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22 de Agosto de 2012
Ismael Serrano en Córdoba
La mejor forma de contar historias
Durante un maratónico show que se extendió por casi tres horas y media, el cantautor español compartió su último trabajo discográfico “Todo empieza y todo acaba en ti”. También hubo espacio para brindar un homenaje a Luis Alberto Spinetta
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Ismael Serrano, presentó en el Orfeo de la ciudad de Córdoba su último trabajo en estudio

 

Is­mael Se­rra­no lle­gó a Cór­do­ba pa­ra pre­sen­tar su nue­vo tra­ba­jo “To­do co­mien­za y to­do aca­ba en ti”. Un Or­feo res­pe­tuo­so y es­cu­cha­dor lo to­mó, se lo apro­pió en unas tres ho­ras y vein­te mi­nu­tos que du­ró el show. Sí, le­yó bien esa can­ti­dad de tiem­po re­ga­ló lo me­jor de sí. A con­ti­nua­ción un pe­que­ño de­sa­fío de po­der con­tar lo más im­por­tan­te, sin que se es­ca­pen las his­to­rias de amor, la cri­sis, las crí­ti­cas, la no­che…
“Ca­fé de los re­cuer­dos” se lee. Esas le­tras ilu­mi­na­das son una an­te­sa­la de lo que ven­drá. Y el que vie­ne, ba­rrien­do el ca­fé, es Is­mael. El que le po­ne luz a sus le­tras y le­tras a las co­sas se pa­ra fren­te al pú­bli­co de Cór­do­ba que lo aplau­de y lo es­cu­cha. 
 Se­ma­na es el pri­mer te­ma. Allí se re­cuer­da a ella, al amor, to­dos los días. Y es el ini­cio me­jor pa­ra un ca­fé, don­de se aho­gan pe­nas en la me­sa del bar o en la ba­rra en­tre los tra­gos. Es allí don­de él nos da la bien­ve­ni­da a su pe­que­ño ho­gar, a ese ca­fé.  “Si tie­nen sed és­te es el lu­gar que bus­ca­ban, si ne­ce­si­tan es­cu­char una his­to­ria pa­ra pe­dir­la pres­ta­da o tie­nen al­go que con­tra son bien­ve­ni­dos. Se ges­tan re­vo­lu­cio­nes, se mal­di­cen des­pe­di­das, se cu­ran ci­ca­tri­ces, se fal­ta el res­pe­to pe­ro nun­ca la ver­dad” co­men­ta en un lu­gar don­de hay “re­cuer­dos que des­can­san en ta­zas e ca­fé don­de los lo­cos en­cuen­tran ras­tros del pa­sa­do y el fu­tu­ro, que se po­san so­bre la cer­ve­za de la ba­rra que acom­pa­ñan a aman­tes y bo­rra­chos que nos ha­cen sen­tir me­nos so­los, que abren ven­ta­nas a la es­pe­ran­za”.
En esa pri­me­ra vuel­ta que pa­ga la ca­sa, se van a em­pe­zar a de­sen­tra­ñar his­to­rias, re­fle­xio­nes, le­tras que nos ha­cen pen­sar el pre­sen­te. Es­te pre­sen­te de de­ses­pe­ran­zas y de amo­res, de cri­sis y de ideas. Des­pier­ta sue­na pa­ra los in­dig­na­dos a los que les de­cla­ran pri­ma­ve­ras, mien­tras en las pla­zas se reú­ne la gen­te sin tra­ba­jo a de­ba­tir, a dis­cu­tir.
El bar tie­ne cier­tos vi­si­tan­tes ilus­tres to­das las no­ches, uno de ellos es el me­jor clien­te, que tam­bién ha per­di­do su tra­ba­jo  y que no pue­de ta­ra­rear Vuel­vo, co­mo Ja­vier Ber­gia quien se­rá -co­mo en to­dos los shows- el que po­ne cuo­tas de hu­mor a la no­che, el que ha­bla del ma­te, del fer­net, pa­ra las ri­sas y aplau­sos de la gen­te. El bar­man es Be­to Gar­men­dia y Ja­cob Su­re­da el res­pon­sa­ble de ha­cer­nos pen­sar con el te­cla­do.
Ul­ti­ma­men­te, se can­ta con el pe­di­do de que lo acom­pa­ñen pe­ro que ten­gan cui­da­do con las pa­sio­nes por­que pue­de mo­les­tar al de al la­do, pa­re­ce­ría un men­sa­je pa­ra mí. La ba­rra es el lu­gar pa­ra ver los cla­si­fi­ca­dos con Ber­gia, esa ru­ti­na que se vi­ve en Es­pa­ña, y uno se en­cuen­tra con que­rer ha­cer co­sas im­pen­sa­das, ab­sur­das y có­mi­cas, Po­dría ser sue­na y nos ha­ce pen­sar en que nos con­for­ma­mos con ser me­nos de lo que de­be­ría­mos ser.
Aho­ra, nos re­cuer­da que las des­pe­di­das no siem­pre gus­tan y que lo peor que pue­de pa­sar­nos es que­dar­nos ti­bios, no bus­car los cam­bios, de­jar de ser jó­ve­nes. Mien­tras Ca­pe­ru­ci­ta, y la hi­ja de Li­lith en ho­me­na­je a to­das las mu­je­res pre­sen­tes. A las re­bel­des, a las que pe­lean, a las mu­je­res de es­tos tiem­pos, a las que no se que­dan con la his­to­ria de que na­cie­ron a cos­ta de los hom­bres. 
      
