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4 de Septiembre de 2012
Cuar­tas Jor­na­das de Car­dio­lo­gía
La Hipertensión Arterial aumenta entre los jóvenes argentinos
Cinco de cada 100 individuos entre 25 y 35 años sufren esta afección, según números proporcionados en las “Cuartas Jornadas de Cardiología de Córdoba”. Los peligros de la obesidad, el sedentarismo y el estrés. Riesgos a largo plazo
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La obesidad y el sedentarismo influyen

En­tre el 5% y el 7% de los jó­ve­nes de 25 a 34 años es hi­per­ten­so. El por­cen­ta­je es le­ve­men­te me­nor en per­so­nas de 15 a 24, pe­ro tam­bién re­pre­sen­ta­ti­vo, afec­tan­do al 2% de es­te sec­tor po­bla­cio­nal.

La gen­te se es­tá ha­cien­do hi­per­ten­sa ca­da vez más jo­ven. Si uno ana­li­za ca­da gru­po eta­rio, no­ta­rá que ca­da vez hay más hi­per­ten­sos en ca­da uno ellos; en otras pa­la­bras, de a po­co se va ade­lan­tan­do la hi­per­ten­sión. Si un jo­ven pro­pen­so a ser hi­per­ten­so a los 50 años, en­gor­da mu­cho, a los 30 ó 35 años pue­de ha­cer­se hi­per­ten­so an­tes. 
 
@ Obe­si­dad, se­den­ta­ris­mo y es­trés
 
La obe­si­dad y el se­den­ta­ris­mo es­tán in­flu­yen­do mar­ca­da­men­te en la edad en que apa­re­ce la hi­per­ten­sión. El es­trés tam­bién, pe­ro es di­fí­cil me­dir­lo y ha­blar de sus con­se­cuen­cias. En cam­bio la obe­si­dad es­tá cla­ra­men­te en au­men­to y se sa­be que su­be la pre­sión; tal es así que cuan­do un obe­so ba­ja de pe­so, ini­cial­men­te la pre­sión se nor­ma­li­za un tiem­po, pe­ro aun man­te­nién­do­se del­ga­do tie­ne mu­cho ries­go de ser hi­per­ten­so más tar­día­men­te.
Sí es opor­tu­no acla­rar que hay gen­te que no se va a ha­cer hi­per­ten­sa ja­más, por más obe­sa y se­den­ta­ria que sea, por­que no tie­ne la ge­né­ti­ca pa­ra ser hi­per­ten­sa. Aho­ra, en aquel jo­ven que tie­ne ge­nes pa­ra ser hi­per­ten­so, la obe­si­dad, el se­den­ta­ris­mo y pro­ba­ble­men­te el es­trés sir­ven de ga­ti­llo pa­ra es­ta afec­ción. O sea, és­tas no son cau­sas en sí, si­no fac­to­res que ini­cian o agra­van la hi­per­ten­sión.
En los jó­ve­nes ge­ne­ra mu­cha an­sie­dad es­te te­ma. Y si uno se po­ne a pen­sar, cinco de ca­da 100 per­so­nas de ese gru­po eta­rio en Ar­gen­ti­na tie­ne hi­per­ten­sión. Si uno su­ma, es­ta­mos ha­blan­do de una gran can­ti­dad de in­di­vi­duos hi­per­ten­sos. En­ton­ces, no es­ta­mos fren­te a un fe­nó­me­no de­ma­sia­do ex­tra­ño y de­be­mos cui­dar­nos en los há­bi­tos, para que si hay ge­nes hi­per­ten­si­vos en la fa­mi­lia lo­gre­mos que la pre­sión ar­te­rial se ele­ve lo más tar­día­men­te po­si­ble.  
 
@ Los ries­gos de ser hi­per­ten­sos a una edad tem­pra­na
 
La hi­per­ten­sión va da­ñan­do las ar­te­rias len­ta­men­te. Si bien to­do el mun­do tie­ne mie­do a los pi­cos de hi­per­ten­sión, es ra­ro que eso le su­ce­da a un jo­ven con las ar­te­rias sa­nas. 
El pro­ble­ma es que aun las pre­sio­nes muy le­ves, en el tiem­po van cau­san­do da­ño, en­ton­ces si la per­so­na se ha­ce hi­per­ten­sa a los 30 años y no se cui­da, pue­de te­ner pro­ble­mas a una edad to­da­vía tem­pra­na. Pa­ra ser más pre­ci­so, si el pa­cien­te tie­ne las ar­te­rias da­ña­das en el ce­re­bro, pue­de dar­le un in­far­to de ce­re­bro; si las ar­te­rias da­ña­das son en el co­ra­zón, se pue­de pro­du­cir un ata­que al co­ra­zón; y si el da­ño se da en los ri­ño­nes, se pue­de ir a diá­li­sis. Si se da­ñan to­das, pue­de te­ner to­dos es­tos pro­ble­mas.
Lo im­por­tan­te es sa­ber que las con­se­cuen­cias son a me­dia­no pla­zo, no in­me­dia­tas. Por eso es im­por­tan­tí­si­mo sa­ber que uno es hi­per­ten­so y dis­mi­nuir la pre­sión, con me­di­das far­ma­co­ló­gi­cas o no far­ma­co­ló­gi­cas, pe­ro te­ner una pre­sión nor­mal pa­ra que no se va­yan da­ñan­do las ar­te­rias.
Hay mu­chos jó­ve­nes que no sa­ben que son hi­per­ten­sos ya que es­ta afec­ción, en ge­ne­ral, es asin­to­má­ti­ca. Si no te to­más la pre­sión, no te vas a en­te­rar nun­ca de que es­tás con la pre­sión al­ta. Si hay Hipertensión Arterial (HTA) en la fa­mi­lia, con más ra­zón se de­ben to­mar la pre­sión ar­te­rial los jó­ve­nes.
 
