Vinieron de la zona rural de Ausonia, donde trabajaron a la par de los hombres en las tareas rurales. Eugenia ya estaba casada y construyó para su familia la casa en el fondo de la casa paterna. Nirva Ana (de aquí en adelante, Nirvana, como quisieron inscribirla, pero no lo autorizó el Registro Civil) era adolescente cuando llegaron a la ciudad y sigue viviendo en el sector de la casa principal, donde cuidó por años a su madre.
Son dos mujeres de carácter, emprendedoras y sonrientes. Dos hermanas que aprendieron a llevarse bien desde chiquitas. “Nuestra madre era muy rígida y si nos peleábamos, nos retaba igual a todas, a la que tenía la culpa y a la que no. Así que aprendimos a no pelearnos”, relatan.
Ambas son coquetas y tienen una piel que no habla del paso de los años. Si a eso se le suma la espontaneidad y la alegría con la que conversan de los recuerdos del barrio, le agregan más belleza a los rostros de las hermanas Rosina.
En el barrio todos las conocen. Las hermanas (ellas dos y una tercera, que falleció) eran costureras y hacían vestidos de novia y de fiestas. Además, Nirvana bordaba esas prendas dándole un valor agregado a ese oficio tan preciado. “Hacíamos el ajuar completo de las novias”, dijeron. “Aunque no lo crea, estudiamos costura por correo”, agregaron.
Además, ambas tuvieron negocios. Eugenia un “mercadito” que atendió durante 20 años y Nirvana un comercio donde vendía regalos y artículos de librería, que la tuvo al frente por cuatro décadas.
“Cuando llegamos al barrio no había pavimento ni gas. Y, encima, en el ferrocarril se veían ratones y lauchas enormes”, recordaron.
La propiedad lindaba con conventillos y prostíbulos, que hasta los 60 se multiplicaban en el sector.
“Lo que más nos gustó cuando llegamos a Villa María fueron los carnavales. Me acuerdo que llegamos un 28 de diciembre y si bien éramos nuevas en el barrio, los vecinos nos invitaron a jugar. Estábamos todos: los grandes, los adolescentes y los chicos”, recordaron.
El carnaval de la siesta era con baldes de agua, que con las calles de tierra, provocaba que al final de la tarde regresaran todos embarrados y felices a sus casas.
El otro atractivo del carnaval eran los bailes del Unión Central. Nirvana disfrutaba de esos bailes, “donde todos íbamos disfrazados”, recordó.
El club era parte de la vida del barrio. Allí se reunía la familia para jugar a las bochas o a las cartas. “Aunque no lo crea, las dos somos bochófilas”, dicen, recordando que ganaron tres campeonatos mixtos.
El barrio, cuando ellas llegaron, tenía ya la escuela primaria (Agustín Alvarez, ver aparte) y la secundaria (el Nacional), además del San Antonio. “Mis hijos fueron al Nacional y mi hija dio clases allí”, dice, orgullosa, Eugenia.
“Yo no me iría de este barrio por nada. La casa es de dos plantas y podría pensar en algo más chico, como un departamento, pero no, dónde voy a estar como acá”, concluye Eugenia, ratificando el apego a ese sector que la recibió cuando era recién casada y donde vio criarse a sus dos hijos, sus cinco nietos y donde ahora juega la bisnieta, la mimada de la familia.