Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Hay una plaza que se llama San Martín, pero que poca pinta de plaza tiene. Se trata de una tenue colina aclimatada de pinos que oficia de punto neurálgico del pueblo. Desde allí, el viajero accede a una visual estupenda. Calles repletas de árboles y fondos montañosos que repiten la fórmula. Pocos espacios urbanos del sur nacional despiertan tantas ganas de salir a intimar con la naturaleza. La conexión del hombre con la Patagonia, a partir de ahora, será total.
Villa La Angostura es un pueblo de siete mil habitantes ubicado al sur de la provincia de Neuquén. Hermano de la Cordillera de los Andes y del lago Nahuel Huapi, tiene fama de punto exclusivo, de refugio de las clases altas (varios empresarios y figuras del jet set disponen de mansiones aquí). Pero basta con estudiar un poco el paisaje, reflexionar sobre lo insignificante de las posesiones ante semejante espectáculo y desligarse de asociaciones inútiles para darse cuenta de que cuando es hora de rendirle tributo a la creación, no existen ricos ni pobres. Ya con esa filosofía como brújula, uno se dispone a que los sentidos lo cortejen. Hay tanto para conocer. El Lago Nahuel Huapi, antes que nada. El mayor espejo de agua de la región hace a la esencia de la villa. Un soberbio manto de celeste accesible desde cualquier punto, eternamente engalanado por los cerros que lo circundan. Desbaratado, multiforme, acoge en las costas del municipio lugares de ensueño, como Puerto Manzano. Hacia el norte permite el contacto con el Brazo Rincón (uno de los siete brazos del Nahuel Huapi), la Isla Fray Menéndez o el Río Correntoso, que sirve de enlace con el lago homónimo. Todo ese maravilloso surtido se puede apreciar en el paseo por el agua o desde los miradores.
Después, habrá que ir buscando rumbo hacia los cerros. Un tridente destaca por sobre el resto: El Bayo, el Incajal y el Belvedere. Con la mira en este último nos vamos en franco ascenso. Unos tres kilómetros de paseo por bosques (colihues, lengas y michays adornando) y pendientes. El arribo proporciona la soberbia silueta de los lagos y los picos nevados de los Andes haciendo fondo.
Volviendo sobre nuestros pasos y tras un desvío, aparece la Cascada Incayal. Un salto de 50 metros que le pone el moño al día. Sinónimo de pureza y hermosura, no es la única en su tipo. En los alrededores, las cascadas Ñivinco y Río Bonito también se hacen piropear. Otra jornada albergará la caminata hacia la encantadora Laguna Verde y su custodia de cipreses y colihues, la llamada Selva Triste.
Un Parque, una joya
Para el postre, guardamos la joya mejor cuidada de Villa La Angostura: el Parque Nacional Los Arrayanes. Este espacio protegido se encuentra en el extremo sur de la Península de Quetrihué, accidente que nace en el pueblo mismo. A fines de alcanzar su seno, se pueden caminar los 12 kilómetros de bosque que lo anteceden o tomar el catamarán que sale desde el puerto local, en la Bahía Mansa.
Los que llegan se encuentran con un océano de anaranjados y castaños, tonalidades propias de los arrayanes. Arboles únicos en el mundo, en peligro de extinción, y que por eso son celosamente cuidados en esta área. La belleza que desprende el conjunto confirma que hablamos de un lugar especial. Villa La Angostura asiente desde la otra orilla y se hincha.