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25 de Noviembre de 2012
Cultura
Entrevista a Ricardo Carballo
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“Yo soy de Villa María. Nunca me fui y nunca me quise ir. La vida quiso que me quedara y aquí estoy. Por eso es que todo lo que soy fue forjado en esta fragua. Con todos los altibajos de toda fragua”. Las primeras palabras que el hombre de barba roja pronuncia apenas encendido el grabador, trascienden ampliamente el chauvinismo para volverse definición ontológica. Porque del mismo modo que un marinero no puede ser concebido sin el mar, Ricardo Carballo no sería Ricardo Carballo sin Villa María.
Estamos sentados en un pequeño bar de calle Entre Ríos al que siempre frecuenta. “Ahí justamente -dice señalando el mármol del Banco Galicia- “teníamos con mi papá el negocio. Yo tenía siete años y ya salía a vender caramelos por los bares de la cuadra. Después tuve la cerrajería. Así que imagináte, en esta calle pasé mi niñez y buena parte de mi juventud”. Pero Ricardo no habla con nostalgia, tampoco con ese dejo de resentimiento de quienes dicen “no sabés lo que sufrí cuando era chico”. Por el contrario, su tono es de absoluto sosiego. Es la voz de alguien que siempre aceptó el destino como se acepta la lluvia. Sin embargo, aceptar no es resignarse. Y si hay algo a lo que Ricardo nunca renunció, fue a ser parte del mundo. A pesar de ser “hijo de laburantes a quienes les estaba negada la educación universitaria”, siempre quiso ser testigo y protagonista de los lentos movimientos de la historia, esos que algunos pocos elegidos pueden leer en tiempo presente, aunque más no sea desde una pequeña ciudad del interior de Sudamérica. Ricardo quería estudiar Relaciones Internacionales, pero ¿cómo empezar? Por esos días, tuvo la primera respuesta. Corría marzo del año 1987 y se abría en la ciudad un instituto de educación superior que haría historia: el Inescer. Y hacia allí dirigió sus pasos el cerrajero.
“Tenía 24 años cuando decidí que iba a estudiar Animación Sociocultural. No era exactamente Relaciones Internacionales pero la carrera me permitió sistematizar un montón de inquietudes. Yo soy un producto genuino del Inescer, de su primera promoción. Allí tuve la suerte de ser formado por gente de la talla de Encarnación Sobrino.”
 
Cuando la casa no estaba en orden
 
Ese mismo año y aprovechando el feriado de Semana Santa, Ricardo, que ya colaboraba en “El Diario”, viajó a visitar un amigo a La Plata. No sabía que uno de los hechos más importantes de la reciente historia argentina se estaba cocinando a fuego lento en la capital.
“Mi amigo me contó del tufillo que se respiraba, de la posible vuelta de los militares. Así que me tomé el tren a la capital con mi grabador. Todos me preguntan cómo fue que entré a la Casa Rosada y a todos les dije lo mismo: por la puerta. Dije que era de un diario de Villa María, mostré la credencial y cosa increíble, me acreditaron. De ahí fuimos a Campo de Mayo. Eramos los primeros argentinos en llegar, porque ya había periodistas ingleses y estadounidenses. Todos querían hablar con Rico. Nosotros nunca habíamos visto militares con la cara pintada más que en las películas de guerra.”
-¿Y cómo llegás a entrevistarte con él? 
-La cosa fue así. Rico da una conferencia de prensa, y cuando termina, me pongo cerca de él. Se va hasta un paredón en donde están los nombres de los caídos en Malvinas y lo sigo. De paso, me puse a ver si había algún conocido en la lista. Y entonces Rico me dice de sopetón “¿qué hace este civil acá?”. Y yo le contesto “este civil quiere una nota con usted”. Y él me dice, “bueno, ¿y de qué quiere que hablemos?”. Le pregunté dos cosas y charlamos 5 minutos. 
-¿Y qué te dijo?
-Nada muy distinto a lo de la conferencia, pero en la revista “Somos” había una foto en donde yo salía al lado de él con el grabador. Tuve la primicia para Villa María. 
-¿Te marcó esa jornada?
-Muy mucho. La gente salió a la calle porque no estaba dispuesta a soportar otra vez a los militares. Todos apoyaron a Alfonsín no por partidismo sino porque era el presidente de los argentinos. Estas descalificaciones que vemos hoy en la clase política no estaba presente en aquellos años. Eramos un pueblo que estaba convencido de su destino democrático. Manzano, Jaroslavsky, Jaunarena, Abelardo Ramos, todos estaban juntos ese día. Pero lo más trascendente pasó a la noche. 
-¿Qué pasó?
-Algo que muy poca gente sabe. Fue el viernes de Semana Santa a la noche, en Casa de Gobierno, donde pude volver a entrar por la acreditación. Vi que en el patio proveían de armas a los conscriptos como si fueran a defender el Palacio de Invierno. Al rato, veo entrar un Rambler Ambassador custodiado del que se baja el presidente y Jaunarena. “¿Qué pasa?”, escucho que le pregunta Alfonsín. “Mirá, Raúl, se viene un comando carapintada, yo me voy”, le dijo el ministro de defensa. Y Alfonsín le respondió “Yo de acá no me muevo”. 
-¿Y qué lectura hacés de ese acontecimiento 25 años después?
-Creo que Alfonsín no supo o no quiso aprovecharse del inmenso apoyo popular que tenía. ¡Imaginate que pudo parar un golpe militar! Eso no se hace sin la gente. Lo que Alfonsín no pudo parar fue el golpe económico que lamentablemente vino después. Y el hecho de haber tenido que entregar antes el Gobierno, fue lo que empezó a debilitar la Democracia; hasta llegar a esta locura en donde dos por tres piden que se vayan todos.
 
