Escribe: Daniel Rocha
(de nuestra Redacción)
Inmutable. Como sumergida en un mundo paralelo. Así, en ese estado de aparente impavidez, María Soledad Oliva Paradela escuchó el contundente fallo judicial que la dejará en la cárcel hasta fines del año 2045, si es que -como se prevé- la sentencia queda firme.
Algunas horas antes, cuando el fiscal Francisco Márquez desmenuzaba una por una las numerosas pruebas que la incriminaban, la confesa asesina de Andrés y Lucas permaneció tan inmóvil como ausente.
Aunque cueste creerlo, durante los más de 120 minutos que duró el alegato del acusador público, María Soledad pareció literalmente petrificada en el banquillo.
No hubo gestos, ni muecas, ni movimientos que denotaran que “algo” estuviera pasando por sus entrañas. Nada. Dos horas sin siquiera mover un brazo, y siempre como “escondida” detrás de su larga y abundante cabellera.
Algo similar ocurrió cuando alegó su defensor, Antonio Broggi, y pese a los gritos y ademanes del histriónico letrado, Oliva Paradela se mostró imperturbable… sorprendentemente imperturbable.
Un casi inaudible hilo de voz se oyó en la sala cuando, segundos antes de que jueces y jurados pasaran a deliberar para dictar sentencia, el camarista René Gandarillas le ofreció hacer uso de la última palabra. “Pido perdón”, dijo entre sollozos, y de inmediato se hundió en el más sepulcral de los silencios.
Lo demás es historia conocida. O quizás no tanto, porque más allá de una condena tan devastadora como lapidaria, resulta imposible de asimilar que una madre mate a sus hijos de una forma tan cruenta y desalmada como la empleada por esta joven villanovense.
Duele aceptar que una persona concebida para dar vida, la arrebate en cuestión de segundos y de una manera sanguinaria, feroz, casi bestial.
Entonces, ¿qué lleva a una mujer a cometer semejante atrocidad, si las pericias psiquiátricas -luego practicadas- determinaron con rigurosidad científica que María Soledad había comprendido la criminalidad del acto y, peor aún, que no presentaba una alteración morbosa de sus facultades mentales?
Y repasando el testimonio del psiquiatra forense Antonio Avalos, nos encontramos con que “no se detectó una enfermedad que justifique la conducta” de la homicida, una paciente epiléptica que presenta “dificultades en el control de sus impulsos”, según precisó el especialista cordobés.
Oliva Paradela padece un “trastorno de la personalidad grave, pero no es una alienada”, afirmó Avalos, en alusión a que no se trata de una mujer desequilibrada o psicópata. Y con sólo ese puñado de palabras echó por tierra la pretendida argumentación de inimputabilidad que desde un comienzo planteó la Defensa.
El fiscal Márquez fue más específico y habló de “ira”. En efecto, cuando declaró el primer día del juicio, el esposo de María Soledad, Fabián Lozano, abrió una puerta a muchas conjeturas: “No sé que le pasó… tal vez tuvo un ataque de locura, o un ataque de ira”.
“¿De ira?”, inquirió Márquez enfáticamente, a lo que el testigo respondió: “Se juntó todo… ese día era el cumpleaños del hermano mayor, además estaba sin dormir, o tal vez la afectó la medicación que tomaba por sus convulsiones… no sé”.
A esta altura de los acontecimientos, quizás sólo María Soledad tenga una respuesta… si es que la tiene.
Por lo pronto, el ya emblemático “caso Oliva Paradela” quedará marcado a fuego como uno de los más estremecedores asesinatos de la historia policial y judicial villamariense, imposible de comprender desde la lógica racional.
No es para menos.
El dato
Si la sentencia queda firme, María Soledad podrá pedir la “libertad condicional” a mediados de diciembre del año 2045. Para entonces tendrá 62 años de edad.
El número
35... los años de prisión que debe cumplir una persona que es condenada a prisión perpetua.