¿La eterna presidenta?
Durante los últimos días en nuestro país se instauró, a mi punto de vista, una gran preocupación por los dichos de una posible reforma constitucional y reelección presidencial.
El debate sobre la reelección se suma a una serie de hechos que la mayoría de la población ha juzgado desafortunados: la salida de presos de las cárceles para participar de actos políticos, la defensa de Amado Boudou, el cepo cambiario, las campañas de adoctrinamiento por parte de "La Cámpora" en escuelas, que ahora parece redoblar la apuesta sumándose a los jardines de infantes.
Si fuese por el oficialismo ya modificaría la Constitución, pero como los números no le dan, apuesta a las elecciones legislativas del año próximo y a la necesidad de lograr el control de ambas Cámaras del Congreso, para lograr los dos tercios de los votos en Diputados y en el Senado que permitan declarar la necesidad de la reforma.
Al no ver muy claro el panorama, ahora los "cristinistas" van por otra reforma, la del Código Electoral, para que voten los menores de 16 años que según los datos del último censo del INDEC ascienden a los dos millones.
Lo claro es que la perpetuidad en el poder genera una pésima calidad democrática, no es una buena alternativa y lo correcto sería convertir aquellas ideas interesantes de este Gobierno en políticas de Estado y no en una reelección indefinida.
La democracia no se debe confundir con la aceptación de la voluntad desbordada de las mayorías. Su continuidad y legitimidad depende del respeto de los presupuestos del proceso democrático.
Para ser verdaderamente democrático, debe ser limitado y acompañarse del respeto del Estado de derecho que implica la separación de poderes y la sumisión de todos.
A mi entender, una nueva reelección podría desgastar el Estado de derecho y rompería la idea de que la Constitución es una regla de juego a la que todos nos sometemos en forma duradera.
Además, el marco legal funciona precisamente para controlar los abusos de poder y asegurar los derechos de las personas. Se impondría la práctica de que el gobernante puede cambiar las reglas constitucionales para favorecer sus intereses.
Una democracia genuina fortalece la participación y deliberación ciudadana.
Mientras la oposición se debería someter a sacrificios más exigentes para posibilitar la creación de un auténtico espacio alternativo de poder.
Iván Russo
DNI 34.277.988