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30 de Agosto de 2012
Barrio San Justo - Héctor Panero
Vecinalista por vocación
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Héctor Panero fue presidente del Centro Vecinal en los ´70. Cuenta las anécdotas que debió vivir para que llegaran los servicios al barrio

Héc­tor Pa­ne­ro fue pre­si­den­te por dos años del Cen­tro Ve­ci­nal y con or­gu­llo, cuen­ta los ser­vi­cios que lo­gra­ron con­se­guir con la co­mi­sión des­pués de pa­sar­se ho­ras ges­tio­nan­do (y pe­lean­do) con au­to­ri­da­des mu­ni­ci­pa­les y pro­vin­cia­les de los años de la dic­ta­du­ra.

“Ni bien vi­ne a vi­vir al ba­rrio, me in­te­gré al Cen­tro Ve­ci­nal que des­pués se di­sol­vió. Pe­ro en ese tiem­po, hi­ci­mos un cir­cui­to de mo­tos, que se lla­ma­ba La Pe­ra, en to­da la zo­na ha­cia la ru­ta pe­sa­da que por en­ton­ces, es­ta­ba des­po­bla­da. Me acuer­do que tu­vi­mos que pos­ter­gar la pri­me­ra ca­rre­ra por­que ha­bía un hor­mi­gue­ro gi­gan­te, de unos 30 por 50 me­tros y unos cua­tro o cin­co me­tros de pro­fun­di­dad, que im­pe­día rea­li­zar la ac­ti­vi­dad”, re­cor­dó.
Des­pués de esa pri­me­ra ex­pe­rien­cia co­mo ve­ci­na­lis­ta y ya por los años ´70, se rear­mó la co­mi­sión y fue elec­to co­mo pre­si­den­te.
“No­so­tros te­nía­mos pro­hi­bi­do ha­blar de po­lí­ti­ca par­ti­da­ria. Lo que se ha­cía en el Cen­tro Ve­ci­nal era pa­ra to­dos los ve­ci­nos, in­de­pen­dien­te­men­te del par­ti­do que fue­ra ca­da uno”, se­ña­ló.
Se re­co­no­ce co­mo un hom­bre de ex­trac­ción ra­di­cal, aun­que afir­ma que el pre­si­den­te que le su­ce­dió, Jo­sé Es­ca­mi­lla (ac­tual pre­si­den­te del Con­ce­jo De­li­be­ran­te, de ex­trac­ción jus­ti­cia­lis­ta) “es un ami­go y al­guien que tra­ba­jó cri­te­rio­sa­men­te a fa­vor del ba­rrio. Es ca­paz y ho­nes­to”, agre­gó.
“Los hom­bres va­len por lo que son co­mo per­so­nas, no por el par­ti­do o el club de fút­bol al que ad­hie­ren”, sen­ten­ció.
 
Obras
 
En los dos años que es­tu­vo co­mo pre­si­den­te, lo­gró que lle­ga­ran las cloa­cas, el agua, el pa­vi­men­to (en 27 cua­dras) y el gas na­tu­ral.
“Me acuer­do que pa­ra las cloa­cas, fui­mos a Obras Sa­ni­ta­rias de la Pro­vin­cia con el in­ge­nie­ro Os­val­do Vi­lla­nue­va. El je­fe de Obras Sa­ni­ta­rias, me di­jo que era im­po­si­ble ha­cer cloa­cas en el ba­rrio, por los des­ni­ve­les. Ahí yo me eno­jé y le di­je: ‘Us­te­des son va­gos, ca­ra­du­ras o de­lin­cuen­tes’. Y le re­cor­dé que los ve­ci­nos ha­bían pa­ga­do 27 cuo­tas de 30 pa­ra la obra que no se ha­bía he­cho. El hom­bre me pi­de prue­bas de eso y yo le lle­va­ba las fo­to­co­pias de los re­ci­bos y en un mes, me dio el fi­nal de obra pa­ra las cloa­cas.”
Tam­bién tu­vo que dis­cu­tir con fun­cio­na­rios mu­ni­ci­pa­les. “Me acuer­do del se­cre­ta­rio de Go­bier­no de la dic­ta­du­ra, que nos que­ría co­brar una bar­ba­ri­dad por el pa­vi­men­to. Pe­lea­mos, pe­lea­mos has­ta que con­se­gui­mos que fue­ra un po­co me­nos ca­ro”, re­cor­dó.
Or­gu­llo­sa­men­te, se­ña­la que al ter­mi­nar su man­da­to “gran par­te del ba­rrio te­nía to­dos los ser­vi­cios ne­ce­sa­rios”.
Con Ro­ber­to Ses­sa­re­go, quien era te­so­re­ro en la co­mi­sión ve­ci­nal que él pre­si­día, ha­bían te­ni­do un pro­yec­to pa­ra fo­res­tar el ba­rrio.
“Me acuer­do que com­pra­mos con pla­ta de nues­tro bol­si­llo, 180 ár­bo­les en Río Cuar­to pa­ra ven­dér­se­las al cos­to a los ve­ci­nos. Eran unas aca­cias de Cons­tan­ti­no­pla, que te­nían unas flo­res her­mo­sas, pe­ro re­sul­ta­ron ser unas plan­tas in­ser­vi­bles, muy des­gar­ba­das. Pa­sa­ban los ca­mio­nes y se las lle­va­ban pues­tas. La idea nues­tra era bue­na, ver el ba­rrio ar­bo­la­do con la mis­ma es­pe­cie, pa­ra que le diera una ca­rac­te­rís­ti­ca es­pe­cial. Le erra­mos con la elección”, re­cor­dó.
Ca­be se­ña­lar que hoy, a tra­vés de un pro­yec­to del Ins­ti­tu­to Ma­nuel Bel­gra­no, es­tán plan­tan­do dis­tin­tas es­pe­cies ar­bó­reas en las ca­lles del mis­mo sec­tor.
 
