Héctor Panero fue presidente por dos años del Centro Vecinal y con orgullo, cuenta los servicios que lograron conseguir con la comisión después de pasarse horas gestionando (y peleando) con autoridades municipales y provinciales de los años de la dictadura.
“Ni bien vine a vivir al barrio, me integré al Centro Vecinal que después se disolvió. Pero en ese tiempo, hicimos un circuito de motos, que se llamaba La Pera, en toda la zona hacia la ruta pesada que por entonces, estaba despoblada. Me acuerdo que tuvimos que postergar la primera carrera porque había un hormiguero gigante, de unos 30 por 50 metros y unos cuatro o cinco metros de profundidad, que impedía realizar la actividad”, recordó.
Después de esa primera experiencia como vecinalista y ya por los años ´70, se rearmó la comisión y fue electo como presidente.
“Nosotros teníamos prohibido hablar de política partidaria. Lo que se hacía en el Centro Vecinal era para todos los vecinos, independientemente del partido que fuera cada uno”, señaló.
Se reconoce como un hombre de extracción radical, aunque afirma que el presidente que le sucedió, José Escamilla (actual presidente del Concejo Deliberante, de extracción justicialista) “es un amigo y alguien que trabajó criteriosamente a favor del barrio. Es capaz y honesto”, agregó.
“Los hombres valen por lo que son como personas, no por el partido o el club de fútbol al que adhieren”, sentenció.
Obras
En los dos años que estuvo como presidente, logró que llegaran las cloacas, el agua, el pavimento (en 27 cuadras) y el gas natural.
“Me acuerdo que para las cloacas, fuimos a Obras Sanitarias de la Provincia con el ingeniero Osvaldo Villanueva. El jefe de Obras Sanitarias, me dijo que era imposible hacer cloacas en el barrio, por los desniveles. Ahí yo me enojé y le dije: ‘Ustedes son vagos, caraduras o delincuentes’. Y le recordé que los vecinos habían pagado 27 cuotas de 30 para la obra que no se había hecho. El hombre me pide pruebas de eso y yo le llevaba las fotocopias de los recibos y en un mes, me dio el final de obra para las cloacas.”
También tuvo que discutir con funcionarios municipales. “Me acuerdo del secretario de Gobierno de la dictadura, que nos quería cobrar una barbaridad por el pavimento. Peleamos, peleamos hasta que conseguimos que fuera un poco menos caro”, recordó.
Orgullosamente, señala que al terminar su mandato “gran parte del barrio tenía todos los servicios necesarios”.
Con Roberto Sessarego, quien era tesorero en la comisión vecinal que él presidía, habían tenido un proyecto para forestar el barrio.
“Me acuerdo que compramos con plata de nuestro bolsillo, 180 árboles en Río Cuarto para vendérselas al costo a los vecinos. Eran unas acacias de Constantinopla, que tenían unas flores hermosas, pero resultaron ser unas plantas inservibles, muy desgarbadas. Pasaban los camiones y se las llevaban puestas. La idea nuestra era buena, ver el barrio arbolado con la misma especie, para que le diera una característica especial. Le erramos con la elección”, recordó.
Cabe señalar que hoy, a través de un proyecto del Instituto Manuel Belgrano, están plantando distintas especies arbóreas en las calles del mismo sector.
Por casualidad o por suerte
Panero llegó al barrio por designios del azar. “Me acuerdo que fui a Bell Ville, al Banco Hipotecario, a acompañar a un amigo que iba por un crédito. Abrí una cuenta con plata que me prestó mi amigo y me anoté yo también. Al final, me salió el crédito a mí”, recordó.
En ese momento tenía dos opciones: Santa Ana o San Justo. “Me gustó más este barrio y no me arrepentí”, afirmó.
El tema era que por esos años, el joven Panero no tenía ni siquiera novia y por lo tanto, no proyectaba una familia, aún.
“Pero después conocí a quien hoy es mi mujer, Stella Maris Alvez (docente en la escuela San Martín) y tras el viaje de bodas, vinimos a vivir a esta casa”, recuerda.
Allí nacieron sus cuatro hijos: Santiago, Fernanda, Esteban y Sebastián.
Panero sostuvo a su familia trabajando en la empresa Fiat Leone. Después de 14 años de labores administrativas, resolvió independizarse y abrió un taller de reparación de instrumental de autos y de reparación de aire acondicionado de vehículos.
“Uno de los clientes que tenía en el taller era Leone. Me acuerdo que una vez fui a cobrar y el tesorero me vio con la suciedad del taller y me reprochó que hubiera cambiado la comodidad de la oficina por un trabajo sucio. Yo le dije que lo que me importaba, era ganar más y por suerte, así pude sostener dignamente a mi familia y ahorrar”, remarcó.
Haciendo una mirada retrospectiva, está contento con su vida laboral y de vecinalista.
“Me siento contento de haber ayudado a traer los servicios. Me retiré cuando creí que había cumplido un mandato. Hoy, ya jubilado de mi trabajo, me dedico a disfrutar de mis nietos, a compartir proyectos con mis hijos y a disfrutar de este barrio, que realmente es hermoso”, concluyó.
EL DATO
El actual barrio San Justo se llamó “barrio Evita” desde 1952 a 1955, cuando el golpe de la Revolución Libertadora lo cambió a la actual denominación. En ese sector está la escuela primaria Bernardino Rivadavia, inaugurada en 1954, que también se llamó “Eva Perón” hasta la misma fecha: 1955. El nombre de Eva fue a pedido de los vecinos que habían conformado la primera comisión barrial y también, por una promesa que hizo el entonces comisionado municipal Miguel Blanco, quien, en el año 1950, le envió una carta a Eva Duarte pidiéndole fondos para el Hogar de Ancianos e informando, que un barrio de la ciudad llevaría su nombre.