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El Peregrino impertinente
El 15 de junio de 2011 fue un día importante para Villa María. Y es que en aquella jornada invernal, quedó inaugurado el primer aeropuerto de la ciudad.
Lo bautizaron “Néstor Kirchner”, en un ejercicio de originalidad apenas puesto en práctica otras 3.726 veces a lo largo y ancho del país, para darle nombre a escuelas, hospitales, comedores infantiles y centros de esquí.
Los vecinos más optimistas pensaron que con la flamante obra, nuestra querida localidad se abriría al mundo. Que así alcanzaría una conexión ejemplar, mucho mejor que la de la porquería de Internet que la mayoría tiene en casa, que se cae ni bien uno abre la segunda o tercera página porno. En su afán por viajar, también se imaginaban potenciales rutas aéreas: Villa María- Amsterdam, Villa María-Beijín, Villa María-Corral de Bustos... un nuevo universo de posibilidades emergía en forma de valijas.
Pero la realidad, tan miserable y rastrera ella, les puso los planes en el freezer. El Aeropuerto Regional va despertando de a poco, por ahora trabajando con el destino: Villa María-Buenos Aires. Nada mal, teniendo en cuenta la corta edad de la Terminal y las dimensiones de la ciudad que la acoge. Aunque vaya a explicarle eso a la señora que ya fantaseaba con volar sin escalas desde las cercanías de Las Mojarras hasta Nueva York.
El que anda como perro con dos colas es el encargado de la torre de control.
De lo aburrido que estaba, el pobre ya no sabía qué hacer. “Me leí la colección completa de Isidoro Cañones, 14 veces”, llegó a confiarle a un amigo.
Ahora, al menos un par de veces por semana, le brillan los ojos al decir cosas como: “Aquí torre de control”, “afirmativo, pista despejada” o “negativo, eso que se ve de arriba no es el Cristo de Río de Janeiro, es el de barrio Santa Ana”. En buena hora.
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