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16 de Septiembre de 2012
Transitando los caminos de la historia - Nota 308 - Parte 2
1891: inundación en las Villas
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Es­cri­be:
Je­sús Chi­ri­no
 
(Con­ti­núa de la se­ma­na pa­sa­da).
(...) A las sie­te de la ma­ña­na, los ve­ci­nos fue­ron sor­pren­di­dos por la no­ti­cia de que las aguas del río des­bor­da­ban. Cre­cían con ra­pi­dez y fuer­za, pe­ro na­die se ima­gi­na­ba que po­co tiem­po des­pués la po­bla­ción es­ta­ría in­va­di­da por el lí­qui­do ele­men­to. Se­gún la pu­bli­ca­ción men­cio­na­da “a las nue­ve ya to­do era con­fu­sión en­tre el ve­cin­da­rio, y a las 10 AM só­lo se oían las fa­tí­di­cas pa­la­bras de: ¡sál­ve­se quien pue­da!”
 
Tam­bién so­li­da­ri­dad
 
En si­tua­cio­nes co­mo esa, crí­ti­ca y do­lo­ro­sa, se ex­pre­só lo hu­ma­no en to­do su aba­ni­co de po­si­bi­li­da­des, des­de los ges­tos al­truis­tas has­ta aque­llos que apro­ve­cha­ron la oca­sión pa­ra ha­cer­se de lo que no les per­te­ne­cía.
Así, por las no­ches, apro­ve­chan­do que al­gu­nas ca­sas fue­ron aban­do­na­das por sus mo­ra­do­res, se al­za­ron con to­do lo que en­con­tra­ron de va­lor. Pe­ro en me­dio de ese cli­ma tam­bién flo­re­ció la so­li­da­ri­dad. Eso po­si­bi­li­tó que va­rios de los ve­ci­nos eva­cua­dos pu­die­ran re­fu­giar­se en los va­go­nes que pa­ra tal fin dis­pu­so el je­fe de es­ta­ción, Mis­ter Jo­nes. 
Por su par­te, y se­gún des­cri­be el cro­nis­ta de la épo­ca, la fir­ma Ber­nar­do Fer­nán­dez y Cía ce­dió “un gran ca­jón que les ser­vía pa­ra en­ve­ne­nar cue­ros y el que es­tá pres­tan­do gran­des ser­vi­cios, sir­vien­do de bal­sa en el pa­so que es­tá del otro la­do del puen­te”.  Pe­ro no só­lo ve­ci­nos de las Vi­llas cru­za­ron el río en aquel ca­jón con­ver­ti­do en em­bar­ca­ción. 
En la pá­gi­na seis del fo­lle­to de “El Pro­gre­so” se des­ta­ca que “en­tre los pri­me­ros via­je­ros que ayer pa­sa­ron al otro la­do en la im­pro­vi­sa­da bal­sa, se cuen­ta el se­ñor go­ber­na­dor, se­ñor Ju­lio As­tra­da y al­gu­nos otros ca­ba­lle­ros”.  
Las lo­ca­li­da­des su­frie­ron cuan­tio­sos da­ños, edi­fi­ca­cio­nes des­plo­ma­das co­mo las pro­pie­da­des de Juan Eche­ga­ray y el de­pó­si­to de vi­nos de Do­min­go Oli­ve­ro, en­tre otras. Pe­ro las ma­nos ge­ne­ro­sas de al­gu­nos ve­ci­nos se ele­va­ron pa­ra pro­por­cio­nar ayu­da a los más hu­mil­des. 
Así, por ejem­plo, en el mer­ca­do de Vi­lla Nue­va se mon­tó una ofi­ci­na de la Cruz Ro­ja pa­ra aten­der a to­das las fa­mi­lias que ne­ce­si­ta­ban ser so­co­rri­das con di­ne­ro. 
Tam­bién des­de el Es­ta­do sur­gió al­gu­na ayu­da, así el je­fe po­lí­ti­co hi­zo sa­ber que le ha­bía te­le­gra­fia­do el mi­nis­tro del In­te­rior, ge­ne­ral Ju­lio A. Ro­ca, pa­ra de­cir­le que con­tri­bui­ría con qui­nien­tos pe­sos pa­ra ayu­da de las víc­ti­mas.
 
