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El Museo se encuentra a la vera de la ruta 9, a apenas 52 kilómetros de Villa María |
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La guerra de las islas se fue hace mucho. Se fueron las bombas, la metralla, el terror. Lo que no se fue es la memoria.
Para ayudar a conservarla viva, para seguir bebiendo de sus enseñanzas, existen espacios especiales. Como el Museo Nacional de Malvinas de Oliva, probablemente el recuerdo más completo y mejor logrado de aquel triste capítulo de nuestra historia.
A la vera de la Ruta 9, a apenas 52 kilómetros de Villa María, el museo se empeña en su cometido. Y lo hace bien.
Un espacio de reflexión al aire libre, homenaje a los 640 argentinos caídos en batalla.
Aviones, armamentos y objetos que pertenecieran a los soldados son algunos de sus tesoros. Todo junto, conforma un paseo imprescindible.
El predio de cuatro mil metros cuadrados ofrece una pintura de sumo interés. En tal sentido, los aviones se llevan los titulares. Tres maquinas que cumplieron misiones durante la guerra: un BAC Canberra, un A-4C y un IA 58 Pucará.
El primero es un bombardero de fabricación inglesa, del que sólo quedaron seis una vez finalizada la contienda.
El segundo fue uno de los últimos en servir al ejército argentino, con más de 10 misiones llevadas a cabo durante el conflicto.
El tercero guarda encanto específico, al ser de fabricación nacional. Todos fueron reconstruidos con materiales originales, tanto del instrumental como del fuselaje.
Sin embargo, ninguna pieza del museo genera tantas emociones encontradas como la réplica a escala real de la proa del Crucero Belgrano.
Y es que en el interior de ésta, el visitante descubre una serie de elementos que le conmueve la inspección. Cascos, uniformes, mapas, armas, estampillas, fotos, cartas, banderas y otras muchas pertenencias de los ex combatientes descansan impulsando multiplicidad de sensaciones.
La sala lleva el nombre de Milton Pablo Galíndez, uno de los nueve soldados olivenses que estuvo en las islas y que falleciera en años recientes.
Su curiosa historia
El museo se inauguró en 1995, pero su génesis se remonta a muchos años antes. En 1984, el ciudadano local Gabriel Fioni, que por entonces contaba con apenas 13 años de edad, empezó a escribir a los familiares de los caídos.
Pasaron los años y el contacto se hizo cada vez más fluido, al punto que Fioni comenzó a recibir gran cantidad de material perteneciente a aquellos que se enfrentaron cara a cara con el potencial británico. Testimonio con el que esposas, padres, hijos y hermanos quisieron agasajar a quien tanta preocupación había demostrado por ellos.
Fue el embrión de lo que más de una década después se convertiría en el Museo Nacional de Malvinas. Emblema de Oliva y de todos aquellos que dejaron su marca de honor en un desolado rincón del Atlántico.
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