Entubar agua del río
En el Archivo Histórico Municipal se guarda un documento fechado el 26 de junio de 1918. Se trata de una nota dirigida a Serafín Olivero, presidente de la Comisión Administradora Municipal. Con la firma del propietario de La Negrita, Antonio Maggi, se solicitó “permiso para instalar una línea de luz eléctrica y fuerza motriz” en el establecimiento “distante 30 cuadras más o menos de esta ciudad, hacia el este”. Se refería al lugar que hasta la actualidad se conoce con ese nombre, espacio donde se han desarrollado diferentes emprendimientos a lo largo de su historia y también ha contado con diferentes dueños.
El 27 de noviembre de 1926 se dictó la Ordenanza Municipal Nº 95, firmada por Porfirio Seppey, presidente de la Comisión Municipal, y Juan S. Arregui, en su carácter de secretario. Mediante ese instrumento legal el Estado municipal concedió permiso a “Antonio Maggi para sustituir la cañería instalada desde el Río Tercero hasta el establecimiento La Negrita, según ordenanza fecha 15 de diciembre de 1923, por una de 1,5 metro de diámetro”. En ese mismo instrumento legal quedó establecido que “el concesionario permitirá en cualquier momento la conexión de caños de desagües de los bulevares a las cañerías…” aparte de que Maggi entregaba 250 metros de caños de 40 centímetros de diámetro.
Obra con desafíos técnicos
En otro documento, del 27 de diciembre de 1929, que formó parte del expediente municipal Nº 30, el oficial mayor de Obras Públicas informó que Maggi, “concesionario para levantar agua del Río Tercero, construye una canalización en la orilla del mismo, que llega a las proximidades de una draga de propiedad de los Sres. Casas Hnos. instalada para extraer arena de dicho Río…”.
Para julio de 1930 ya encontramos que la prensa publicó un artículo donde se sostenía que La Negrita era “uno de los establecimientos más hermosos y de mayor porvenir de la zona por su ubicación y belleza”. En el artículo se destaca que se trataba “de una obra cuya realización ha llamado la atención de técnicos e ingenieros, por las dificultades vencidas, sobre todo al llevar hasta allí las aguas del Río Tercero” (actualmente Ctalamochita). El traslado de aguas del río no era un detalle en el emprendimiento de Antonio Maggi y así lo anunciaba el mismo artículo mencionado al decir “en el verano próximo será inaugurado un hermoso club de regatas con aguas embalsadas en cuencas artificiales… el chalet habitación que será inaugurado en breve es una obra que llama la atención por su belleza y la sobriedad de su estilo”, señalaba propagandísticamente el cronista.
Llevar hasta la estancia las aguas del Ctalamochita no fue una cuestión de fácil resolución técnica. No pocos opinaron de manera negativa en relación a la factibilidad del proyecto. La prensa lo describió diciendo que “muchos ingenieros a quienes se sometió el estudio manifestaron la imposibilidad de conseguir este propósito. El declive de la tierra desde el río hasta la estancia era sumamente escaso para poder establecer una corriente de importancia”. Pero igual se canalizó el agua. En una película, que la Iglesia Católica local hizo filmar en 1924, puede verse la colocación de los tubos que llevaban el agua hasta el establecimiento que nos ocupa.
En cuanto a cómo era el lugar encontramos, en el mismo artículo periodístico, una descripción donde se dice que contaba con “un gran canal que parte del Río Tercero va a embocarse en un tubo de cemento… Este gran canal de circunvalación está atravesado por puentes en forma de arco que da especial encanto a la perspectiva. El canal tiene una profundidad de 2 a 3,5 metros, lo que permite el tránsito de lanchas y la natación cómodamente”. En esa nota periodística del 30 dice que “el chalet está rodeado por un hermoso parque que comprende alrededor de 50 hectáreas, entre las cuales se cuenta la quinta, las plantaciones diversas y una plantación de 100 mil álamos que llama la atención del viajero, lo que también tiene su fin industrial”. El mencionado canal no sólo poseía un fin turístico, sino también era un sistema de riego para los árboles plantados en el lugar.
Analizar
En enero de 1934 Maggi presentó una nota al intendente municipal en la cual dice “el que subscribe… con domicilio en esta ciudad, propietario de una pileta de natación ubicada en la Estancia La Negrita… quiera hacer practicar por la oficina que corresponda una inspección a la misma”. Lo que Maggi pretendía era comprobar el estado de higiene y seguridad de la pileta “para seguir prestando servicio público”. Este pedido está fechado a finales del mes de enero, a principio de marzo del mismo año el Estado municipal dicta el decreto 242 “B” mediante el cual estableció que se procediera “a la inmediata clausura de la pileta de natación ubicada en la Estancia La Negrita”. Tal medida se fundamentó en que existía “línea de cables de alta tensión instalada a un costado de la pileta sin tener red protectora”, también que los médicos Sebastián R. Figueroa y Arturo J. Scopinaro, luego de una inspección “manifestaron que dicha pileta no se encuentra en las condiciones de higiene necesarias para funcionar públicamente”. También los análisis del agua de la pileta habían producido resultados pocos satisfactorios. El informe, guardado en el Archivo Histórico Municipal señala que “la flora microbiana se halla constituida especialmente por B. coli y estafilococos blancos”. Seguramente luego de esto se hicieron los trabajos necesarios para mejorar la situación. Pero lo que debe remarcarse es que el agua del río ya estaba allí a kilómetros de su cauce natural, se la llevaba con el interés de realizar un desarrollo turístico y productivo, en el lugar supo haber otras actividades como un criadero de nutrias. Con el tiempo la propiedad cambiaría de dueños, pero esas son otras historias y para otra página.