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29 de Octubre de 2012
Luis Mi­guel en Cór­do­ba
No hay na­da que lo pa­re
Luis Miguel actuó en Córdoba. Viernes y sábado. Dos días en donde enamoró -como siempre- a las fans que agotaron el Orfeo. Ellas que no se agotan de verlo y escucharlo. Ellas que son las protagonistas de la noche tanto como él
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El mexicano en plena faena (foto gentileza La Mañana)

 

Mu­chas es­tu­vie­ron to­do un día en el ho­tel que lo hos­pe­dó. Sí, to­do un día. Co­mo si se tra­ta­se de com­prar una en­tra­da pa­ra un par­ti­do de Ar­gen­ti­na. Un gru­po de ellas, ve­ni­das de Chi­le. “Siem­pre tra­ta­mos de te­ner una fo­to de él o una son­ri­sa. Yo, por lo me­nos ten­go dos ta­tua­jes de él”, co­men­ta una chi­le­na mien­tras re­pa­sa la bi­tá­co­ra de via­jes que tie­ne si­guien­do a su amor pla­tó­ni­co.
Vi­via­na, una vi­lla­ma­rien­se fa­ná­ti­ca, co­men­ta que en va­rios de sus mo­men­tos im­por­tan­tes de la vi­da,  “Luis­mi” es­tu­vo con ella, en­ton­ces ella se sien­te obli­ga­da de ser una de las 8.000 per­so­nas que lo ven. Es co­mo una de­vo­lu­ción de gen­ti­le­za. Y co­mo ella, ya di­ji­mos, mi­les.
El puen­te que lle­va al Or­feo ya se va­ció. No hay na­die, pe­ro se pue­den oír los gri­tos des­de el mis­mo. Has­ta unos mi­nu­tos an­tes del show, las más “im­pun­tua­les” co­rren y lo ha­cen con de­se­spe­ra­ción. Sa­ben que el co­mien­zo es muy bue­no y más si lo ha­ce con Mu­jer de fue­go. Ahí, él fue más rey que nun­ca, des­de las 21.28 has­ta el fi­nal. No lo acom­pa­ña­ron trom­pe­tas ni al­fom­bras, pe­ro sí gar­gan­tas que gri­ta­ron al uní­so­no y mu­je­res que por él se ti­ra­rían al sue­lo.
De tra­je ne­gro, cor­ba­ta ne­gra y una son­ri­sa blan­ca que re­lu­cía, anun­ció que iban a en­con­trar “ese lu­gar que nos ha­rá so­ñar”, pa­ra que el sus­pi­ro de to­das le hi­cie­ra sa­ber que, de al­gún mo­do ya lo ha­bían he­cho. Y era con él. Y era con su mú­si­ca y fue con Sua­ve, Si te vas, Con­ti­go a la dis­tan­cia, de­di­ca­da a su club de fans, a esas que “vie­nen de ro­jo”. El tam­bién pa­re­ció en­con­trar lo que vi­no a bus­car y gri­tó “Ma­ra­vi­lla de pú­bli­co”, al­go que fue res­pon­di­do con más y más gri­tos. Por­que si bien to­das sa­ben que lo de­ben de­cir a ca­da lu­gar al que va, es­ta no­che era pa­ra ellas. Y na­die les po­día de­cir lo con­tra­rio.
 
El rey de la simpatía
 
Se te ol­vi­da, No sé tú -uno de los pun­tos al­tos de la no­che-, Por de­ba­jo de la me­sa, La glo­ria eres tú, Bé­sa­me fue­ron la ex­cu­sa pa­ra que las bu­ta­cas que­da­ran de­trás y la ola de mu­je­res fue­ra in­con­te­ni­ble. Así se apro­pia­ron del es­pa­cio y ca­si co­mo un re­ci­tal de rock, se lle­ga­ron has­ta el bor­de. Allí, los llan­tos eran más fuer­tes si él les to­ca­ba las ma­nos o cuan­do acep­tó un ra­mo de ro­sas blan­cas o la re­me­ra de sus fans. Así, la sim­pa­tía, que es al­go que a ve­ces se le cri­ti­ca, fue lo que más tu­vo. Y lo que más gus­tó.
Me es­toy vol­vien­do lo­co, Sol, are­na y mar, Un hom­bre bus­ca a una mu­jer, Cues­tión de piel­, Pa­la­bra de ho­nor, ayu­da­ron a via­jar por el tiem­po y re­tro­ce­der va­rios años, pa­ra acor­dar­se de épo­cas don­de va­rias co­sas eran di­fe­ren­tes. El con el pe­lo la­cio y ellas con ese amor que se des­per­ta­ba. En­tré­ga­te, La in­con­di­cio­nal, Co­me fly with me, que lo tra­jo a Frank Si­na­tra, mos­tra­ron que no só­lo es sim­pa­tía, sino una voz po­de­ro­sa que va más allá de gus­tos mu­si­ca­les. 
En tie­rra ar­gen­ta can­tó Por una ca­be­za y Vol­ver. El día que me quie­ras, Qué ni­vel de mu­jer, Se­rá que no me amas, Cuan­do ca­lien­ta el sol, Si no su­pis­te amar y La­bios de miel fue­ron ce­rran­do una no­che a pu­ra fies­ta, pa­pe­les. El ya sin la ca­mi­sa pe­día vol­ver­las a ver. Ellas, con esa fi­de­li­dad que a ve­ces no se en­tien­de, le pro­me­tie­ron que lo ha­rán. Por una de­vo­lu­ción de gen­ti­le­za o por­que ya es par­te de sus vi­das. Tan­to co­mo la mu­jer que lo tie­ne ta­tua­do.
 
Juan Jo­sé Co­ro­nell

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