Agua por to­da la zo­na
 
Vi­lla Nue­va fue es­pe­cial­men­te cas­ti­ga­da por el fe­nó­me­no de la Na­tu­ra­le­za. Des­con­so­la­dor fue el tér­mi­no que se usó en el fo­lle­to re­fe­ri­do a la ho­ra de des­cri­bir la si­tua­ción. Allí se es­cri­bió “no pue­de ser más tris­te y des­con­so­la­dor el as­pec­to que pre­sen­ta Vi­lla Nue­va: las ca­lles com­ple­ta­men­te inun­da­das de agua y cu­bier­tas al­gu­nas con los es­com­bros de los edi­fi­cios que se han de­rrum­ba­do, le dan el as­pec­to de una po­bla­ción en rui­nas”.  
Más ade­lan­te el cro­nis­ta res­pon­sa­ble de la pu­bli­ca­ción se­ña­la que “a du­ras pe­nas lo­gra­mos ayer po­der lle­gar has­ta una cua­dra más acá de la pla­za, no pu­dien­do con­ti­nuar más ade­lan­te a cau­sa de la gran can­ti­dad de agua que con im­pe­tuo­sa ra­pi­dez co­rría por las ca­lles; pe­ro no obs­tan­te es­to, ya nos he­mos po­di­do for­mar una idea exac­ta del es­ta­do en que se en­con­tra­rá el res­to de la po­bla­ción”.
La inun­da­ción tam­bién afec­tó otras lo­ca­li­da­des de la zo­na. Así des­de Pam­pa­yas­ta in­for­ma­ron que los da­ños fue­ron cuan­tio­sos pues la cre­cien­te arras­tró vi­vien­das, sem­bra­díos y ga­na­do. En Yu­cat las pér­di­das fue­ron til­da­das de “co­lo­sa­les, pues to­do cuan­to ha­bía plan­ta­do ha si­do arra­sa­do por las aguas”.  
El fo­lle­to tam­bién se­ña­la qué pa­só en Cár­ca­no, “en es­ta po­bla­ción el agua su­bió co­mo has­ta un me­tro de al­tu­ra, cau­san­do gran­des per­jui­cios en las se­men­te­ras y edi­fi­cios, vi­nién­do­se al sue­lo al­gu­nos de és­tos. Des­pués de la inun­da­ción y por la no­che, se de­sen­ca­de­nó una es­pe­cie de ci­clón, el que cau­só un muer­to y tres he­ri­dos a con­se­cuen­cia de ha­ber­se des­plo­ma­do las vi­vien­das en don­de dor­mían esos in­fe­li­ces”.
 En los po­bla­do­res aún es­ta­ban fres­cos los re­cuer­dos de las gran­des inun­da­cio­nes que en 1878 y prin­ci­pios de 1879 ha­bían cau­sa­do des­tro­zos en Vi­lla Nue­va. 
A raíz de esos su­ce­sos se eri­gió un gran te­rra­plén a mo­do de de­fen­sa pa­ra que las aguas del río Cta­la­mo­chi­ta -en­ton­ces co­no­ci­do co­mo Río Ter­ce­ro- no vol­vie­ran a so­bre­sal­tar a la po­bla­ción. 
Pe­ro en 1891 las aguas ba­ja­ron em­bra­ve­ci­das y na­da de­tu­vo su des­truc­ti­va mar­cha. 
Día tras día avan­za­ron tan­to por las ca­lles de Vi­lla Nue­va co­mo de la ve­ci­na Vi­lla Ma­ría, de­jan­do a fa­mi­lias com­ple­tas sin un hu­mil­de te­cho ba­jo el cual vi­vir. Aquel fi­nal de 1891 el río gol­peo va­rios días y ca­da vez pro­vo­ca­ba más te­mor en­tre los lu­ga­re­ños. 
Así lo re­gis­tró el cro­nis­ta que es­cri­bió:  “Ayer co­mo a la 1 AM fui­mos sor­pren­di­dos por una llu­via to­rren­cial acom­pa­ña­da de un fuer­tí­si­mo vien­to, que no ha de­ja­do de cau­sar per­jui­cios en las ar­bo­le­das y lue­go des­pués co­mo apén­di­ce re­ci­bi­mos otra vez la vi­si­ta ines­pe­ra­da del río, lo que vol­vió a cau­sar nue­vos sus­tos a los ve­ci­nos y las con­si­guien­tes dis­pa­ra­das”. 
Si bien ca­da tan­to nos si­guen vi­si­tan­do los fuer­tes vien­tos, la bra­vu­ra del río ha si­do do­mi­na­da por las obras de in­ge­nie­ría y ya no vie­nen mu­chos mie­dos mon­ta­dos en sus aguas.

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