Escribe: Alberto Dearriba
La decisión del Gobierno de la ciudad de instalar un 0800 para que se denuncie la “intromisión” de la política en las escuelas y el proyecto de ley oficialista que otorga la posibilidad de votar a los jóvenes de 16 años representan a dos modelos de sociedad completamente opuestos.
Para la fuerza que gobierna la Capital Federal, la política es algo que debe quedar reservada, en principio, a los mayores y, en segundo lugar, a “los que entienden”. Creen en el saber de los “tecnopol”, que irrumpieron en las fuerzas políticas en los 90 con sus verdades reveladas. En cambio, el kirchnerismo visualiza la participación ciudadana casi como una obligación. Y considera a esa participación como la mayor garantía para contener a las corporaciones.
El máximo dirigente del Pro, Mauricio Macri, creció en la consideración de la sociedad presentándose como un outsider de la política, un empresario exitoso que no tenía necesidad de robar y que era capaz de gestionar con la supuesta eficacia del sector privado. Para emerger usufructuó del descrédito de la política generado en la década pasada.
En cambio, el fundador de la fuerza gobernante reivindicó siempre su militancia, enalteció a la dirigencia política y reconstituyó la imagen presidencial, que había caído al punto máximo de descrédito cuando la economía y las instituciones volaron por el aire en 2001.
Entre el “que se vayan todos” que coreaban los manifestantes en las calles porteñas y el río subterráneo que emergió en los funerales de Kirchner transcurrieron siete años de reparación política, económica, social e institucional.
La tarea reparadora se llevó a cabo mediante la aplicación de un modelo económico heterodoxo, que reniega de las recetas neoliberales que apoya Mauricio Macri y que fueron las que llevaron al colapso de 2001. El modelo neoliberal de los 90 se aplicó en cambio en la Argentina bajo los vientos que imponía el supuesto fin de las ideologías.
La resistencia del macrismo a que se realicen tareas políticas en las escuelas responde a la vieja concepción conservadora que indica que “a la escuela se va a estudiar”, como si la política estuviera divorciada de los textos con los cuales los chicos estudian Historia, Filosofía o Instrucción Cívica.
Para esa concepción ideológica esclerosada, el relato de la historia oficial es totalmente aséptico y no intervinieron en su construcción las ideologías de los autores de los textos escolares.
Los militares argentinos, en cambio, que veían subversivos debajo de la cama, llegaron a prohibir en 1976 hasta la matemática moderna.
Con todo, radicales y macristas vacilan frente al proyecto oficial que habilita a los jóvenes de 16 años a que voten si así lo desean, porque aunque acusan al Gobierno de una maniobra electoralista, temen el castigo en las urnas por parte de quienes accedan al nuevo derecho. En suma, no quieren aparecer oponiéndose por una cuestión también “electoralista”.
Por supuesto que quienes impulsaron el proyecto de habilitar el voto joven evaluaron seguramente la conveniencia partidaria, pero está claro que la iniciativa encaja perfectamente en el modelo de sociedad a la cual el kirchnerismo intentó desde su inicio ampliarle derechos. Nadie puede omitir que la competencia electoral está en la naturaleza del sistema democrático en el cual el número tiene una importancia cualitativa.
También debe haber pensado en términos partidarios el ministro porteño de Educación, Esteban Bullrich, cuando decidió tiempo atrás facilitar las denuncias de los chicos que impulsaran tomas de colegios. Y mucho más cuando habilitó el número de teléfono para que se denuncien actos políticos en las escuelas.
Ocurre que el cuco social del momento, La Cámpora, no tiene todavía en las escuelas secundarias el desarrollo que exhiben fuerzas de izquierda clásicas en los centros de estudiantes. Pues bien, la denuncia apunta precisamente a frenar el avance del supuesto monstruo.
Nada mejor puede pasarle a un adolescente que comenzar a pensar en términos políticos, a reflexionar sobre el modelo de sociedad que desea.
Pocos ejercicios intelectuales son capaces de combinar varias disciplinas científicas como la política. Y son los jóvenes los que pueden pugnar con mayor eficacia y posibilidades un cambio que acerque más justicia social a los argentinos.
Aunque no lo logren, marchar en ese sentido es mucho más saludable que dedicarse sólo a menesteres más superficiales como discutir cuál es la mejor marca de jeans o a adoptar adicciones que atenten contra la salud.