Junto a los conventillos, el barrio Centro oeste albergó, en los primeros años de la historia de la ciudad, prostíbulos o, como se los llamaba en la época, casas de “tolerancia”.
La Municipalidad pasó de prohibir este tipo de oficios hasta permitirlos con restricciones, pidiendo que no tengan visibilidad a la calle y exigiendo a las mujeres las libretas de sanidad, que certificaran que no estaban afectadas de ninguna enfermedad venérea.
La comuna cobraba por todo este tipo de documentación.
Un hallazgo que se puede leer en el libro de Bernardino Calvo sobre la historia de Villa María, es la nota que envió Augusto Salguero, dueño de una casa de tolerancia, quien se dirigía al Concejo Deliberante expresándole que “la prostitución es, sin duda, un mal: pero es, sin dudas, un mal menos grave que el adulterio, que el rapto, que la fuerza y la seducción que ella evita y pues, que es un mal inevitable y aún conveniente para evitar otros mayores, los miembros de las municipalidades en vez de hostilizar a los dueños de las casas que son los mayores contribuyentes al Tesoro Municipal, debieran legislar y dar ordenanzas más atenuantes que las que tenemos en vigencia”. Pareciera que Don Salguero entendía que sin prostitutas, los hombres iban a raptar mujeres.
Con protestas de vecinos e Iglesia, los prostíbulos funcionaron en el barrio hasta mediados del siglo pasado.