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El Peregrino Impertinente
Viajero de ley era Jerónimo Luis de Cabrera. Ese militar y explorador español que, como tantos de su calaña, se atrevió a adentrarse y recorrer la Sudamérica salvaje y desconocida (a los ojos occidentales) del Siglo XVI. Un poco por aventurero, otro poco por rufián codicioso hijo de un camión cargado de pulgas, fue avanzando desde Lima con rumbo sur, haciéndose famoso entre nosotros por fundar la ciudad de Córdoba. Lo hizo pletórico de alegría, el 6 de julio de 1573. “Hoy soy yo el encargado de fundar esta urbe maravillosa. Ya vendrán otros a fundirla”, dijo durante el discurso inaugural. Un visionario de la gran siete.
Por sus extraordinarias cualidades para expandir los dominios del hombre aplastando indios, el rey lo nombró “Adelantado”. Título honorífico dado a aquellos conquistadores que siempre, al momento de partir el pase, quedaban por delante de la línea de defensores.
Pero como decíamos, el gran mérito de Jerónimo Luis fue haber plantado los cimientos de la hoy capital provincial. Paradójicamente, aquello también le costaría la vida.
Resulta que, en realidad, el virrey del Perú le había encomendado fundar el fortín a la altura de Santiago del Estero y no en lo que actualmente es territorio cordobés. “Lo que pasa es que en Santiago hacía un calorón bárbaro. Aparte, Su Excelencia, ¿usted vio lo buenas que están las minas de Córdoba, no?”, le habría manifestado el trotamundos a su jefe, recurriendo a la complicidad de género. La estrategia no le trajo buenos resultados: como castigo a su indisciplina fue degollado en 1574. Según el chascarrillo que circulaba por los campamentos indios, al “Adelantado” la ambición le hizo perder la cabeza.
Hoy “La docta” recuerda al conquistador con una avenida y un barrio que llevan su nombre, además de un monumento ubicado en la llamada plazoleta del Fundador (justo detrás de la Catedral), entre los homenajes más importantes. La estatua en cuestión vive adornada de los “regalitos” que le dejan las palomas. Memoria histórica que le dicen.
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