“Te voy a contar algo que no se lo he dicho a nadie: hasta hace poco me despertaba en medio de la noche exaltado y transpirado, porque en sueños volvía a escuchar los gritos desgarradores de una mujer, mientras era torturada en La Perla”, confió a EL DIARIO Omar Mignola, hoy de 77 años, quien fue uno de tantos que pasaron por la horrible experiencia del campo de concentración, y tuvo la suerte de salir con vida.
Mañana se prevé el comienzo en Córdoba del juicio conocido como “Menéndez III” o de “La Perla”. Son 450 las víctimas y 43 los acusados por delitos contra la humanidad.
Entre los acusados está Luciano Benjamín Menéndez, ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército y otros uniformados como Jorge Exequiel Acosta y Luis Alberto Manzanelli.
Están registrados 675 testigos.
Cabe mencionar que el ex centro clandestino, el más grande del interior del país, fue convertido en un espacio para la memoria.
El calvario de Mignola, por entonces panadero, comenzó el 6 de julio de 1978, cuando en horas de la siesta golpearon a su puerta en el 235 de Maestros Argentinos, en la casa donde aún vive, cerca de la Escuela del Trabajo.
Personas vestidas de militares que decían pertenecen a la Fábrica Militar de Pólvoras (entre ellos José Luis Cayetano Torres, quien fue comisionado municipal) rodearon la manzana, revisaron la vivienda y lo llevaron detenido a la Comisaría de General Paz y San Juan. Allí también estaban presos Armando Torres, Roque Luna y Pedro Pujol, todos, como Mignola, militantes del Partido Comunista.
A las pocas horas los cuatro ya estaban en La Perla, en una barraca cercana a la ruta a Villa Carlos Paz.
Durante los 22 días que permaneció en el campo de concentración, estuvo siempre con los ojos vendados, y cada tanto lo llevaban a una sala de interrogatorio, donde lo golpeaban, lo pateaban, lo tiraban contra la pared y lo picaneaban.
Las preguntas de los interrogadores rondaban siempre sobre su actividad política, tal como la distribución de la prensa (que era legal), o la campaña financiera (que también lo era).
Al volver a la barraca, lo obligaban a permanecer despierto y de pie. “En general, si uno no estaba alucinado por los golpes y la tortura, estaba adormilado por el cansancio”, evoca.
“Mi rostro llegó a ser un solo hematoma, perdí la conciencia, estaba agotado y extenuado en todo sentido. En esos momentos en que creía que me iban a matar a los pocos minutos, pensaba si había tenido sentido dedicar una vida a la militancia política, si le serviría a alguien mi sufrimiento, y el de todos los compañeros que pasaron por esa o por peores situaciones”, reflexiona ahora Mignola, quien de La Perla fue derivado a la cárcel, donde permaneció hasta enero de 1981.
Puesto que nadie de sus allegados conocía su paradero, en esos 22 días figuró en condición de detenido-desaparecido.
“A esta altura de mi vida tengo más dudas que certezas sobre la condición humana: muchas veces pienso qué sentido le darán a sus vidas quienes me molieron a palos en La Perla, o en la Jefatura de Villa María por el solo gusto de torturar, ya que mi vida pública era conocida por toda la ciudad, aunque la tortura no se justifica por ninguna circunstancia”, dijo el veterano político, quien agregó que “el peldaño más elevado que pueda alcanzar la condición humana es dar la vida por un semejante y el más bajo, quitarla mediante torturas y vejámenes”.
Mignola, quien es un ávido lector y aún hoy sigue actuando en política, afirma que “muchos compañeros salieron psíquicamente destruidos del campo de concentración, yo creo que pude recuperarme porque me ayudó el haber tenido una formación política muy profunda, que me hizo analizar la realidad desde una mayor perspectiva”.