Abordar este tema nos da pie para analizar desde diferentes ópticas. Entonces lo haremos de variadas maneras.
Lo primordial es que pretendemos, cada año en este espacio, hacer docencia que sirva a la mejor calidad de vida y la seguridad.
La seguridad vial
Es una materia pendiente a nivel nacional a partir de la falta de educación en la materia por parte de una elevadísima cantidad de quienes conducen. Sea por ignorancia, por rebeldía o por la falta absoluta de responsabilidad, todos caben en la misma bolsa.
Si realmente se exigiera, como en países más rigurosos, el conocimiento de las reglas de conducción, nos sorprenderíamos de cuántos terminarían aplazados. Del mismo modo, si se sancionara con penas de aprendizaje y de tareas comunitarias a los infractores, cuántos deberían dejar el volante de su vehículo y ocupar su tiempo de descanso (o de trabajo) en prestar servicios sociales.
A todo ello es necesario agregarle una adecuada cuota de conocimientos que la ciencia y la tecnología nos ponen a nuestro alcance como herramientas fundamentales para lograr una riqueza ideal que vaya en ese sentido.
El sueño y el alcohol, los peores enemigos
Se ha dicho hasta el cansancio que “el alcohol al volante, mata”. Pero mucha gente no escarmienta y, en la mayoría de los casos, la vida no le da otra chance, ya es tarde.
La impericia, la velocidad y la imprudencia son ingredientes de un menú que merece reverse por la seguridad propia y de los demás, generalmente víctimas inocentes de la irresponsabilidad de quien causa el hecho.
Es ocioso hablar de la impericia. Hay gente que no está habilitada, desde lo básico de su manejo, para empuñar un arma tan peligrosa como un volante de auto, camión, colectivo o el manubrio de una moto.
Para qué hablar de la velocidad, si a los carteles que indican una máxima de “X kilómetros” los borramos con el acelerador y a veces se eleva en un 50% o 60% ese tope. ¿Acaso no lo sobrepasó a usted alguna vez cuando circulaba a 130 kilómetros en la autopista un auto de alta gama y lo dejó parado como poste? ¿A cuánto iba el otro? ¡A no menos de 160, 170 y hasta 200 por hora!
En sentido opuesto, conducir a velocidad inferior a la estipulada –generalmente 60 kilómetros- nos transforma en potencial peligro para los demás.
La señalización deficiente (muchas dobles rayas amarillas están borradas), el adelantamiento prohibido o temerario cuando no alcanza el espacio del sobrepaso, la falta de luces de todo tipo, el cruce de semáforos en rojo, la falta de apego a la vida por no utilizar casco los motociclistas, todo suma en contra.
Falta decir las consecuencias de la imprudencia, hermana melliza de la irresponsabilidad. La temeridad con que se desplazan muchos conductores, realizando maniobras reñidas con la seguridad y el respeto a la propia vida y de los demás (muchas veces familiares que lo acompañan), pone de manifiesto que no alcanzan las multas de la Policía Caminera que, dicho sea de paso, cuando la advertimos levantamos el pie del acelerador o nos quejamos “si estaban ocultos en el camino”. ¿Es que somos hijos del rigor y sólo cuando nos sentimos vigilados actuamos en el marco de la legalidad? ¿Así en el tránsito como en otros comportamientos de la vida?
Entonces, en ese menú encontramos con frecuencia la presencia del alcohol, el cansancio, el sueño, el desafío de seguir “un poco más y paro”.
Claro que como en nuestras incompletas autopistas no se ofrecen lugares adecuados para detenerse, es cada vez más extensa la lista de víctimas de tránsito.
Seguirá engrosándose irremediablemente.
¡Ah! No olvidar que las estadísticas de accidentes en ciudades y rutas dan que, en los últimos tiempos, son producto de la desatención producida por la utilización de los teléfonos celulares y por la distracción de ir consultando el GPS.
Datos para conocer
Cada 10 minutos se roba un auto y cada 6 minutos una moto en la República Argentina.
Cada 9 minutos es asaltada una persona en la calle y cada 17 minutos se produce un robo o violación de domicilio familiar o comercial.