El Se­rra­no ar­gen­to
      
Te odio, Amo­res im­po­si­bles -que nos dan la cer­te­za de que la ex­cu­sa más co­bar­de es cul­par al des­ti­no- Re­cuer­do, fue­ron la an­te­sa­la pa­ra la cuo­ta de ar­gen­ti­ni­dad que tie­ne Is­mael en ca­da show y en ca­da CD. Con­tó có­mo los tiem­pos cam­bia­ron, de que an­tes co­mo en la his­to­ria que cuen­ta con Ma­ña­na por­te­ña en Ma­drid, los nues­tros iban allá y co­mo la his­to­ria cam­bió. De có­mo las pe­que­ñas co­sas ha­cen a la Pa­tria -co­mo el po­der con­vo­can­te del ma­te- no los dis­cur­sos ofi­cia­les de gen­tes que quie­ren sus es­ta­tuas rí­gi­das, de la mis­ma for­ma en que ha­bla­ron en vi­da. En­ton­ces el con­se­jo- ma­te en ma­no- ha­blan­do del exi­lio, fue de­ber re­ci­bir en to­dos la­dos y de la mis­ma for­ma a los que se van. Co­mo se ha­ce y se hi­zo en Ar­gen­ti­na.
Te vas, Por fin te en­con­tré, fue­ron in­ter­ca­lan­do los te­mas de siem­pre con los nue­vos, que van a ser de siem­pre. Por­que en es­tos úl­ti­mos tra­ba­jos, se no­ta una ma­du­rez y un pun­to muy al­to en cuan­to a la crea­ción. To­do em­pie­za y to­do aca­ba en ti es lo me­jor pa­ra ex­pli­car el éxi­to de la sen­ci­llez. De có­mo lo que pue­de pa­re­cer bá­si­co, es pro­fun­do y real­men­te in­creí­ble. 
 Mu­cha­chas ojos de pa­pel, vi­no a ser un ho­me­na­je al “Fla­co” Spi­net­ta y a las per­so­nas que es­ta­ban pre­sen­tes. Fue un mo­men­to tan sor­pren­den­te co­mo im­pac­tan­te. Vi­ne del nor­te, La ex­tra­ña pa­re­ja, To­do co­mien­za y to­do aca­ba en ti pa­ra que ima­gi­ne­mos los cuen­tos, pa­ra que ima­gi­ne­mos las his­to­rias de otra for­ma, en es­ta cri­sis, en es­tos mo­men­tos, con una úni­ca per­so­na co­mo ha­ce­dor. Co­mo fue­ron Lut­her King o per­so­na­li­da­des pa­re­ci­das. Con no­so­tros mis­mos co­mo pro­ta­go­nis­tas. Con los fi­na­les que pue­den ser cam­bia­dos. Por­que no­so­tros man­da­mos en nues­tras his­to­rias.
Ya ves, Vér­ti­go, Te de­bo una can­ción –real­men­te pa­re­cie­ra que no, pe­ro uno se que­da pen­san­do en las pa­la­bras de que que­dan mu­chos sue­ños y mu­chas his­to­rias que con­tar- Su­ce­de que a ve­ces, Cien días, fue­ron los úl­ti­mos te­mas. 
Lue­go del pe­di­do del pú­bli­co, ya lle­gan­do a la una de la ma­ña­na, Pa­pá cuén­ta­me otra vez so­nó lue­go del agra­de­ci­mien­to. Lue­go de que agra­de­cie­ra “es­te re­cuer­do que ha­bi­ta­rá el ca­fé pa­ra siem­pre y que acom­pa­ña­rá va­yan don­de va­yan”. 
Lue­go de “no ha­cer cul­pa­bles a nues­tros pa­dres de nues­tros fra­ca­sos, de se­guir cre­yen­do en los sue­ños de los que ha­blan, de que hay tiem­pos pa­ra es­cri­bir nues­tros re­la­tos y que po­da­mos con­tar a nues­tros hi­jos la his­to­ria del tiem­po en que cam­bia­mos el mun­do pa­ra ha­cer­lo más lin­do, a los que no nos re­sig­na­mos”.
En una par­te del show Is­mael di­jo: “Es­te ca­fé es lu­gar de en­cuen­tros, de aman­tes de bo­rra­chos, poe­tas, de ar­tis­tas. Omar Jay­yam, del Si­glo XI. Di­ce que sí los aman­tes y bo­rra­chos van al in­fier­no, el pa­raí­so que­da­rá de­sier­to y des­po­bla­do”. 
El “Ca­fé de los re­cuer­dos” es una su­cur­sal del in­fier­no, don­de van las al­mas des­ca­rria­das. Don­de se es­cu­chan las his­to­rias de los vi­si­tan­tes, don­de se per­si­guen sue­ños, don­de se su­fre, se llo­ra, se ama. Don­de lo ro­mán­ti­co tie­ne su lu­gar, don­de la sin­ce­ri­dad se es­con­de por la ma­ña­na y sa­le a la luz por las no­ches.
Si en al­gún mo­men­to no sa­bía qué ele­gir, si el cie­lo o el in­fier­no, créan­me que ya de­ci­dí. Quie­ro re­cor­dar.
 
Juan José Coronell
 
 

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