En 1954, esa menuda mujer llegó a la casa de calle Buenos Aires, en el Centro oeste de la ciudad, a pasos de la Catedral.
“Yo soy de Villa Nueva. Cuando me casé, nos fuimos al campo, donde nacieron mis dos primeros hijos. Luego vendimos todo y nos vinimos a Villa María”, comenzó a recordar Olga Cassini de Weihmüller.
Primero alquilaron una casa en la calle Corrientes, donde fue vecina del Dr. Martínez Mendoza. “Eran muy buenos vecinos. A poco de llegar, la señora de Martínez Mendoza, que era profesora de francés, me fue a visitar diciéndome que lo que necesitara no dudara en ir a su casa. La verdad es que me llevé bien con todos los vecinos de todos lados. Con los más simples y los más encumbrados”, dijo.
Al año de estar alquilando, salió la oportunidad de comprar una casita y así fue como llegaron al Centro oeste en el año 1954.
“No había mucho. Por supuesto, estaba la Catedral y la plaza, que no era como ahora, sino que era oscura y toda de tierra”, recordó.
Enfrente de su vivienda sólo se veían baldíos. A pocos metros de la casa de Olga estaba el boliche de Ullio, donde parroquianos se reunían al regresar del trabajo y también había –parece impensado hoy, en pleno centro- un stud de caballos.
Otro de los vecinos que se cruza por la lúcida memoria de doña Olga es el del sastre Aldo Re, un compañero de tardes de mates y charlas.
Hace un capítulo especial para recordar a la familia Amaya, “la primera con la que nos hicimos amigos, una amistad que dura hasta hoy”.
“Nosotros nos vinimos a vivir aquí cuando todavía no existía ni el pavimento y sin gas. No te imaginás la alegría que teníamos cuando terminó la obra del gas, a tal punto que esa noche mi marido invitó a cenar a los 22 trabajadores que la hicieron”, dijo.
Así fueron transcurriendo los años y, ante los ojos de Olga, iba creciendo el barrio. Se demolían los viejos conventillos para convertirse en las casas que ocupan hoy el sector.
Y así también iba transcurriendo la vida de esta mujer que tuvo cuatro hijos, 11 nietos y 17 bisnietos que conforman “una hermosa familia”, como ella misma dice, y que aún hoy la acompañan.
Ella se encarga de preparar los platos favoritos de cada uno. Cocina verduras para una sobrina nieta, hace pastas para otros nietos y hay un día a la semana que prepara viandas con puchero para tres familiares. Así va ocupando sus días.
Le gusta jugar al chinchón y pintar coloridas mandalas. Y también le gusta compartir la merienda con los vecinos, que la visitan permanentemente, porque, como ella asegura, nunca se llevó mal con nadie.
Pese a tantos años en el barrio, no duda en decir que ella es “de Villa Nueva, radical y del Club Alem”, porque nunca olvidó sus raíces. Esas que la llevaron de muy jovencita a trabajar en la tienda Tacuarí, donde, de tanto en tanto, el gerente la retaba por dar la “yapa” a algunas clientas. “Pero debe ser que un poco me quería, porque todavía hoy me visitan sus hijas”, recordó.
Laicos y libres
La disputa ideológica entre laicos y libres tuvo su álgido momento en la toma del Nacional, que estaba ubicado en la vecindad de doña Olga. “No me acuerdo a qué sector, pero mi marido apoyaba a uno, entonces, por el patio, le pasábamos la comida para que aguantaran la protesta”, relató Olga Cassini.
Un buen amor
Olga vivió casada desde los 23 años hasta que cumplió 88, cuando falleció su esposo. Nunca discutieron y, para ella, la receta es sencilla: “Cuando una grita, el otro se calla. Cuando pasa el momento de locura, se habla. Si estuviste mal, pedís perdón y si no, el otro, más tranquilo, va a darte la razón”, dijo, hablando siempre de dos
personas que se quieren bien,
como condición indispensable para llevar adelante el matrimonio.