Una vieja casa ubicada sobre la ruta 9 y la calle Marcos Juárez fue en la que creció Dante Botta, quien vivió allí desde que tenía un año de edad.
Hijo de un trabajador ferroviario, habla del barrio Belgrano como parte inseparable de su identidad y la de su familia.
“Acá estoy desde hace 55 años. Tengo 56, así que imagínese que acá está mi vida”, dijo a EL DIARIO En los Barrios.
Desde su casa, el hombre que batió récord con su colega Fernando Rasso elaborando durante 24 horas seguidas 6.598 medialunas en la Maratón que se hizo el último fin de semana en la ciudad, nos habla del barrio que lo vio crecer.
“La ruta tenía un solo carril para cada lado y había una hondonada que se llenaba de agua con cada lluvia. Para nosotros era un río. Disfrutábamos cada día como si fuera el mejor río del mundo”, relató.
“Nosotros nos criamos sin luz. La energía eléctrica llegó al barrio cuando yo tenía unos 15 años. Antes nos juntábamos debajo del único poste de alumbrado público que había. Era otra vida”, agregó.
Botta explicó que los primeros recuerdos que tiene son de un barrio sin calles, en el que se circulaba por donde las bicicletas dejaban la huella. “Donde ahora está la Clínica de los Camioneros, estaba la Empresa Láctea Villa María, presidida por Sorzana. Después fue Lactodea”, recordó.
En donde hay una estación de servicios -la primera fue una Isaura- había un criadero de cerdos. Metros más allá había un espacio donde pastaban caballos, lo que da una idea de la tipología, todavía rural, que tenía el barrio.
“Había pocos negocios. Yo me acuerdo el almacén de doña Deolinda, que vendía todo suelto, y de la verdulería de doña Carola y don Julio”, dijo Botta.
En esos pasajes de su infancia, recuerda a su abuela mandándolo a comprar, al típico cocoliche, “un kilo de azúcar y turrón”.
“Yo me puse tan contento, porque mi abuela era medio ‘agarrada’ y no podía creer que me dejara comprar un turrón. Cuando llegué de vuelta, me retó tanto, porque en realidad lo que me había encargado era azúcar en terrones”, recordó. Ese día la abuela entendió que todo fue una confusión y lo dejó comer la mitad del ansiado dulce.
“Otro lugar lindo era el bosquecito de eucaliptos que estaba donde ahora funciona Larrosa Camiones. A ese lugar los catamarqueños que venían en mulas a vender nueces y arrope lo tomaban como un parador, por la sombra y la tranquilidad que daba el lugar”, dijo.
Los vecinos del Belgrano aprendieron a convivir con la cárcel, aunque en los primeros años era diferente. “Había unos 30 presos y gente que estaba por borracha o por alguna cosa así. No era como ahora”, recordó.
Está satisfecho de que la Unidad Penitenciaria haya construido baños para las visitas de los presos porque, en la actualidad, se generaba un problema para los vecinos de la zona aledaña al edificio carcelario. “Imagínese, hay gente que sale de su casa un día antes y si no tiene baño, no tiene muchas alternativas y termina ensuciando las calles”, dijo.
Cabe señalar que la cárcel local hoy alberga a más de 500 personas detenidas.
El trabajo
Botta es un hombre construido a fuerza de trabajo. Comenzó cuando tenía 11 años como repartidor en la bicicleta de la panadería La Técnica, fundada por Juan Carlos Molina.
Allí aprendió el oficio de panadero, pero a los 20 años se había cansado tanto que se juró “no volver más a la harina”. Sin embargo, volvió a las fuentes y hoy sostiene una empresa familiar desde su panificadora que, justamente, se llama Belgrano en honor al barrio de sus amores.
“Lo que pasa es que ahora es distinto, está todo tecnificado; antes tenías que hacer bollito por bollito. Hoy ponés la masa en una punta de la mesa y te sale el pan que querés por la otra punta”, explicó.
Igual, guarda, o más bien atesora, una vieja ralladora de pan, que fue la herramienta con la que retomó el oficio. “Cuando dejé La Técnica, vendía ropa y calzado. Eran los tiempos de ‘El Rodrigazo’ y los precios te cambiaban tres veces al día. Después entré como guardiacárcel y cuando se jubiló el panadero, me llamaron a mí. Parecía que estaba destinado a ese oficio. Así fue que compré la ralladora de pan y en la bicicleta Cinzia salía a comprar pan duro, lo rallaba y vendía en las pollerías”, dijo.
Es por eso que se define como un luchador. Así como luchó para crecer económicamente con su trabajo y fundar una familia (tiene cinco hijos y cinco nietos), así luchó como vecinalista para mejorar el barrio.
Fue presidente durante 12 años del centro vecinal y sigue vinculado a la actividad, dado que hoy forma parte, representando a la provincia de Córdoba, de la Comisión de Seguimiento del Congreso de Vecinalistas del país.
Al dejar su casa paterna eligió un lugar en el mismo barrio para vivir con los suyos, en la propiedad que habita desde 1981. “Cuando llegué no teníamos piso, vidrios en las ventanas, nada; pero acá estamos”, dice, con su sonrisa que brinda generosa a sus visitantes y que no esconde el orgullo que siente al hablar del barrio que lo vio crecer.
Lo que falta
El barrio sufre permanentemente el anegamiento de las calles debido a un incorrecto sistema de desagües.
Creen que una de las soluciones pasaría por terminar las obras de cordón cuneta que, actualmente, se están discutiendo en el seno del centro vecinal.
Otra de las acciones que reclamaron fue el semáforo ubicado sobre la ruta 9, dado que en horarios pico, los automovilistas deciden circular a alta velocidad por el lugar, evitando el peaje de la autopista.
Al parecer, el semáforo será colocado en el corto plazo.