Escribe: El Peregrino Impertinente
Este hermoso mundo en el que habitamos esconde infinidad de misterios. Que Heinze siga jugando al fútbol es uno de ellos. Que personajes como Moreno o Del Sel sean referentes de la política nacional, es otro. Y así podemos seguir hasta indignarnos como se debe, y prendernos fuego a lo bonzo en plaza Centenario. Desde la perspectiva del viajero, en cambio, los misterios se erigen en forma de lugares. Como la Antártida. Ese enorme continente (mayor incluso que Europa), que despierta la curiosidad del hombre despierto. No es para menos: su superficie aún presenta ese carácter exótico de los sitios poco explorados, donde todavía queda mucho por descubrir y admirar.
Así las cosas, resulta natural que el hogar del Polo Sur se haya convertido en un destino turístico. Para pocos, si, pero turístico al fin. La movida comenzó a mediados del siglo pasado, y paso a paso se fue volviendo una opción cada vez más real para quién mira el sur del mapa y dice “Ahí”, y al leer “Groenlandia” se da cuenta de que lo tenía al revés.
Hoy por hoy, son varias las empresas que ofrecen excursiones a la Antártida, la mayoría bajo la modalidad de cruceros. Lo usual son viajes de unos diez días, saliendo desde Ushuaia y recorriendo las costas del llamado “Sexto continente”. El periplo incluye la visita a bahías e islas, bases pertenecientes a distintos países y estaciones de investigación.
Allí, los científicos que se pasan meses entre tormentas de nieve y temperaturas de 50 grados bajo cero, miran a los turistas y piensan: “Con lo calentito que debe estar La Pampa y estos pescados sacando fotos acá”. Asimismo, la observación de animales resulta un atractivo incuestionable. En tal sentido, destacan las colonias de pingüinos y focas, y las manadas de ballenas. Si, se dice manada porque las ballenas son mamíferos. Si no me cree vaya a preguntarles a los científicos de la Base Mamerta. Le van a pegar hasta pasado mañana.