Por ca­sua­li­dad o por suer­te
 
Pa­ne­ro lle­gó al ba­rrio por de­sig­nios del azar. “Me acuer­do que fui a Bell Vi­lle, al Ban­co Hi­po­te­ca­rio, a acom­pa­ñar a un ami­go que iba por un cré­di­to. Abrí una cuen­ta con pla­ta que me pres­tó mi ami­go y me ano­té yo tam­bién. Al fi­nal, me sa­lió el cré­di­to a mí”, re­cor­dó.
En ese mo­men­to te­nía dos op­cio­nes: San­ta Ana o San Jus­to. “Me gus­tó más es­te ba­rrio y no me arre­pen­tí”, afir­mó.
El te­ma era que por esos años, el jo­ven Pa­ne­ro no te­nía ni si­quie­ra no­via y por lo tan­to, no pro­yec­ta­ba una fa­mi­lia, aún.
“Pe­ro des­pués co­no­cí a quien hoy es mi mu­jer, Ste­lla Ma­ris Al­vez (do­cen­te en la es­cue­la San Mar­tín) y tras el via­je de bo­das, vi­ni­mos a vi­vir a es­ta ca­sa”, re­cuer­da.
Allí na­cie­ron sus cua­tro hi­jos: San­tia­go, Fer­nan­da, Es­te­ban y Se­bas­tián.
Pa­ne­ro sos­tu­vo a su fa­mi­lia tra­ba­jan­do en la em­pre­sa Fiat Leo­ne. Des­pués de 14 años de la­bo­res ad­mi­nis­tra­ti­vas, re­sol­vió in­de­pen­di­zar­se y abrió un ta­ller de re­pa­ra­ción de ins­tru­men­tal de au­tos y de re­pa­ra­ción de ai­re acon­di­cio­na­do de ve­hí­cu­los.
“Uno de los clien­tes que te­nía en el ta­ller era Leo­ne. Me acuer­do que una vez fui a co­brar y el te­so­re­ro me vio con la su­cie­dad del ta­ller y me re­pro­chó que hu­bie­ra cam­bia­do la co­mo­di­dad de la ofi­ci­na por un tra­ba­jo su­cio. Yo le di­je que lo que me im­por­ta­ba, era ga­nar más y por suer­te, así pu­de sos­te­ner dig­na­men­te a mi fa­mi­lia y aho­rrar”, re­mar­có.
Ha­cien­do una mi­ra­da re­tros­pec­ti­va, es­tá con­ten­to con su vi­da la­bo­ral y de ve­ci­na­lis­ta.
“Me sien­to con­ten­to de ha­ber ayu­da­do a traer los ser­vi­cios. Me re­ti­ré cuan­do creí que ha­bía cum­pli­do un man­da­to. Hoy, ya ju­bi­la­do de mi tra­ba­jo, me de­di­co a dis­fru­tar de mis nie­tos, a com­par­tir pro­yec­tos con mis hi­jos y a dis­fru­tar de es­te ba­rrio, que real­men­te es her­mo­so”, con­clu­yó.
 
EL DATO
 
El actual barrio San Justo se llamó “barrio Evita” desde 1952 a 1955, cuando el golpe de la Revolución Libertadora lo cambió a la actual denominación. En ese sector está la escuela primaria Bernardino Rivadavia, inaugurada en 1954, que también se llamó “Eva Perón” hasta la misma fecha: 1955. El nombre de Eva fue a pedido de los vecinos  que habían conformado la primera comisión barrial y también, por una promesa que hizo el entonces comisionado municipal Miguel Blanco, quien, en el año 1950, le envió una carta a Eva Duarte pidiéndole fondos para el Hogar de Ancianos e informando, que un barrio de la ciudad llevaría su nombre.

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