Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Ubicado en el suroeste de la provincia de Neuquén, a aproximadamente 1.500 kilómetros de Villa María, el Parque Nacional Lanín se presenta como uno de los rincones más prodigiosos de la Patagonia. Impresionantes cerros, exuberantes bosques, dos docenas de lagos, mística mapuche y mil paisajes incomparables fundamentan el mismo. Son 412 mil hectáreas de belleza y ensueño. Para no empacharnos con su sabia, lo exploramos de a poquito, sector a sector, siguiendo un método que siempre le ha traído buenos resultados al viajero.
Así las cosas, hoy nos focalizaremos en la zona centro del espacio protegido. Dejamos para la próxima el área sur (San Martín de los Andes y sus alrededores, lago Lácar, Lolog y Meliquina incluidos) y el área norte (Aluminé y lagos vecinos, como el Ñorquinco y el Quillén), para internarnos en las adyacencias del Huechulafquen, y disfrutar el convite a pleno. Esta sola estampa, por ahora, alcanza y sobra.
Partimos desde Junín de Los Andes, ciudad tradicional y campechana que sirve como base de operaciones a la hora de explorar la región estipulada. Son unos 25 kilómetros hasta ingresar al parque, recoger el ambiente a pura Patagonia, y hacer un parate en el centro de interpretación. Oportunidad para ilustrarnos un poco acerca del PN, llegando a saber que fue creado en 1937, con el objetivo de proteger los bosques andino patagónicos, especies animales como el huemul (o ciervo sur andino) o el huillín (o nutria de agua dulce), y esos 24 lagos de origen glaciar que lo llenan de vida. También que tiene al pehuén (árbol que se multiplica inacabable en el terreno), como protagonista vegetal.
Bordeando el agua
Ya empapados de información, penetramos el camino que bordea el Huechulafquen (en mapuche “lago grande”). Con sus casi 8.300 hectáreas, es el lago más grande del PN.
Así lo explica el espectáculo que arroja, la cara inmensa, las aguas interminables. La pintura que arroja el alrededor mezcla tonos de aridez con verde. Mientras más avanzamos con rumbo oeste, más frondoso y tupido se vuelve el cotejo. En aquellas y otras postales nos perdemos, hasta llegar a Puerto Canoa.
Allí, una opción es tomar el catamarán que lleva al vecino lago Epulafquen, famoso fundamentalmente por su complejo termal. Otra, continuar hasta Bahía Cañicul y ascender al cerro Chivo. Sin embargo, nuestra brújula sigue apuntando a occidente, depositándonos en el también lindero lago Paimún.
Al ladito del agua, nos sentimos en la médula del asunto. La receta es tan sencilla como cautivante: Vida de camping (son varios los que se suceden en el lugar, desde privados con todos los servicios hasta los gratuitos o agrestes), relax contemplando la naturaleza, chapuzón bajo el implacable sol veraniego, y fogata en la noche. Los extensos y calurosos días de la temporada estival (siempre que no llueva), se ofrecen ideales para tumbarse en la playa, con el agua a dos pasos y una impresionante cortina montañosa de fondo.
A bordo del Lanín
Pero si de panorama hablamos, ninguno como el que arroja la verdadera estrella del parque: El volcán Lanín. Impresionante estructura geológica de 3.778 metros de altura, cuya silueta se aprecia desde cualquier sector del circuito. Blanco eterno en su cúspide cónica, la foto es el emblema de cada referencia al PN. Las arboledas que lo miran desde abajo, fortalecen una imagen única.
Queda claro, entonces, que si hay que hacer una caminata, será en dirección a aquel gigante. El tramo de ida demanda unas cuatro horas, y se divide en dos vertientes: primero, atravesando el bosque, las piedras y el río cantando al lado. Segundo, en ascenso, tocando luego la luz del sol hasta impactar con el volcán de frente. Los glaciares están al alcance de la mano. Mirando a la espalda, hacia la senda ya recorrida, el horizonte ofrenda embrujo. Quedamos cansados y contentos, plenos de Lanín.