Una tía de María Soledad Oliva Paradela (29), la joven mujer que fue condenada a prisión perpetua por haber degollado a sus pequeños hijos, entregó a EL DIARIO una extensa carta en la que relata algunos pormenores de la familia en cuyo seno se produjo uno de los dramas más impactantes de los últimos años en esta parte de la geografía cordobesa.
Se trata de la docente Beatriz Susana Paradela, radicada en la capital provincial, quien mantuvo -y aún mantiene- un estrecho vínculo afectivo con María Soledad Oliva Paradela y su esposo Jesús Fabián Lozano.
A continuación se transcribe textualmente lo que Beatriz escribió en su “diario personal” poco antes de viajar a Villa María para declarar en el juicio a su sobrina.
Diario personal
Córdoba, miércoles 5 de setiembre de 2012.
Ayer, siendo las 20.45, me llegó la notificación judicial para actuar como testigo de la defensa de mi sobrina, María Soledad Oliva Paradela, autora del asesinato de sus hijitos Andrés Samuel y Lucas David Lozano, de 5 años y 7 meses, respectivamente.
Quiero dejar asentado por escrito que la considero inimputable (inocente).
Conozco a Soledad desde pequeña (bebé). Siempre fue una niña muy observadora y callada. Le gustaba dibujar y pintar desde muy niña.
No pudo concluir sus estudios primarios, pues es epiléptica desde que nació. Desconozco el tipo de epilepsia que padece con exactitud, pero de acuerdo con exámenes y análisis neurológicos que se efectuaron en la cárcel de Bouwer, tiene una progresiva arterosclerosis y sin medicación padece convulsiones, con perdida del conocimiento.
Desarrolló su vocación por las artes plásticas: se dedicó a pintar en tela y pintar al óleo y acrílico cuadros que revelan una gran profundidad sensible. Es decir, una sensibilidad muy delicada. Emocionalmente muy frágil y propensa a caer en depresión.
Mis primos María Teresa Paradela (nacida en Villa Nueva) y Eduardo Oliva, papás de Soledad, mantuvieron relaciones afectivas muy obstaculizadas por las circunstancias económicas, muy variables y por el desgraciado suceso de la muerte de su primer hijo, Samuel, en un accidente vial ocurrido en Catamarca. Entonces, Samuel contaba con 15 años, actualmente tendría la misma edad que mi hijo David, es decir 37 años.
Otros hijos vinieron después de Samuel: Marcos, Nohemí, Soledad, Roque y Humberto. Comulgaron con la Iglesia Evangélica, pues Eduardo Oliva condujo a su familia por ese sendero espiritual, con sus beneficios y sus defectos, pues son sectas cristianas fundamentalistas, donde el bien y el mal juegan un rol fundante para la valoración del ser humano: la persona.
El bien lleva al cielo. El mal lleva al infierno: sufrimiento sin fin.
Soledad siendo tan niña, debió absorber esta ideología y ver la vida desde el punto de vista teológico.
Los conflictos familiares de mis primos continuaron ininterrumpidamente. Pero la voluntad de ambos fue siempre la unión familiar. No obstante, Eduardo tuvo desequilibrios emocionales que alteraron su vida matrimonial, con repercusiones que afectan a su vínculo aun en el día de hoy, ocasionándole muchos dolores morales que perturban a mi prima María Teresa, a sus hijos e incluso a él mismo, desgraciadamente.
Pero que no son ni definitivos ni tampoco irremediables y que aún pueden encontrar los cauces pertinentes de solución que solamente a ellos les compete. Su unión, aunque conflictiva, es muy profunda, pues abrigaron siempre expectativas de un diálogo sentimental.
Soledad reaccionó apartándose de su padre y refugiándose en su madre y esposo (su familia). No obstante, su desesperación -primero a veces y después más frecuentemente- me la contaba por teléfono o aquí en Córdoba.
Iniciamos así una comunicación permanente con Soledad. En una primera etapa de su matrimonio, ella era muy feliz con Fabián. Diría que vivía para él y su hijo Andrés. Me llamaba a cualquier hora para charlar cuando se sentía sola o aburrida o para pedir alguna consulta sobre recetas de cocina para cuando volviera Fabián de su trabajo.
Ella estaba ilusionada con tener otro bebé y que a Fabián y a ella les gustaría una nena. Pero si fuera un varón, con igual entusiasmo lo esperarían.
Desgraciadamente por su medicación epiléptica tuvo que cuidar este segundo embarazo con reposo permanente por al menos seis meses, debido a los conatos de pérdida que tuvo.
Se le controló eficientemente este embarazo (después supimos, en el juicio, que la medicación no surtía los efectos deseados). Pero Soledad no podía moverse ni bajarse de la cama, etcétera. Y quedó a su cargo la crianza y cuidado de Andrés mientras Fabián trabajaba.
Muy inquieto, curioso, alegre y emotivo era el niño. Y Soledad no sabía cómo contenerlo en esta circunstancia, cuando quedaba sola con él y ella en la cama. Yo recibí numerosos llamados telefónicos en esta etapa. Sus hermanos la ayudaron proveyéndole la comida y otros cuidados, pero llegó un momento en que esta situación fue agotadora para todos. Ello resulta comprensible. El día que la doctora le dio permiso para levantarse, inmediatamente y muy contenta me llamó.
Así nació Lucas David (por cesárea).
Después del parto tuvo que realizar controles médicos en Córdoba, de modo que venían de visita a mi casa. Aquí conocí a Lucas David, a quien cambiamos los pañales en la mesa de la cocina. Si bien la noté más agotada a Soledad, no vi nada raro en su conducta, sólo mucho estrés.
