Todos los días, 75 niños de 45 días a 3 años (inclusive), llegan a las cuatro salitas del Centro Socioeducativo Arturo Illia, para compartir un espacio de sociabilización con sus compañeros, educarse y formar hábitos. Son los primeros pasos que dan estos pequeños villanovenses fuera de sus hogares. Y las maestras los reciben con amor. Hay revolución en miniatura por la presencia del fotógrafo. Los niños sonríen y le hacen preguntas a este cronista. Salen de las salas Los grillitos, Los dinos, Las estrellitas de mar y Las ovejas traviesas. Un cartel reza que este año "tengamos amor, esperanza, oportunidad y unión". Precisamente lo que buscan generar aquí, en uno de los tres centros socioeducativos de la ciudad. 

Hay cuatro docentes, una para cada sala con su auxiliar, dos cocineras y personal de limpieza. 

Si bien el horario es de 9 a 12, hay chicos que desde las 6.30 o desde las 7 están acá. Son una veintena, que llega antes porque sus papás trabajan. "Son hijos de personas que necesitan trabajar porque si no, no llegan a fin de mes", dijo la directora del Illia, Miriam Sosa, a EL DIARIO. Los progenitores pertenecen a una clase trabajadora, que quizás podrían pagar una guardería, pero viven con lo justo y no les sobra, según interpretan aquí. 

Las mujeres de la casa suelen ser empleadas domésticas. Muy pocos tienen empleo fijo y muchos papás viven de changas. También se observa que hay muchas mamás solteras que quizás luego formaron pareja.

Si bien en este momento trabajan al límite de la capacidad (en cuanto a número), la directora recalcó que "hay lugar para todos, si alguien necesita estar, se lo recibe".

Quienes llegan antes que sus demás compañeritos reciben una colación como cereales o algo por el estilo. A las 9 desayunan y luego se efectúan actividades pedagógicas y juegan en la sala. A las 11.30 almuerzan. La comida es variada y el menú es elaborado por una nutricionista. "Siempre hay algo que no les gusta, entonces se va variando", indicó Miriam Sosa.

El postre puede ser una fruta, flan o arrolladito.  A media mañana, los bebés comerán su banana o una manzana y los más grandes un yogur, cereal o gelatina.

La directora tiene 50 años y una carrera de casi tres décadas con los bajitos. Hace 10 años que está en el Illia. "El número se ha mantenido con el correr de los años y casi siempre terminamos el ciclo con 90 alumnos. No tenemos inscripción excluyente, en el año vamos tomando estudiantes"

.

"Los niños son una cajita de sorpresa. A diario vas descubriendo cosas. Son despiertos, curiosos", sonrió la directora. La docente remarcó que si bien se desarrollan diversas actividades pedagógicas, "nunca se deja de lado el juego". "El material didáctico les encanta. En la sala lo que más les gusta es el juego. Después tienen, claro, recreaciones en el patio", contó.

En este momento no hay entre el estudiantado algún nene que requiera enseñanzas especiales. Cuando los hubo, también hay una maestra integradora. Miriam, que tiene muchos años de experiencia, sostuvo que "antes eran más dóciles" y que "ahora cuesta motivarlos más para hacer un trabajo, son más inquietos y cuesta mucho lograr algunas cosas".