En el año 1992 Juan Quiñones integraba la legión de nuevos desocupados que quedaban fuera del sistema, tras las privatizaciones de la década liberal que vivió nuestro país.
Como ferroviario, tarea en la que se desempeñó desde los 25 años de edad, vivía en Buenos Aires trabajando como conductor del tren que unía la Estación de Retiro con Tigre. Residía en Buenos Aires con su familia, deseando poder volver a su Villa María natal en busca de tranquilidad y menos estrés. “El nivel de accidentes allá era alto y por eso vivíamos un importante desgaste físico”, recordó Quiñones, vecino del barrio Mariano Moreno.
Soñando con volver, compró un terreno en el lugar por el equivalente a 400 dólares actuales. “Hoy, el mismo terreno está a 50.000 dólares”, informó, dando cuenta de cómo subieron los valores de las tierras en la ciudad en general y en el barrio en particular.
“En 1992 me pude hacer mi casa. A los cimientos y las paredes alcancé a levantarlos con la indemnización del ferrocarril, pero no me alcanzó para terminarla. Agradezco la posibilidad de un crédito del Instituto Provincial de Vivienda, que estaba acá en Villa María, porque así pude techarla e irnos a vivir con la familia. Si no, la verdad, no sé cómo hubiésemos hecho sin trabajo para pagar alquiler”, dijo.
Al irse a vivir al barrio, no contaba con los servicios básicos. “Ni electricidad había. Los primeros meses me prestaban la luz los vecinos hasta que pasó por todo el barrio”, recordó.
El barrio creció, llegaron todos los servicios y, si bien falta el pavimento en las calles interiores, hay accesibilidad. “Antes, había días en los que era imposible entrar o salir”, señaló.
Después de la energía eléctrica, recuerda con mucha alegría el momento en que llegó el gas natural, durante la gestión de Miguel Angel Veglia. “Fue un gran alivio para el bolsillo porque para una familia no te alcanzaba un tubo de 45 kilos de gas envasado a un costo tremendo”, dijo.
Luego vinieron el agua y las cloacas.
“El servicio de transporte es peor ahora que antes. Porque antes, había un colectivo -viejo, sí-, pero cada 15 minutos y hoy tenemos uno cada 40 minutos. Es lamentable”, dijo.
Pese a todo, recuerda que sus hijos “vivieron con mucha felicidad el traslado desde Buenos Aires porque aquí todo era una cancha de fútbol. No había nada, estábamos rodeados de campitos. Con decirte que las calles tenían césped porque no había tránsito de autos por la zona”, señaló.
Luego, “con el fenómeno de la soja se empezaron a hacer muchas casas hasta perfilarse el barrio como es hoy”.
Sueños
Quiñones es un militante. Militante que excede las fronteras de una organización o un partido político. Es un militante de la vida, defensor de derechos colectivos.
“Mi raíz es peronista, pero me alejé cuando nos enojamos con (Juan Domingo) Perón, cuando pidió que desensilláramos hasta que aclare”, recordó, al referirse a los agitados años 70.
Pasó por el Partido Socialista y sigue militando en diferentes organizaciones sociales. Está allí, donde hay causas justas para luchar.
Quiñones valora la comprensión social de hoy, donde todos entendieron que la premisa de los 90, del “sálvese quien pueda”, no corre más.
“Cuando fui a vivir al barrio, por ese ‘sálvese quien pueda’, no había un sentimiento de vecindad. No estaba la conciencia de trabajar juntos por un objetivo común. Recién ahora te puedo decir que se va generando. Un ejemplo de ello fue el fin de año pasado, cuando todos los vecinos de la cuadra nos juntamos en la calle a despedir el año”, señaló.
En lo personal, recuerda el sufrimiento de los años sin trabajo. “Cuando me despidieron del ferrocarril quedé fuera del sistema, fuera del mundo”, dijo. Sufrió depresiones que le causaron enfermedades físicas.
“Me salvó la Universidad Nacional de Villa María. Comencé a estudiar sin haber terminado el secundario y volví a sentirme útil. Con la carrera -Desarrollo Local y Regional- abrí más la cabeza y me curé de todas las enfermedades que padecía”, concluyó.
EL DATO
El barrio Mariano Moreno está enmarcado por la ruta 158, la calle Vélez Sarsfield y la 12 de Octubre, extendiéndose hacia el sur hasta el río.
En casi todos los baldíos se ve el ritmo de construcciones de departamentos, oficinas y mejoras en los predios de recreación.