Un día como hoy hace ya sesenta y un años en un acto de presencia masiva y popular, el cabildo abierto del justicialismo buscaba elegir sus candidatos a presidente y vicepresidente. Un coro ensordecedor clamaba la fórmula “Perón-Evita”.
Ella, la misma mujer que logró que se sancionara la Ley sobre Derechos Políticos de la Mujer, la misma que fuera despreciada por la oligarquía porteña por sus orígenes del interior, la misma que Perón eligiera para compartir su vida personal y política pidió tiempo para pensar si aceptaba los honores que sus amados “grasitas” le ofrecían.
Nueve largos días transcurrieron hasta que Eva, en un inmortal discurso radial, renunciara a su candidatura. Eva, que decide renunciar a los honores pero no a las luchas, inmortalizaría para siempre, sin saberlo, su figura en el imaginario popular argentino, que desde ese momento la recordaría con amor, con fervor y con profundo y amoroso respeto.
La mujer fuerte de la Argentina del 50, que era aclamada por sus “cabecitas”, lloró luego de renunciar. Lloró sabiendo que podía tratarse de un momento trágico para el movimiento popular que representaba el peronismo, lloró tal vez sintiendo miedo por su Patria y por su amado Perón.
Internada, cansada, carcomida por una enfermedad que nada sabe de buenas y malas personas, votó por primera vez desde su lecho de enferma y pudo contemplar, satisfecha, el triunfo de Perón y comprobó que el peronismo era imbatible por vía democrática. Otra maquinaria oscura y cruenta comenzaba a activarse: el golpe estaba decidido.
Se necesitaron seis décadas para que otra mujer tuviese el efecto que Eva Perón tuvo en el pueblo. Cristina Fernández de Kirchner se abrió paso hacia el poder, levantando las banderas que enarbolara la defensora de los humildes. Las luchas de ayer, en parte conquistas de hoy: la Ley de Identidad de Género y la Asignación Universal por Hijo son sólo algunas que permiten que millones de argentinas y argentinos palpiten la inclusión, la inserción y la igualdad.
Partido Justicialista Villa María