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6 de Septiembre de 2012
Una familia, retratada por el uruguayo Pablo Stoll, en INCAA
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Imagen de “3”, el estreno de esta semana en la sala de la Medioteca

 

El Es­pa­cio IN­CAA  es­tre­na­rá hoy el fil­me "3", una co­me­dia dra­má­ti­ca di­ri­gi­da por Pa­blo Stoll Ward.
Se tra­ta de una co­pro­duc­ción de nues­tro país con Uru­guay, Ale­ma­nia y Chi­le.
Stoll, ci­neas­ta uru­gua­yo, es­pía con la pe­lí­cu­la la co­ti­dia­nei­dad de una fa­mi­lia en cla­ve de tra­gi­co­me­dia y ab­sur­do. 
Po­see cier­ta me­lan­co­lía, hu­mor ab­sur­do y asor­di­na­do, per­so­na­jes ab­sor­tos en su le­tar­go, de po­cas pa­la­bras, la ciu­dad co­mo es­ce­na­rio neu­tro aje­no al pin­to­res­quis­mo.
Cuen­ta los días de una fa­mi­lia, o lo que fue de ella, cu­ya es­truc­tu­ra en­de­ble in­ten­ta ser res­ta­ble­ci­da cuan­do Ro­dol­fo prue­ba un acer­ca­mien­to a Gra­cie­la, su ex mu­jer, y a Ana, su hi­ja, las que, co­mo él, es­tán pa­san­do por mo­men­tos per­so­na­les com­pli­ca­dos. 
“Son per­so­na­jes que es­tán cam­bian­do, los aga­rra­mos en el me­dio de ese cam­bio y hay du­das, ex­pe­ri­men­tos, idas y ve­ni­das”, acla­ra Stoll. Ro­dol­fo es den­tis­ta, pe­ro lle­na sus ho­ras con su ob­se­sión por las plan­tas, mi­ran­do pe­lí­cu­las clá­si­cas y ju­gan­do al fút­bol con aque­llos que le dan un po­co de bo­la; Gra­cie­la se pa­sa el día cui­dan­do a su tía en­fer­ma en un hos­pi­tal, don­de co­no­ce a un hom­bre con quien pa­re­ce en­ta­blar una re­la­ción; y Ana -qui­zás el per­so­na­je más com­ple­jo de los tres, aun­que to­dos tie­nen el mis­mo pe­so- vi­ve su ado­les­cen­cia co­mo anes­te­sia­da, con una re­bel­día con la que se en­fren­ta a sus pro­fe­so­res, sus com­pa­ñe­ros de co­le­gio y al se­xo opues­to. No le im­por­ta ni su via­je de egre­sa­dos a Ba­ri­lo­che ni par­ti­ci­par del cam­peo­na­to de hand­bol que se vie­ne. Pa­re­ce es­tar sus­pen­di­da en ese mo­men­to de tran­si­ción, ca­si una zom­bie a la es­pe­ra de su pró­xi­ma pre­sa.
Lo úni­co que pa­re­ce mo­ver su es­tan­te­ría emo­cio­nal -la que ima­gi­na­mos a pun­to de es­ta­llar- es la mú­si­ca. Es­cu­cha dis­cos -ac­ti­vi­dad que pa­re­ce he­re­da­da de su pa­dre- y va a con­cier­tos. De to­dos, es quien pa­re­ce te­ner un mun­do in­te­rior más abis­ma­do, o me­nos com­pren­si­ble pa­ra los que la ro­dean (“no sé qué te pa­sa, quie­ro que vuel­vas a ser mi ami­ga, co­mo an­tes”, le di­rá su me­jor ami­ga). 
La pe­lí­cu­la avan­za con gol­pes mu­si­ca­les con­cre­tos, y has­ta se ani­ma a una pues­ta en es­ce­na mu­si­cal, en un mo­men­to en­tra­ña­ble de la pe­lí­cu­la. La ban­da de so­ni­do co­mo ge­ne­ra­dor de in­ten­si­da­des (sue­na “Mo­tor Away” de Gui­ded by Voi­ces, por ejem­plo, una de las can­cio­nes más per­fec­tas que se com­pu­sie­ron al­gu­na vez) -aun­que a ve­ces se va­ya de ros­ca-. En esa ju­ga­da Stoll es cla­ro: “Que­ría que a los per­so­na­jes les im­por­ta­ra la mú­si­ca y por eso el rit­mo de la pe­lí­cu­la iba a es­tar ba­sa­do en esa mú­si­ca. La idea de usar co­sas del mu­si­cal es por­que me gus­ta echar ma­no a he­rra­mien­tas de to­do el ci­ne pa­ra con­tar co­sas y en es­te ca­so me pa­re­ció jus­ti­fi­ca­do. To­dos bai­la­mos, to­dos ha­ce­mos el ri­dí­cu­lo y a to­dos nos to­ca a ve­ces se­guir­le el rit­mo a los otros”.
En 3, la ma­ne­ra de ac­tuar de ca­da uno de sus per­so­na­jes se ca­rac­te­ri­za por ex­hi­bir ese ab­sur­do que, por ha­bi­tual -por fa­mi­liar- se vuel­ve im­per­cep­ti­ble pa­ra quie­nes lo ge­ne­ran, pe­ro gi­gan­te pa­ra el es­pec­ta­dor. Ahí, la co­me­dia: “Es una re­pre­sen­ta­ción far­ses­ca de una fa­mi­lia ti­po. Pe­ro no es una pe­lí­cu­la que res­pon­da a ese gé­ne­ro bas­tar­dea­do con el que se de­no­mi­na a las pe­lí­cu­las que te tie­nen que ha­cer cag... de la ri­sa”. El to­no uni­for­me con el que se de­sa­rro­lla la vi­da de es­tos per­so­na­jes es lo que per­mi­te el es­truen­do que se pro­vo­ca cuan­do una ac­ción de­ter­mi­na­da su­bra­ya cier­to pa­te­tis­mo, mar­ca­do so­bre to­do en el per­so­na­je de Ro­dol­fo, al bor­de del es­te­reo­ti­po, pe­ro que se sal­va de caer en él cuan­do nos da­mos cuen­ta de que las mis­mas bo­lu­de­ces que le ve­mos ha­cer son las que hi­ci­mos o ha­ce­mos -o nos hi­cie­ron- al­gu­na vez en nues­tra in­ti­mi­dad. Ahí es don­de 3 se ha­ce fuer­te: en sa­ber que nun­ca po­de­mos po­ner­nos por en­ci­ma de Ro­dol­fo, de Gra­cie­la o de Ana. So­mos tan pa­té­ti­cos co­mo ellos.
Se ve­rá en la sa­la de la Me­dio­te­ca hoy, ma­ña­na y el do­min­go a las 21.30.
La en­tra­da ge­ne­ral es de 5 pe­sos, ju­bi­la­dos 2,50 pe­sos.

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