Uno no puede sustraerse. Sortear sin pensar unas aglomeraciones de gentes que reclaman algo en las plazas; no está en nuestra forma curiosa de ver la vida. No hay caso y entonces uno mira, reflexiona, especula, vuelve a mirar y a veces, a sorprenderse.
Varios grupos grandes de personas confluyen una noche en varias plazas y calles de las principales ciudades del país para demandar, para reprochar cuestiones a alguien. Asuntos que suenan primordiales. Un grupo viene por la calle cantando a voz en cuello esta canción infantil: “En el cielo las estrellas/en el campo las espinas/y en la Tv del país/ la con... de fulana”. Otro aglomerado lo recibe así: “Fulana falopera, yegua, pu... y montonera”. Una señora compuesta y de tapado declara a la TV “estoy en contra de todo lo que hace esta mujer. La odio con toda mi alma”; a su lado una amiga reafirma “el marido se le murió en un rato, ella que se cuide”. Hay otros marchantes que se notan aún más encrespados: “Agarrame el 54% de ésta”, dice uno mientras señala sus genitales. Cerca de él un grupo exaltado da empujones a un periodista de TV. Otro manifestante le aconseja a la fulana “metete la Constitución en el or..., pu...”; unos muchachos le proponen al marido de la fulana que vuelva a buscarla y se la lleve con él. Parece que este hombre ha muerto.
Uno no quiere creer lo que ve y escucha, sobre todo porque no advierte en los protestantes una situación insostenible de hambre, desnudez o inminente peligro para sus vidas, por el contrario, se los ve bien ataviados, manifiestan libres, no hay fuerzas represivas presentes, el clima está benigno, a lo sumo algún que otro mosquito que pueda molestar, no más. Pero la muchedumbre insiste, mientras eleva como mástil el dedo mayor de la mano derecha “el que no salta es negro y partidario de fulana”.
Extraño país este donde ciudadanos más o menos pudientes en apariencia, expresan su demanda al borde de todo estribo. Parece nomás que esta tal fulana los pone a crisparse aquí y allá, hoy, mañana y siempre. Nuestra sorpresa aumenta cuando nos enteramos de que una alta casa de estudios ha calculado la indigencia del país en 4,5% y lo ubica a la vez entre las 15 naciones del mundo con menos desocupación. Es la Universidad Católica, una entidad que nada tiene que ver con el Gobierno de fulana. ¿Entonces?
Pero nuestra desorientación llega más lejos al leer los diarios de hoy, donde se afirma que encuestas realizadas en España ubican como principal destino de los jóvenes desocupados de la península, a este país de la fulana donde hay negros, vagos, en el que la gente desahogada está disconforme, donde gobierna la susodicha y los que quieren protestar protestan, insultan y denigran en nombre de la convivencia pacífica, mientras proclaman la necesidad de diálogo, consenso y democracia con el dedo mayor levantado hacia el cielo.
Por la noche, al mirar un programa político se ve a una conocida dirigente opositora, siempre ponderada por sus opiniones equilibradas y su dominio de sí misma, que afirma que en la aglomeración reciente había mucha gente pobre y que no hay que sorprenderse de su ropa porque, como sabemos, en este país los pobres visten muy bien.
Uno podría concluir admitiendo desorientación, no entender nada, todos están locos, es el país gataflora.
Pero hay otra posibilidad.
Algo nuevo puede estar sucediendo, algo a lo que no estamos acostumbrados, que nos saca de la rutina cotidiana, nos desestabiliza porque no estamos acostumbrados.
A ver: después de todo, ¿por qué me tienen que venir a cambiar algo que yo quiero que siga igual? ¿Por qué no me dejan tranquilo? Si lo único que yo quiero es seguir como hasta ahora, tranquilo, haciendo lo habitual, diciendo lo mismo de siempre, cada cosa en su lugar, cada carancho a su rancho, la zorra rica al rosal, la zorra pobre al portal y el avaro a las divisas. Así es la vida, siempre hubo ricos y pobres, hijos y entenados, las cosas son como son, entonces dejémoslas como están. Qué me vienen a mí con espejitos. Mejor malo conocido que bueno por conocer, caramba.
Sí, algo nuevo puede estar sucediendo en el país de fulana. El cambio.
David Metral