Escribe: El Peregrino Impertinente
La laguna Mar Chiquita es uno de los máximos emblemas de nuestra provincia. Una fuente de biodiversidad de dimensiones extraordinarias, sólo superada en tamaño por las lagunas que se le hacen a la abuela: “¿Dónde se habrá metido el desgraciado del Toby y qué habré hecho con el pollo que iba a poner en el horno?”, se pregunta la pobre vieja, el pollo en la mano, el perro en el horno.
Ubicado en el noreste cordobés, a 220 kilómetros de Villa María, este espejo de agua salada tiene una superficie total de aproximadamente seis mil kilómetros cuadrados, lo que la convierte en la laguna más grande de la Argentina. Su silueta impresiona. Dicen que desde el cielo se ve de forma espectacular. Desde el infierno, en cambio, la señal se corta cada dos por tres y los orcos te muelen a palos cuando intentás acomodar la antena.
Pero las virtudes de Mar Chiquita no terminan ahí. Vale la pena, por ejemplo, subrayar la pluralidad de su fauna. Se calcula que unas 350 especies de aves viven en el lugar, la mayoría perteneciente a la familia de los patos, las garzas, los loros y los flamencos. También se puede encontrar gran cantidad de nutrias y, en los alrededores, especímenes de pecarí y aguará guazú. Todo eso se lleva a la olla y se deja cocinar por unas dos horas a fuego lento, con un chorrito de vino blanco. Por otro lado, destacan las islas que preñan la superficie y las playas, apostadas principalmente en la localidad de Miramar.
Para los fanáticos de la pesca, el argumento de la visita viene en forma de pejerreyes y corvinas negras. Para los seguidores de los deportes náuticos, muy recomendable resulta la práctica de winsdurf, entre otras disciplinas. Y para los curiosos, contarles que hace más de un siglo el sitio era conocido como “Laguna de los Porongos”. No hizo falta mucho sentido común para que los que están en la movida turística le cambiaran el nombre.