Sí, la depresión es una realidad en la infancia y adolescencia. Se calcula que, aproximadamente, el 5% de los menores de 18 años sufre un trastorno depresivo de moderado a grave en algún momento de su crecimiento.
¿Por qué este trastorno ha adquirido relevancia creciente en estas etapas de la vida? Por el aumento de casos, por el alto costo personal y familiar para el niño o joven que la padece, por los riesgos que conlleva y por la complejidad inherente a los cuadros en sí mismos. Además, la depresión es una de las enfermedades psiquiátricas con mayor incidencia en la población general, es decir, afecta a las personas en cualquier etapa de su vida. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que en 2020 será la segunda causa de discapacidad y carga económica después de las enfermedades cardiovasculares, por lo cual se considera un problema mundial de salud pública.
La depresión nos sitúa dentro de lo que en Psiquiatría llamamos trastornos afectivos, que incluyen: trastorno depresivo mayor, distimia y trastornos bipolares (DSM IV). Cada uno de estos cuadros tiene sus síntomas característicos, su evolución, sus complicaciones. No es el objeto de este artículo explayarme en ello, sino introducir la temática para poder situarnos en la realidad.
Las estimaciones actuales plantean una prevalencia (porcentaje de individuos que padecen una enfermedad, considerando la población total) del 1%-2% en niños y del 4%-8% en adolescentes, para la depresión mayor; en la distimia es del 2,5% en niños y de 1%-8% en adolescentes y en los trastornos bipolares corresponden al 0,24%-1,2%.
Los síntomas varían con la edad. Podemos mencionar:
-Menores de 7 años: irritabilidad, rabietas, llanto sin motivo, quejas corporales (dolor de cabeza, de estómago), timidez excesiva, humor depresivo, pérdida de interés en juegos, cansancio excesivo o hiperactividad. Pueden existir ideas de muerte. Retraso en desarrollo psicomotor, dificultad en alcanzar peso adecuado. Suele asociarse con: fobia escolar, trastornos de ansiedad, enuresis, encopresis.
-Entre 7 a 12 años: irritabilidad, agresividad, tristeza, humor depresivo, llanto fácil, temores nocturnos, aburrimiento, falta de interés en actividades habituales, falta de voluntad y de energía, ideas de muerte, trastornos de conducta en la escuela, problemas de relación con chicos de su edad; baja autoestima, disminución del rendimiento escolar. Trastornos del sueño y del apetito, dolor de cabeza, dolor de estómago, no alcanzar el peso adecuado, enuresis, encopresis.
-Adolescentes (13 a 18 años): a los síntomas anteriores se agregan conductas antisociales, robos, sentimientos de no ser aceptados, descuido del aseo personal, tienden a disminuir el contacto con los demás, autoestima baja, ideas de muerte, impulsos suicidas, problemas escolares. Suelen asociarse con: trastornos de alimentación, trastornos de conducta severos, abuso de sustancias (alcohol, tabaco, drogas legales, drogas ilegales).
Por otro lado, es importante remarcar que mientras más temprano en edad sea el primer episodio depresivo, la posibilidad de volver a tener otros episodios a lo largo de su vida aumenta notoriamente.
Como se ve, la depresión en cualquiera de sus formas, produce un impacto negativo en el crecimiento y desarrollo personal, en las relaciones familiares e interpersonales y en el rendimiento escolar; favorece el abuso de alcohol y drogas, los trastornos alimentarios (anorexia, bulimia), las conductas delictivas, y la agresividad. Además de ser el principal factor de riesgo suicida, tanto en niños como en adolescentes. Aunque el suicidio consumado es relativamente infrecuente antes de los 14 años, las cifras de incidencia (número de casos nuevos con respecto a la población) van en aumento; y entre los 15 a 44 años el suicidio es para la OMS la cuarta causa de fallecimiento.
¿Cuál es la causa de depresión? La etiología es multicausal, en la que podemos mencionar:
-Los antecedentes familiares, ya que la presencia de depresión en los familiares directos (padres, hermanos, abuelos, tíos) implica mayor posibilidad de padecerla (esto habla de una predisposición genética);
-Los estresores ambientales, como conflictos familiares (separación de padres, problemas económicos), pérdida de seres queridos, problemas con pares (sentirse discriminado, burlas de compañeros, traiciones de amigos), afectivos (rupturas de noviazgos), etcétera;
-Desde el punto de vista biológico, vamos a encontrar alteraciones en el funcionamiento de determinados neurotransmisores cerebrales (serotonina, noradrenalina, y dopamina) en ciertas zonas del cerebro, y anomalías neuroendocrinas (hormona del crecimiento, cortisol, etcétera).
-Cómo se diagnostica? es fundamental realizar un diagnóstico adecuado en tiempo y forma. Esto, en general, es detectado por el pediatra, quien lo derivará al profesional especializado en salud mental para su tratamiento. El diagnóstico incluye al niño/adolescente, a la familia y a la escuela, ya que se deben evaluar varios elementos.
¿Cómo se trata? El tratamiento tiene dos aspectos complementarios:
-Abordaje psicoterapéutico de diversa índole (psicodinámico, cognitivo-conductual, sistémico, interpersonal), dependiendo del tipo de trastorno diagnosticado y de su gravedad. Se dirigirá al niño o adolescente, a su familia y a su entorno escolar.
-Abordaje farmacológico: este es un punto de controversia ya que existe un mito muy extendido en el imaginario popular con respecto al uso de psicofármacos (antidepresivos, ansiolíticos, etcétera), en niños y adolescentes. Hay cierto temor, desconfianza y rechazo en aceptar su utilización en esas edades. Es esencial realizar un diagnóstico correcto, como sucede con cualquier enfermedad que podamos padecer. Por otro lado, deben ser indicados por profesionales que tengan conocimiento del tema. Está demostrado que los antidepresivos tienen un efecto neuroprotector, es decir, “protegen” a las neuronas del daño que produce el desbalance de sustancias en el cerebro durante una depresión, sobre todo a largo plazo. Esto es muy importante si tenemos en cuenta que estamos hablando de un organismo en crecimiento y desarrollo. Generalmente, se reserva su uso a aquellos casos que son de moderados a graves, ya que en los casos leves, el abordaje psicoterapéutico es suficiente. En la actualidad, contamos con un amplio espectro de fármacos con mayor eficacia y menores efectos secundarios, lo que nos permite escoger el más adecuado al cuadro que debemos tratar.
El objetivo de esta presentación general fue plantear la necesidad de considerar que la idea de la infancia feliz exenta de sufrimiento y dolor, es un mito. También en ella cabe la tristeza. Es nuestra tarea procurar aliviarla.
Dra. Rosana Aranda
Psiquiatra Infanto-Juvenil
MP 19372/2 – CE 14004
Instituto de Neurociencias del Desarrollo Integral (INEDI)