Escribe:
Laura Tuyaret
Especial para EL DIARIO

Puerto Madryn es una ciudad sencillamente bonita. La definen sus calles tranquilas y seguras, perfectamente ordenadas, con casitas pintorescas que se lucen ante la escasa presencia de edificaciones.
Tiene todos esos elementos que la hacen muy bien parecida y la vuelven irresistible para el visitante. Para que disfrute de una tarde fría y ventosa tomando un café con leche en una confitería, dando un paseo por el centro comercial o degustando de los más sabrosos chocolates en alguna fábrica artesanal.
Más allá de estas valiosas cualidades, lo más interesante del municipio se encuentra sobre sus costas, enmarcadas de acantilados y de playas envueltas de canto rodado y arena. Parar a almorzar en algún restaurante costero y entretenerse observando la práctica de los más diversos deportes náuticos, como buceo, pesca, windsurf, kitesurf o kayak, es una buena opción.
Sorprenderse con la llegada al muelle Luis Piedrabuena de monumentales cruceros que tienen como destino el sur argentino; recorrer la extensa costanera en bicicleta y contemplar un gran grupo de gaviotas que se pasea allá a lo lejos, como jugando con el sol, todos éstos, son algunos de los más variados atractivos. Sin embargo, la más sublime maravilla de Puerto Madryn se puede disfrutar durante cualquier atardecer de junio a diciembre, simplemente sentándose en la playa, dejando pasar el tiempo. Así, al cabo de unos minutos y agudizando un poco la vista, se irá observando justo sobre el horizonte que corta ese mar profundamente azul a las ballenas franca australes. Año a año durante esta temporada, éstas llegan al Golfo Nuevo para reproducirse. Hay quienes dicen que ya por la noche, un poco confundido con la música del mar, es posible escuchar el característico canto de estos cetáceos.

El mejor punto de partida

Puerto Madryn se encuentra en la provincia de Chubut, dentro del Golfo Nuevo y sobre el Mar Argentino. No sólo por ser uno de los centros turísticos más importantes de la Patagonia, sino también por la riqueza de su flora y fauna, fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 1999.
Se la conoce popularmente como la “puerta de entrada” a la Península de Valdés. Y es que esta ciudad es un excelente punto de partida para conocer otros sitios destacados de la zona. Así, yendo hacia el este se puede visitar Caleta Valdés, un apostadero de elefantes marinos; o Puerto Pirámides, desde donde se realizan avistajes de ballenas y delfines desde distintas embarcaciones. Unos kilómetros más hacia el sur, se encuentra Punta Tombo, la famosa pingüinera de la especie magallánica. Parado sobre altos acantilados cualquiera quedará fascinado al observar a los pingüinos zambullirse en el mar, una y otra vez sin cansarse. Cada una de estas experiencias irá sumándose así a toda una sucesión de momentos únicos de contacto pleno con la naturaleza. Imposible de olvidarlos.