Detenidamente, leímos un extenso y brillante artículo de La Nación Revista de unos meses atrás, firmado por Fabiana Scherer y titulado “Fair play ¿y si jugamos limpio?”.
Y como consideramos que es bueno repetir lo bueno, quisimos extraer los fragmentos más salientes de la nota, que lleva como introducción esta reflexión:
Ser el mejor, ganar a cualquier precio, cumplir el deseo de los padres... En un mundo donde el éxito y el fracaso suelen aparecer como únicos parámetros deportivos, ¿es posible educar a las nuevas generaciones en el respeto por el otro, dentro y fuera de la cancha?
El sentido del deporte es un modelo para lograr el desarrollo de la personalidad y abrirse al aprendizaje de lo diferente, desarrollar la autoestima a través del gesto y la acción motriz, aprender a ser perseverantes y tenaces en la búsqueda de nuestros propósitos, compartir con compañeros y rivales un momento de emoción, buscar ganar sin trampas y jugando limpio.
El sentido del deporte es un fin para aprender a jugar, respetar las propias posibilidades, respetar al otro, lograr un modo de vida sano y activo, desarrollar un espíritu positivo y seguridad en las decisiones.
Con esta figura del libro “Mi hijo, el campeón”, la periodista aborda la temática y para ello entrevista al licenciado Alfredo Fenili, especialista en psicología del deporte, a través de una pregunta que desarrolla el cuadro de situación: ¿jugamos para divertirnos o jugamos para ganar?
“Todos somos competitivos. La competencia es inherente al ser humano, es parte del deporte y de la vida.
El problema aparece cuando la competencia comienza a ocupar un lugar que no corresponde. Sería el modelo del campeonismo, donde lo único que vale es ser el primero; es el modelo actual, el que hace que sólo nos fijemos en los campeones, en el éxito. Donde ganar no es lo más importante sino lo único, el resto no existe.
Todos quieren ser Messi, Nalbandian, Ginóbili, Pichot, ser número uno, ocupar las tapas de las revistas y aumentar los ceros de la cuenta bancaria.”
También opina el director técnico Hugo Tocalli, quien manifiesta que “los jugadores pasaron a ser estrellas de rock. No debemos olvidarnos de la cantidad de chicos que no llegan a jugar profesionalmente y deben cargar con la frustración que hace que no puedan desarrollarse como personas”.
Fenili analiza lo siguiente: “Los modelos y los valores que reciben los chicos son los que ven en la televisión. Lo que avala la sociedad, es decir partidos dramáticos como si ganar o perder fueran una cuestión de vida o muerte. Jugadores que hacen trampa, violencia dentro y fuera de la cancha”.
Cacho Vigil, ex director técnico de “Las Leonas”, señala que “jugar limpio es respetar el reglamento y al rival, porque sí importa cómo se gane. Porque ganar numéricamente como necesidad absoluta va en contra del espíritu del juego limpio”.
Se encuentran casos de juego limpio que sirven de ejemplo, como la gloriosa tradición de los Sub 20 de Pekerman y Tocalli, en quedarse con el premio Fair Play o la actitud del ex número uno del tenis mundial, Andy Roddick, en el Masters Series de Roma de 2005, donde dio bueno un punto de su rival que el juez había dado por malo, que lo beneficiaba y con el que hubiera ganado el partido. Noble actitud similar a la que Guillermo Vilas tuvo con José Luis Clerc en la final de Madrid de 1980.
Los medios juegan un papel fundamental en esta vorágine y la confesión de Osvaldo Coloccini, ex jugador y padre de Fabricio, que juega en Europa y el seleccionado argentino de fútbol, lo pone en evidencia: “Ni en toda mi carrera de jugador tuve tanta prensa como la que consiguió mi hijo en un solo partido”.
El modelo de campeonismo, del éxito y por sobre todo de la fama, está presente en los campos de juego. No importan el club, la categoría ni la disciplina. Desde las tribunas se escuchan los gritos de padres, madres y técnicos.
¿Alentando? No, exigiendo hasta lo imposible y marcando los supuestos errores de los chicos. El mayor problema es que las miserias del deporte profesional se trasladaron al deporte infantil. Entonces, es frecuente encontrar chicos que sienten que no pueden equivocarse libremente y sin conflictos. La mirada del adulto suele calificar y sentenciar.
El placer y el disfrute del juego parecen términos caídos en desuso y todo esto “ensucia” el juego limpio.
En un recuadro aparte del artículo de La Nación Revista, se destaca al “manifiesto fair play”, que es para tenerlo en cuenta y cerrar esta serie de reflexiones:
1) Honestidad, lealtad y actitud firme y digna ante un comportamiento desleal.
2) Respeto al compañero.
3) Respeto al adversario, vencedor o vencido, con la conciencia de que es el compañero indispensable con el que le debe unir la camaradería deportiva.
4) Respeto al árbitro y respeto positivo, expresado en un constante esfuerzo de colaboración con él.
El juego limpio implica, por último, modestia en la victoria, serenidad en la derrota y una generosidad suficiente para crear relaciones humanas extrañables y duraderas.
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