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Así de colmada se mostró el domingo la Plaza de Mayo, en el marco de los festejos por el Día de la Democracia y los Derechos Humanos |
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La misma Plaza por donde pasó la propia historia argentina con sus triunfos y sus derrotas, en vísperas del Día Internacional de los Derechos Humanos se vio colmada de pueblo y expresiones de vida.
Plaza de Mayo embanderada y embelesada de cánticos unidos. Plaza que viera en octubre del 45 visibilizarse al pueblo hasta entonces sumergido, colmada de pasión democrática. Plaza de junio del 55 bombardeada, ensangrentada, traicionada por el brazo armado de ese mismo pueblo, henchida de participación y protagonismo popular. Plaza de las Madres, orgullosa hoy por el fin a tanta impunidad.
El 9 de diciembre de 2012 sí hará historia porque las fiestas se recuerdan con alegría y los presagios funestos con tristeza. Porque las conmemoraciones humanas son parte de la historia y los presagios funestos tan sólo eso: deseos de tragedia.
Científicos, artistas, trabajadores, productores agropecuarios, empresarios, docentes, deportistas, pueblo, todos estuvieron en la Plaza de la historia celebrando la democracia que supimos conseguir y estrechando filas en torno a ese valor ciudadano para resistir, una vez más, a los que deambulan por la noche del pasado.
En esta Plaza se supo quiénes estaban, bajo qué banderas y con qué consignas. En esta Plaza no hubo ira, ni el desenfreno de la blasfemia ni rituales exotéricos pidiéndole regreso al pasado que no vuelve ni rostros vetustos deseando la muerte: la muerte de la vida y la muerte de los sueños.
Esta no fue la Plaza del nefasto ayer, sino del promisorio futuro. Estuvo la juventud con su fuerza incontenible agitada por los nuevos vientos que soplan. La juventud militante que asume compromiso ciudadano desde las buenas intenciones y los mejores valores. Los jóvenes entonces desaparecidos, luego decepcionados y después traicionados, los que luego se volvieron escépticos hasta que un nuevo sueño los convocó. El sueño que inició Néstor Kirchner al asumir la Presidencia del país en el peor momento de la Argentina, con las fuerzas morales del pueblo hechas pedazos, con los poderes económicos omnívoros desgarrando hasta el último jirón de lo que quedaba: “Vengo a proponerles un sueño: reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como Nación; vengo a proponerles un sueño, que es la construcción de la justicia y la verdad; vengo a proponerles un sueño, que es el de volver a tener una Argentina con todos y para todos. Estoy convencido de que en esta simbiosis histórica vamos a encontrar el país que nos merecemos los argentinos”.
A nueve años de aquellas palabras, la Patria está reconstituida como pueblo y nación, se hizo justicia y se exhumó la verdad, se implementaron, como nunca antes, políticas de inclusión social y cultural… Y en esa simbiosis histórica el país de los argentinos es admirado por el mundo. Aunque todavía quede mucho por hacer.
Por eso, ayer, la Plaza de Mayo latió como un corazón rebosante de buena salud. Sólo faltaba el hombre que despertó los sueños.
Rubén Rüedi
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