Ya no sólo es un reclamo de las organizaciones sociales que se terminen los continuos sucesos de violencia machista que dañan, destruyen y hasta se llevan la vida de las mujeres.
“Puso música cuando quería dormir”, “me dejó por otro”, “yo la quería y se fue”, “me engañaba”, “era una p...”. Algunos de los argumentos que utilizan los hombres para justificar lo más injusto que pueda ocurrir en las relaciones de género: los femicidios. Es necesario dejar en claro que no se trata de una “enfermedad mental” lo que se lleva la vida de las mujeres a manos de sus parejas, ex parejas o maridos. Se trata de la histórica construcción cultural que posiciona a la mujer como objeto de pertenencia y posesión del hombre que mantiene con ella un vínculo afectivo.
“Sra. de…” es una costumbre que hasta en la actualidad se utiliza para nombrarnos. “Hasta que la muerte nos separe”, como si el compromiso del amor tuviera que romperse sólo ante una fatalidad. “Se viste como una p...”, “se comporta como una loca”, “no se dedica a sus hijos/as”, “tiene la casa hecha un desastre”. El lenguaje es un gran protagonista de las realidades que construimos en lo cotidiano. Nada inocente, cada una de las funciones, roles y estereotipos que se nos asignan a las mujeres nos ubican en una posición accesoria, altamente estructurada, ligada al cuidado de la casa, de los/as hijos/as, de los/as ancianos/as y de los hombres. Básicamente se nos otorga el reinado del hogar y todo lo que puertas adentro pueda ser importante para la atención de la familia. En muchos casos, podemos llegar a acceder al ámbito público, siempre que no queden tareas pendientes en el privado (en el hogar).
Las mujeres podemos decidir qué cocinar, cuándo lavar, a qué hora planchar y cuál será el día de limpieza general. Mas no podemos decidir libremente cómo vestirnos, adónde ir y con quién reunirnos. No podemos decidir cuándo y cuántas veces ser madres, cuándo y con cuántos tener relaciones sexuales. Y si nos atreviéramos a hacerlo, no faltarán los duros calificativos para quien se aleja de la norma y la expectativa social.
Cada uno de los aspectos que implica la construcción de las relaciones de género es una arista que configura la vida y la realidad de las personas. Las mujeres buscamos igualdad, luchamos por la equidad y nos merecemos respeto. No es justo que seamos discriminadas, maltratadas, excluidas, golpeadas ni asesinadas por hacer uso de la facultad que toda persona goza en una vida libre y democrática: poder elegir. Tampoco es justo que miles de mujeres vivan bajo el martirio de la violencia machista porque no tengan a quién acudir. En definitiva, no hay respuestas por parte del Estado ni de la sociedad en su conjunto.
Desestimar y rechazar todo lo que promueva la desigualdad de género es una tarea que nos involucra a todos y todas. A la vez, quienes tienen responsabilidades institucionales ya no pueden mirar para otro lado.
En nuestra ciudad, en los últimos años se recibieron más de 2.000 denuncias y se estima que sólo una tercera parte de las mujeres se atreve a denunciar. Es inminente que el Estado tome cartas en el asunto a través de respuestas concretas: contención psicológica, asesoramiento legal y acompañamiento integral (incluso un albergue transitorio que pueda ponerlas a salvo).
Expresamos lo que como sociedad ya no toleramos y por eso decimos: ¡Ni una víctima más por violencia de género!
Corriente Política y Social “La Colectiva Villa María”