Clelia Angela Caterina Boggio de Estario tenía apenas dos años cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Su padre, se vio afectado al conflicto durante tres años y con su madre, resistieron como pudieron en un pequeño poblado italiano donde vivían.
Pero no sería justo empezar a hablar de Clelia desde un conflicto bélico de esa magnitud, porque ella, quien en pocos días cumplirá los 100 años, aprendió a “guardar” los malos recuerdos para conservar a flor de piel las buenas cosas que recibió, aprendió a celebrar la vida y disfrutar de sus tres hijos, sus 10 nietos y sus 11 bisnietos.
Con el pelo platinado sin tintura, sonrisa natural y unos profundos ojos azules, nos recibe en su casa de barrio Centro este. Esta mujer menuda y elegante, no aparenta para nada ser casi centenaria. “Creo que el secreto es una comida sana, no fumar, no beber alcohol y disfrutar de la familia”, dice, con sabiduría.
Además, entiende que así como ahora un grupo de científicos avanza en el descubrimiento del gen de la longevidad, su familia debe contar con ese gen. “Mi abuela y bisabuela murieron con más de 90 años, en una época en que a los 50 ya eras anciana”, afirmó, asegurando que de existir ese gen, seguro lo tienen las Boggio.
Además de la salud física, exhibe una lucidez intelectual envidiable. También le preguntamos cuál es el secreto. “Leo entre siete y ocho libros por mes y hago palabras cruzadas”, admite, mostrando la carpeta que tiene como carátula el dibujo que le regaló una bisnieta, en la que, por orden alfabético, va anotando todos los libros que lee.
A los 8 años de edad, con sus padres y una hermanita de once meses, subieron a un barco desde la desvastada Italia hacia Argentina. Del viaje, en el que murieron 13 personas -entre las que estaba su hermanita- sólo recuerda una escalera que la llevaba a la Enfermería cuando se sentía mal.
Llegaron a Argentina y de ahí, se radicaron por un corto tiempo en La Pampa, para luego venir a Villa María, donde tenían parientes lejanos.
“Era una ciudad de 6 a 7 mil habitantes. Nosotros nos radicamos en una casa de la esquina de lo que hoy es San Martín y San Luis y era el fin de la parte urbana Villa María. Si mirabas para el lado del río, sólo se veían casitas cada tanto, como si fuera un descampado”, recordó.
“Yo vi cuando el mercado central funcionaba en la plaza Centenario y cuando en la esquina estaba todavía el Café La Esperanza. A nosotros, que veníamos de un pueblito de 1.800 habitantes (Rosasco, Pavia), productor de arroz, Villa María nos pareció entonces una gran ciudad”, dijo.
Hizo la primaria en la Escuela Sarmiento (luego Instituto Rivadavia) y después, con sus padres, volvió a Italia. “En Milán hice el secundario, me faltaban unas materias para terminarlo cuando nos volvimos a la Argentina. Acá todavía no estaba el último curso del secundario y era impensado en ese tiempo para una mujer ir a Córdoba. Me quedé con ganas de ir a la Universidad, fue siempre mi sueño”, agregó.
Progreso
Ante sus ojos, pasó el progreso del siglo. Desde la cocina a leña al microonda, desde las botellas de barro para calentar la cama a las casas calefaccionadas. “Ha progresado mucho. Nada fue de un día para otro, pero si mirás para atrás, es increíble. A mí, lo que más me sorprende es el celular. ¿Cuándo ibas a imaginar estar comunicada así?”, dice esta mujer, que envía mensajes de texto y por supuesto, también habla por teléfonos móviles.
A Internet, no se habituó. “Mi nieto, que enseña en la Universidad, se ofreció para que aprenda. Pero no quise, porque me imaginaba que me iba a quitar tiempo de lectura. Ahora estoy arrepentida”.
“El mundo ha progresado mucho, pero si tengo que destacar algo, creo que en la medicina ha habido una gran evolución”, afirmó.
Clelia puede decir en carne propia lo que representó esa evolución en la medicina. “A poco de nacer mi primer hijo, hace 74 años, tuve un infección grave. Casi un mes con fiebre y no se me pasaba. El doctor Scopinaro (el del chalé) me había hecho un tajito para que supurara, pero no funcionaba. Un día, me dijo: ´Hay un remedio que tiene muy buena fama en Europa y que acaba de llegar a Villa María´. Al otro día, no tuve más fiebre”, cuenta, para explicar que fue la primera paciente de ese médico en usar la penicilina, que hacía unos años se estaba usando en el Viejo Continente, pero que en estas tierras, era todavía desconocida.
También tiene presente a aquellos médicos que sin muchos métodos de diagnóstico, sabían lo que el paciente tenía. “Yo ya había tenido mis dos primeros hijos y habían pasado varios años. En una oportunidad, me sentí mal y lo fui a ver al doctor (Amadeo) Sabattini. El me dijo que le vaya poniendo nombre, porque no estaba enferma, sino embarazada.”
Al médico que la asiste actualmente es el doctor Italo Dellamaggiore. “Me atendió por primera vez ni bien se recibió. Como ve que soy longeva, espero que no se arrepienta de lo que me dijo, porque prometió no jubilarse mientras yo sea su paciente”, bromeó, recordando que esa frase la pronunció el profesional de la salud hace más de una década.
Precursora
Clelia fue precursora en ocupar lugares que no estaban habilitados para las mujeres. “Mi padre fue presidente de la Sociedad Italiana y vicecónsul. Por norma, a los 70 años, hay que renunciar a ese cargo. Cuando eso ocurrió, me designaron a mí”, dijo, al recordar que fue la primera mujer que se desempeñó como agente consular en una época en la que tenía que tramitar desde pensiones para los que estuvieron en la primera guerra, hasta rubricar compras y ventas que se hacían en su país natal. “Todo eso lo hice ad honórem”, dijo.
Fue fundadora del Instituto Dante Alighieri, donde hoy, una de sus hijas es docente de italiano.
También fue la primera mujer en recibir la condecoración de “Cavalieri”, que es un reconocimiento público de la República Italiana para recompensar a los ciudadanos por los logros adquiridos para esa Nación “en el campo de las ciencias, las letras, las artes, la economía y en el ejercicio de los cargos públicos, y también en el desarrollo de actividades públicas de caridad y con fines sociales, filantrópicos y humanitarios, así como distinguir a aquellos que realicen servicios destacados a lo largo de su carrera civil o militar”.
“Lo único, que como siempre trabajé ad honórem, nunca pude conseguir la jubilación italiana”, lamenta.
El presente de Clelia
Después de haber vivido como hija única, Clelia disfruta hoy de su familia. Al cuidado de Elba (Tita) a quien le reclama que no la deja “ni lavar las tazas”, tiene en sus tres hijos (además de Tita, Liliana, ambas docentes y Juan Carlos, doctor en Medicina y profesor en la Universidad) los que soñó.
A ellos, le suman la alegría de los nietos y bisnietos “que me quieren mucho” que se reúnen en torno a la mesa familiar que soñó desde su infancia.
Su vida cotidiana pasa por las charlas, la lectura y a la noche, algo de televisión. “Mi hija me reta porque veo informativos. Cuando no me alcanzan los de acá, miro los de Italia y España”.
Pero a pesar de las malas noticias, ella ya aprendió. En su trayecto centenario, archivó lo peor de la historia y vive el presente con una sonrisa, atesorando lo mejor que la vida le dio.