Seguimos comunicándonos por teléfono, pero la percibí decaída, medio desmoralizada, pues estaba desbordada con las dos criaturas, la casa, las tareas domesticas, el trabajo de su esposo, etcétera.
Dos días antes de que ocurrieran los tristes acontecimientos me llamó y textualmente me dijo: “Me siento muy cansada”, “es mucho trabajo”, “es un quilombo todo”. Traté de sostenerla moralmente y le dije que era sólo una etapa “brava”, difícil, que todas las parejas pasan. No me dijo nada de que se cumpliría un nuevo aniversario de la muerte de su hermano Samuel.
Los tristes sucesos, que son de público conocimiento, los supe a través de Radio Mitre y Canal 12, en su noticiero del mediodía. ¡Me quise morir! Viajé a Villa Nueva al día siguiente y encontré a mis primos muy acongojados. Por ellos conocí más detalles de lo acontecido. Y lo que iba publicando la prensa escrita y televisiva.
Me imaginé la desesperación de mi querida prima María Teresa y de Eduardo y, sin dudarlo, fui a conversar con ellos. Estaban consternados, desesperados, azorados, no sé cómo explicarlo. Seguramente habían llorado mucho ya y estaban agotados. Se alegraron con mi visita sorpresiva y almorzamos hablando del tema, mientras ellos acudían a los llamados de la Policía Judicial, que los requería en su domicilio. “Esto recién comienza”, dijo Eduardo. “Hay que prepararse para tener paciencia”.
Almorzamos. A las 16 horas, aproximadamente, llegó de sorpresa Fabián, cambiado, de buen aspecto, sin signos de llanto, pero muy tenso y enojado con Soledad, de la cual decía “me voy a divorciar en cuanto pueda, nunca pensé que llegaría a tanto”. Dejó cuatro bolsas de ropa de Soledad y se quejó amargamente de ella, medio increpando a los padres.
Eduardo callaba. María Teresa siempre le propiciaba un trato cariñoso y comprensivo. Luego se fue. Al rato vino con otras bolsas de ropa de Soledad. Ya estaba menos tenso y se lo notaba muy dolorido.
Hablé con él: “Fabián, te has casado con Soledad plenamente enamorado y ella también te ha amado y te ama. No sé qué pudo haberle pasado por su mente, pero has desempeñado todos los roles, has sido su esposo, amante, compañero, padre y madre. Has sido su refugio y su ilusión de un futuro mejor. Has dado y seguís dando toda tu alma por tu familia. ¿Vos creés que con el problema tan grave que padece Soledad, y que vos asumiste cuando te casaste con ella, hubiera podido educar a esos niños? ¿No creés que, impedida como estaba, en algún momento ‘esto’ u otros problemas se hubieran presentado, a medida que los chicos crecían? Pero nadie tiene la bola de cristal ni puede predecir el futuro. Vos sos cristiano católico apostólico romano como yo y sabés que nadie está exento. ¿O no estamos en misión permanentemente? ¿Jesús no dijo ‘el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra’? ¿Y por qué lo dijo? Creo yo, porque comprendió al hombre con todas sus debilidades. Fuiste y sos un hombre bueno, ¿qué más querés? Yo sé que te duele en el alma, que estás quebrado, pero tenés en vos una fortaleza extra: la fe. Si mi tío Pocho (Arturo, padre de María Teresa) viviera, estas cosas no hubieran ocurrido. ¡Estoy segura! Sabés cómo te quiero y aprecio tu persona, no te dejés vencer. Luchá.”
Su rostro se apaciguó, se descontracturó y nuevamente les reprochó a María Teresa y Eduardo la insuficiente compañía que habían dado a Soledad. Y se fue.
Así se consolidó mi relación afectiva con Fabián Lozano, y desde ese momento me propuse acompañarlo en su larga tarea de afrontar esta situación. Tengo plena confianza en él y en mi vida no he visto (salvo mi madre) a alguien tan consecuente con sus sentimientos de amor. La Iglesia Católica de Villa Nueva lo contuvo en todo sentido y ahora viajamos periódicamente para visitar a Soledad en Bouwer.
Ella ha mejorado notablemente allí. Ha desarrollado capacidades que estaban bloqueadas, está medicada y controlada psicológica y psiquiátricamente muy bien. Su enfermedad es controlada eficientemente y ha cesado su desasosiego: ahora pinta, hace artesanías, gimnasia, ayudantías de cocina, se ocupa de sus cosas (higiene), etcétera.
Se ha socializado con sus compañeras y ambas (ella y yo) somos felices. Sé que no podrá estar nunca más sola. Es una paciente en riesgo permanente (recurrencias). Espero que, sea donde sea, siga así y que ese desorden afectivo de tantos años, que sobrellevó como pudo, no vuelva más a mortificarla ni a desequilibrarla. Abrigo esperanzas para que siga su recuperación. Su esposo aún desea un hijo de ella, aunque sea en prisión, pero desea que continúe la vida.
¡Y pensar que hay padres varones que no dudan en matar a su esposa e hijos por celos! ¡Y pensar que hay tantas mujeres que desean concebir y no pueden y tampoco pueden sentir el tibio roce de la piel de una criatura humana!
Prof. y Lic. Beatriz Susana Paradela de Rizza
DNI 10.173.991
Ramón Escuti 1912
Córdoba capital
Observaciones: algunos datos los he conocido cuando testimonié ante la Cámara del Crimen de Villa María, el 6 de setiembre, agregándolos a mi texto original.