El viernes por la noche se montó en el Teatro Verdi la promocionada obra “Lluvia constante” de Keith Huff, con la actuación de los reconocidos actores Rodrigo de la Serna y Joaquín Furriel, supervisados por uno de los directores del momento en la escena nacional, Javier Daulte.
Con un poco más de la mitad de la sala ocupada, los artistas salieron al ruedo intentando abordar una pieza compleja, intensa, dramática y de una demandante exigencia física.
La puesta, que se configuraba en la parquedad de un cementerio de escombros y tarros viejos, orientaba el perfil tremebundo de la trama descarnada que se iba tejiendo a medida que los protagonistas planteaban sus problemáticas comunes.
La historia, teñida de miseria y desesperación, se hundía en el submundo cruel y perverso del trato policial (ambos son amigos y agentes del orden) con personajes bien marginales, como dealers, fiolos y prostitutas.
Los actores, que encarnaban a Rodo y Dani, debieron no sólo poner el cuerpo literalmente en escenas de interacción entre ambos o con la escenografía, sino también romper en ocasiones con la “cuarta pared”, para concretar atisbos de interacción con el público.
En materia de calidad, a las claras, Rodrigo de la Serna se roba la escena. Es un verdadero actor de raza, intrépido y versátil, que demuestra que puede interpretar cualquier tipo de personajes, modificando matices, posturas y gestos en un santiamén, otorgando el rasgo verosímil que exige una obra.
Furriel, en cambio, no llega a garantizar ese enlace imaginario y mágico que espera el espectador. Su rigidez y poca expresividad -máxime en parlamentos tan frenéticos- le juegan en contra aunque gana terreno en materia de destreza corporal.
Juan Ramón Seia