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El Peregrino Impertinente
Salvo para las personas que están acostumbradas a vacaciones eternas, como los jubilados o los concejales, esta época del año representa el único momento real de descanso. Y por ende, de escapada. El verano se nos viene encima, trayendo bajo el brazo un pan con forma de cabañita en las sierras, dos dormitorios, cochera, TV con cable, servicio de limpieza y familia de porteños con perro que se llama Toby en la cabaña de al lado incluidos. Qué lindo.
Lo cierto es que no hay nada como el viajecito en plena temporada estival. El baño de frescura indispensable, tras un invierno en el que la mayor satisfacción fue haber enganchado un All Boys- San Martín de San Juan en la TV pública. Es mirar el calendario y mover la cola, ladrar y hacerle pedazos el cantero de doña Elsa.
Comportamiento canino para un lapsus que no tiene nada de racional y mucho de sentimiento. Sentimiento de alegría, claro, porque las vacaciones están al caer.
Lo sabe el hombre de calle, el que si le ve la cara al jefe un día más, se cuelga del termotanque. Lo sabe el estudiante, ese que por no querer atender el quiosco de los padres, se tuvo que comer el año entero leyendo las obras completas de Kant. Y lo sabe su vecino, quien con tal de no tener que cruzarse con usted ni con el pesado de su hijo Carlitos por dos semanas, le pagó las últimas tres cuotas del viaje a Mar de Ajó.
Todos, en fin, tenemos motivos para alegrarnos con el receso. Viva la vida. Pero que vivan más las vacaciones.