alabarlo, se derivaba por la tangente con frases del mismo tenor.
El artista que puede combinar la paz interior de un monje tibetano con la fuerza arrolladora de una tromba a la hora de cantar, certificó que su buen pasar profesional no sólo deviene de su pluma o su performance, sino también de un feeling especial con el público. Con entradas agotadas desde hace varios días atrás, Pintos arribaba a nuestra ciudad como parte de la gira de presentación -y despedida- del disco “Sueño dorado” (grabado en vivo, sin público, en la Ciudad Sagrada de Tucumán), que además contó con un repaso de sus álbumes anteriores. El joven tuvo oportunidad de lucir chapa tanto como intérprete superlativo al igual que como el “compositor del momento”, requerido por popes de la música popular (léase Jorge Rojas y Los Nocheros). En el primer rubro regaló una exquisita versión de “Zamba para olvidar” (la primera canción que aprendiera en su infancia, escuchándola de su padre), “Bailando entre tu sombra -Alelí-” (de Víctor Heredia, por la cual bromeó de que podría habérsele ocurrido a él), la revitalización de “Cactus” (de Cerati, interpretada al principio y en el cierre definitivo) y la majestuosa recreación de “El antigal” (de Petrocelli y Toro, donde Abel empieza cantando a boca de jarro y sorteando una compleja arquitectura de tonalidades). En materia de hechura musical, el artista puntualizó las piezas más reclamadas por la audiencia, dando cuenta de su evolución productiva y su acierto en la búsqueda de un estilo personal: canción pop introspectiva con raíz folclórica. “La llave” (al inicio), “No me olvides”, “Tengo” (con pulso urbano, para la cual pidió a la platea ponerse de pie), “Sólo soy una canción” (que interpretó con bajo) y “Aventura” (sólo faltó “Reevolución” en la lista).
Pintos no sólo fue bien “adornado” por el juego de luces e imágenes en amplios lienzos de fondo, sino que contó con una sólida formación liderada por los guitarristas Ariel (su hermano, también compositor) y Marcelo Predacino, quienes no dudaron en acatar la orden de Abel de comenzar de nuevo el antepenúltimo tema cuando se había inmiscuido un sonido grabado. Sin exaltarse, como era esperado, volvió a empezar.

Solidario

Pintos agradeció ante el público el tributo realizado en la víspera en la Medioteca, los 200 kilos de comida que se donaron para el Hogar del Buen Samaritano y la predisposición de la productora local López-Bertorello de donar parte de lo recaudado a la causa de la niña Martina Saúl. Al margen, recordó risueñamente su primera visita al Teatro Verdi en 1999, al señalar que “éramos como 20 arriba del escenario y 12 debajo, aunque muy ruidosos”. De todos modos, hubo una segunda presentación a fines de 2009, cuando cantó la “Misa Criolla” y temas propios junto al Coro de la UTN, ante una sala casi repleta.

Juan Ramón Seia