El abuelo de Hugo Mansutti era un italiano que trabajaba en un molino harinero de ese país.
Al llegar a la Argentina con su hijo de 18 años (padre de Hugo) fue contratado por el Molino Fénix y decidieron radicarse en el barrio, sobre la calle Jujuy en un primer momento, propiedad que sigue habitando hoy la familia.
“Mi abuelo era foguista, porque en esa época funcionaba todo con calderas”, recordó Mansutti. Luego, ingresó como trabajador del lugar el padre de Hugo, quien se desempeñó como jefe de sala de máquinas.
Le preguntamos, tanto a Hugo como a Marta Montero de Mansutti (su esposa), si trae inconvenientes vivir a pocos metros del Molino, y no dudaron en contestar: “Al principio, cuando los camiones estacionaban sobre la calle Jujuy, era un poco incómodo, pero después no. Y sobre el ruido, te acostumbrás. Es como vivir cerca de las vías”, indicaron.
Además, ellos saben más que nadie que el Molino está relacionado con las esperanzas del futuro del abuelo y padre inmigrantes.
Básquet y carnavales
Uno de los recuerdos que afloran en la mente de Hugo al hablar del barrio, es el de los carnavales organizados por el club Sparta.
“Eran increíbles. Cada año, proponían un tema y todos íbamos disfrazados según esa temática. Por ejemplo, si hacían sobre piratas las carrozas, toda la gente iba disfrazada de pirata”, dijo.
Marta, que antes de casarse vivía en el Centro oeste, recordó que ella también iba desde muy chica al club Sparta. “A mí me gustaban las kermeses. Sobre la calle instalaban todos los quioscos”, señaló.
“Además, siempre había bailes populares, con orquestas típicas y espectáculos de toda naturaleza. Si hasta vino Tu Sam, el ilusionista”, acotó Hugo.
Esos festejos duraron una década, entre los 60 y los 70, pero quedaron vivos en la memoria de los vecinos.
Otra anécdota de Hugo, durante los festejos, es el grupo que armaban con las chicas del barrio. “Yo iba tocando el acordeón y ellas pasaban el sombrero”, recordó.
Pero el club no era sólo el lugar del festejo carnestolendo, sino también del deporte. Como es en la actualidad, el básquet era el preferido. “Siempre hubo un alto nivel de competencia”, afirmó Hugo, quien era uno de los integrantes del equipo, como luego fue también su hijo.
Recuerda los partidos históricos con rivales de la talla del Unión Central.
Escuela y arte
Así creció Hugo en las calles del Centro norte, hasta que un día, deciden formar un grupo denominado Agrupación Teatral Independiente. “Lo hicimos en una sala que nos prestó el padre José María, en el Trinitarios”, recordó Marta. “Allí nos conocimos y empezó nuestra historia, vinculada al teatro”, agregó.
Recuerda que la obra con la que iniciaron la actividad fue “Deja que los perros ladren”, de Sergio Vodanovich, dirigida por Pilar Monesterolo.
“Con ese grupo fue con el que después nos fuimos al Club Sarmiento y fundamos el Teatro Estable en Villa María”, dijo.
“Siempre soñamos con una sala propia”, dijeron.
Así fue como ese sueño motorizó lo que hoy es la Escuela Integral de Arte o Teatro La Panadería.
“Teníamos una sala en la planta alta y nos quedaba chica. Un día, pasamos por la esquina de Salta y José Ingenieros y vimos el cartel que se vendía”, recordaron.
Lo adquirieron a la familia Mercadal, que tenía una panadería años antes, pero que para esa época había dejado de funcionar.
“Era el año 87 y llegamos a comprarlo días antes que se viniera la hiperinflación”, dijeron.
A pulmón, lo refaccionaron. El escenario está donde estaba el gran horno y donde están las butacas, era la cuadra.
El 23 de marzo de 1991 fue inaugurado el espacio amadrinado por María Rosa Gallo. “Nosotros lo bautizamos como Escuela Integral de Arte, pero en EL DIARIO, salió la crónica de la inauguración como Teatro de La Panadería, por la historia del lugar. Así fue que lleva los dos nombres”, dijo Marta.
Fue evolucionando la escuela y en el año 2003, comenzó como Profesorado de Teatro, ya en el marco de la educación formal. “Y como anticipo, le cuento que el año próximo se abre el Profesorado de Danza”, informaron.
Cabe señalar que la escuela se convirtió en el primer Profesorado de Teatro del interior de la provincia.
Los tres hijos del matrimonio Mansutti están también vinculados al arte, el mismo que los unió cuando se conocieron en la sala que les prestó en los Trinitarios el padre José María. Tal vez sea, porque Hugo repite siempre una frase que representa el espíritu de esa familia del barrio: “El arte es el pan del espíritu. En tus manos está amasarlo”.