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Las montañas están ahí, surgiendo desde los fondos para llenar el espacio de relieves y naturaleza. Picos que se elevan con formas disímiles y un horizonte pleno de cientos de peñascos |
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Escribe: "Pepo" Garay
Especial para EL DIARIO
Siempre fue una maravilla. Desde que nació, millones de años atrás. El calificativo, sin embargo, recién se hizo oficial a finales de 2011. Entonces, Halong Bay fue nombrada como una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo. Cuando uno llega a su seno y contempla ese espectáculo de la creación, entiende por qué.
La bahía es un paraíso en la tierra. Espejismo de agua y piedra, de unos 1.500 kilómetros cuadrados de extensión y casi 2.000 islas. Una gigantesca área navegable, donde el mar celeste se mezcla con morros que brotan en la superficie, irradiándolo todo de roca, de pinceladas en verde, de seductoras siluetas. Contemplar la postal es deleitarse y agradecer.
Aquellos encantos residen en el norte de Vietnam, más precisamente en el golfo de Tonkin, unos 150 kilómetros al este de Hanoi. Desde la capital, basta con contratar una de las múltiples excursiones que los locales, entre sus tertulias en sandalias, ofrecen a los turistas.
Fácil y barato (según la temporada, el tour de dos días y una noche se consigue desde 30 dólares), será cuestión de subirse al bus y en menos de tres horas arribar al sueño prometido. De allí al barco, de esos de antaño, sólida y cuidada madera, doble piso, tamaño estándar y atractivo made in Asia. Lejos del lujo, pero lo suficientemente cómodo y decente a los fines de disfrutar la experiencia de manera cabal.
Momento solemne
Arrancan los motores. La gente, derechito a la terraza. No mintieron ni un ápice los vendedores de Hanoi: el momento es solemne.
Las montañas están ahí, surgiendo desde los fondos para llenar el espacio de relieves y naturaleza. Picos que se elevan con formas disímiles y un horizonte pleno de otros cientos de peñascos.
El agua no es impoluta (nada o casi nada lo es en un país con la febril actividad social que tiene Vietnam), pero sí lo sobradamente celeste y apetecible como para caer rendidos. La frase se torna literal y ahí están los afortunados que desde el techo de la embarcación se zambullen en el mar de China.
Después de un buen rato apreciando el cuadro, navegando y nadando, es tiempo de bajar en alguno de los islotes y conocer la roca desde adentro. Son monumentos labrados por la tierra durante miles de milenios y que alcanzaron el perfil definitivo recién en los alrededores del Siglo X. La erosión y el avance del mar, en fin, dejaron su firma. Pistas que se potencian en el adentro, en las cavernas y cuevas. Ayuda la explicación, o al menos lo que el oído capta de ella, que los guías locales ensayan con su mayor esfuerzo. Van armados de un inglés apenas descifrable y una sonrisa tan propia de esta fascinante nación.
De sol a sol
Tras el atardecer, previo paseo en kayak, una cena bien tradicional: variedad de pescados, arroz y verduras al vapor esperan en la sala común.
La sobremesa es en la terraza, de nuevo, para charlar con una veintena de viajeros de todo el mundo y ver las estrellas. La historia se repite en las decenas de navíos que se mecen en la bahía. Hay que ir a los camarotes, mañana será otro día.
Ese día llega y es igual de soleado y bendecido de clima tropical que el anterior.
Desayuno y anuncio del guía: el regreso al puerto es inminente. En el camino se van las últimas imágenes de Halong Bay. Barquitos que bogan, redes y cañas, sombreros cónicos brindando algo de respiro a los pescadores, otro clásico de la iconográfica vietnamita. Saludos de un lado y del otro. Despedida. Maravilla coronada. Maravilloso final.
Ruta alternativa: De paseo por Cruz del Eje
Escribe:
El Peregrino Impertinente
El Departamento Cruz del Eje, en el noroeste de Córdoba, es un canto a lo pintoresco. Una región donde la paisanada vive con la calma de otras épocas, de modales pausados y hacer noble. Son costumbres que combinan con el perfil del terreno. Paisaje inmerso en una siesta de la que no se despierta si no para preguntar qué hora es y sin importar la respuesta, darse la vuelta y seguir durmiendo.
Los referentes de la zona son conocidos. Además de la ciudad de Cruz del Eje, aparecen localidades como Serrezuela, Paso Viejo o Villa de Soto. Villa de Soto… si hasta el sólo nombre le da a uno ganas de desvanecerse sobre un algarrobo. Repita en voz alta: "Soto". Me juego el pellejo que en algún idioma del mundo, "Soto" significa "echarse". O que decir la palabra "Soto" tres veces seguidas te condena al sueño eterno. O incluso al Bailando por un Sueño eterno, lo que ya sería un problema importante.
Pero, como señalaba al principio, esa modorra característica no sólo resulta encantadora, sino también armoniosa con el entorno. Porque todo en el panorama cruzdelejeño remite a cierto letargo, en el sentido más poético de la palabra. Al norte, con la soledad de las Salinas. Al sur, con la nostalgia que inspiran las Sierras Grandes. Al centro, con la aridez melancólica de la planicie. Y adentro, que se va la primera.
Los locales quedan contagiados de aquel talante, desparramando sus huellas en el quehacer diario. El viajero que aterriza en la zona lo distingue en la charla. El lugareño habla "rayadito", como dicen ellos, con acento cantado, sin la menor de las prisas. Uno, escuchándolos, no puede evitar enamorarse de esta región maravillosa. Sin irse, ya quiere volver. Para por fin echarse sobre un algarrobo y dejar que se hagan agua los helados.
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