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La estación de “La Francesa”, origen del barrio |
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Escribe: "Puqui" Charras
“Hace 70 años que vivo en este barrio. ¿Cómo era? Había tantos baldíos delimitados por casas bajas, calles llenas de cascotes o pantanosas cuando llovía... Un desnivel resbaladizo de veredas, a veces llenas de gramilla; cercos de ligustros, patios grandes con árboles frutales, vecinos sentados en las veredas que entraban a sus hogares al anochecer.
Chicos jugando en las esquinas en verano o corriendo a saltitos para entrar en calor cuando apretaba el frío…
¡Campitos! Así llamábamos los niños a esos pequeños bosques espinales que a veces cubrían la manzana entera.
En realidad era un churquerío bravo, aunque permitía crecer a su lado esos yuyos aromáticos tan buscados por nuestras madres para hacernos el té de poleo, carqueja o yerba de sapo. En esos ‘campitos’ jugábamos a ser artistas y armábamos escenarios. A veces prendíamos fogatas celebrando San Juan, San Pedro y San Pablo, avivando así la oscuridad de entonces y disfrutando ese chisperío o humo que se fugaba por encima de los pocos techos que había. Los varones jugaban al fútbol o dejaban escuchar sus voceríos con varios perritos que forman parte de la historia y que también se fueron, despacito, despacito…
Pájaros había montones, a diario descendían como gotas de lluvia manchando los colores de los patios.
Recuerdo a los chingolos, con su traje gris de operario, y a las dulces palomitas de la Virgen.
¡Ah! ¡Y los teros con su clarín de alerta!
Por ahí, se mezclaba también el croar de las ranas en los charcos. Ese canto se fue hace mucho. Tal vez, detrás del coro de jilgueros.
Un día todos nos hicimos grandes y a algunos no los vi más. A veces se dice que los abuelos vivimos de recuerdos. En lo que a mí me atañe, debo confesar que ese dicho es cierto.
Siempre me agrada recordar lo que formó parte de esta calle hoy tan bien iluminada, tan linda. No estaba afirmada ni pavimentada. Era sólo una calleja de tierra, llena de guadales y polvaredas o de abundante barro cuando llovía.
La transitaban carruajes tirados por caballos que imprimían profundas huellas.
Casi no se podía caminar después de un aguacero.
Era también el paso de las vacas arreadas a la feria por reseros, que violaban con sus gritos y silbidos el silencio de la calle.
Este arreo se hacía esquivando el bulevar Vélez Sarsfield, que estaba por entonces alambrado por lotes marcando de ese modo el barrio “La Francesa”, hoy Almirante Brown.
Y hay más recuerdos. Yo vuelvo a ver la liviana jardinera del lechero. El verdulero que nos daba la yapa, los vendedores de arrope en aquellas carretas de ruinoso traqueteo. Los cerditos de José Gallegos, las vacas de Ceferino Maceda, los gansos de don Agustín Fonseca, don Carmelo y sus helados.
Se fueron todos y hasta el caballo es casi una ausencia.”
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