BerlIn, paredón y después
 
A pesar de su fanatismo por la política, Ricardo confiesa no militar en partido alguno ni haberlo hecho en su vida. Y es que su verdadera pasión es el análisis. A este respecto, tuvo una lectura tan brillante de los acontecimientos de 1989, que un artículo suyo publicado por “El Diario” se volvió predicción.
“Ejercía mi veta de analista internacional desde el periodismo, cuando en setiembre del 89 escribí una nota que titulé Adiós al Muro. La pensé tres veces antes de publicarla.”
-¿Qué te decía que El Muro iba a caer?
-Un guiño político que pude percibir, ya que Alemania le había negado a Estados Unidos la instalación de una batería de misiles en su país. Y esto, para mí, quería decir algo. Era plena Guerra Fría y con amplia hegemonía comunista. Y mi nota planteaba que Alemania se interesaba más por el bloque del Este que por los países de la OTAN como puerta de ingresos a una economía rusa. De ahí que El Muro debía caer. Fijate que al día de hoy, Alemania es todavía un proveedor de insumos a la Federación Rusa.
-¿Y qué repercusiones tuvo tu nota por ese entonces?
-Se consideró como una locura. Yo tenía un profesor alemán en el Inescer que me dijo bastante enojado “usted está escribiendo disparates en los diarios”. Pero a los dos meses cuando cayó El Muro, me pidió el artículo de nuevo para leerlo mejor. “Es muy interesante”, me dijo. 
 
Crónica de un niño solo
 
Mientras pagamos la consumición, Ricardo me cuenta otros hitos de su trayectoria: las colaboraciones para el ya extinto Página/12 Córdoba; la revista local que llevaba con Juan Montes, “Río de Pájaros”; su libro de cuentos “Manantiales rojos”; sus días de radio en la Líder, la Río y la Centro; su máster en Relaciones Internacionales que obtuvo a distancia y el doctorado que actualmente realiza; los seminarios de la Unesco en los que participó y sobre todo la docencia que comenzó en 1993 y aún no cesó, porque dice estar “enamorado” de la Escuela Rosario Vera Peñaloza. 
“¿A qué se debe ese amor, me preguntás? A que los chicos de esa escuela son hijos de trabajadores, como lo fui yo; y guardan muchos más valores que otros sectores sociales. Los padres de esos chicos están haciendo un sacrificio enorme para solventarles la educación; que para ellos se traduce en inclusión social. Por todas estas razones, esos chicos manejan un estadio de respeto muy por encima de la media. Y es desde esa clase de escuelas desde donde se puede cambiar algo”.
Ricardo se encuentra diciéndome todas estas cosas cuando ya hemos cruzado al frente, hasta el marmolado paredón bordó del Banco Galicia donde alguna vez tuvo un negocio su padre y él tenía que vender caramelos por la calle.
“Acá, acá era justamente acá donde estaba la puerta” dice el hombre pelirrojo cuando le saco la primera foto. Y entonces el actual máster en Relaciones Internacionales sonríe como aquel niño que alguna vez abrió esa puerta o como aquel muchacho que una vez la cerró para siempre. Y se volvió un hombre que aceptó su destino sencillo en la Tierra pero sin renunciar jamás al gran mundo puertas adentro, en el maravilloso reino de los sueños.
 
 
Iván Wielikosielek
-Especial-

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