@ La cla­ve: los há­bi­tos de vi­da
 
Co­mo de­cía an­te­rior­men­te, la gen­te se es­tá ha­cien­do hi­per­ten­sa más tem­pra­na­men­te y es­to tie­ne que ver con los há­bi­tos de vi­da: ade­más del cre­cien­te se­den­ta­ris­mo y la obe­si­dad, se con­su­me mu­cha más sal que ha­ce 50 años.
En es­te mar­co, lo ideal es la pre­ven­ción. Co­mer muy po­ca sal, man­te­ner un pe­so sa­lu­da­ble, ha­cer mu­cha ac­ti­vi­dad fí­si­ca ae­ró­bi­ca y no fu­mar son me­di­das pre­ven­ti­vas ge­ne­ra­les que to­do el mun­do de­be­ría apli­car pa­ra dis­mi­nuir los ni­ve­les de pre­sión ar­te­rial.
En los es­ta­dios ini­cia­les de HTA, la pre­sión no es­tá ele­va­da con­ti­nua­men­te, si­no “de a ra­tos”, por lo que en esa eta­pa uno pue­de nor­ma­li­zar­la yen­do al gim­na­sio, ba­jan­do el con­su­mo de sal, adel­ga­zan­do o “ba­jan­do un cam­bio”. To­das esas ac­cio­nes ayu­dan a con­tro­lar la pre­sión ini­cial­men­te. Des­pués de un tiem­po, pe­se a que se ha­ga to­do eso, la pre­sión su­be y se man­tie­ne ele­va­da en for­ma  per­ma­nen­te.
En ge­ne­ral, en eda­des tem­pra­nas, la ma­yo­ría de las per­so­nas pue­den nor­ma­li­zar la pre­sión du­ran­te un tiem­po só­lo a par­tir de cam­bios en los há­bi­tos de vi­da. Pe­ro hay gen­te jo­ven muy hi­per­ten­sa que aun en eda­des tem­pra­nas y aun te­nien­do há­bi­tos sa­lu­da­bles de­ben to­mar dos o tres me­di­ca­men­tos. Si es­ta es la si­tua­ción y se de­ter­mi­na que la me­di­ca­ción es ine­lu­di­ble, no hay que “dar vuel­tas”. Si la per­so­na no to­ma la me­di­ca­ción, la pre­sión es­ta­rá ele­va­da cons­tan­te­men­te e irá da­ñan­do su or­ga­nis­mo. El pro­ble­ma se da­rá 10 ó 20 años des­pués, cuan­do se vean las con­se­cuen­cias; por eso la pre­ven­ción tie­ne que em­pe­zar hoy.    
 
@ La pre­ven­ción es hoy
 
En­tien­do que no hay una to­ma de con­cien­cia lle­va­da a la prác­ti­ca. La ma­yo­ría de la gen­te sa­be que el so­bre­pe­so es ma­lo, que co­mer mu­cha sal no es bue­no, que fu­mar no es bue­no; sin em­bar­go, nos es­tá fal­tan­do lle­var ese co­no­ci­mien­to a la prác­ti­ca.
La cul­pa de es­to es com­par­ti­da: de la so­cie­dad, que no ha­ce hin­ca­pié en es­tas co­sas, si­no que se en­fo­ca en cues­tio­nes más tri­via­les, y de los mé­di­cos, que to­da­vía no he­mos po­di­do ser efec­ti­vos en trans­mi­tir el men­sa­je de ma­ne­ra que la gen­te real­men­te se mo­ti­ve y cam­bie sus há­bi­tos. Tam­bién hay cul­pa por par­te de los go­bier­nos, que de­ben ayu­dar a di­fun­dir el men­sa­je en for­ma ma­si­va y ge­ne­rar me­di­das y pro­gra­mas por los cua­les a la gen­te se le ha­ga más fá­cil ha­cer es­tos cam­bios.
Si des­de el go­bier­no, sea mu­ni­ci­pal, pro­vin­cial o na­cio­nal, de­ter­mi­nás que to­dos los en­la­ta­dos no pue­dan te­ner más de de­ter­mi­na­do por­cen­ta­je de sal, eso ayu­da­rá. La idea de sa­car los sa­le­ros de las me­sas de los res­tau­ran­tes fue muy cues­tio­na­da y de du­do­sa efi­ca­cia; sin em­bar­go, fue la pri­me­ra vez que se plan­teó al­go de esa na­tu­ra­le­za y lo más im­por­tan­te fue que ge­ne­ró un de­ba­te so­cial. Es lo que ne­ce­si­ta­mos, ins­ta­lar es­tos te­mas en la po­bla­ción. 
 
Dr. Marcelo Orias, jefe de Servicio de Nefrología del Sanatorio Allende, codirector del Laboratorio de Genética de Hipertensión Arterial del Instituto de Investigación MyM Ferreyra INIMEC-CONICET y disertante en las IV Jornadas de Cardiología

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