“El violín ha sido mi gran compañero de vida. Me ha servido para relacionarme, para desafiarme, para compartir los mejores momentos de mi vida y acompañar o consolar algún dolor ajeno; para crecer, para crear y sobre todo para conocerme a mí mismo”. De este modo define Fabricio Valvasori el instrumento al que le ha consagrado su vida y también su salud.
A los 14 años y con una beca otorgada por el Método Suzuki de Córdoba, Fabricio parte hacia Alemania, donde estudia por tres meses obras de altísimo nivel y virtuosismo. Pero por esos días la desgracia parece llamar a su puerta: unos fuertes problemas articulares le hacen abandonar el curso. Sólo pensando en volver al ruedo, prueba con diversas terapias hasta dar con medicinas alternativas (yoga, tai chi chuan, acupuntura y homeopatía) que de a poco lo calman. A los 18 y ya mejor, decide tomar clases con Szymsia Bajour, violinista polaco, concertino de la Orquesta Sinfónica del Teatro Colón y primer violinista de Astor Piazzolla. Pero vuelven los problemas en codos y cuello a causa de los movimientos repetitivos de la profesión y decide estudiar kinesiología (de la cual se graduaría en 2002), sólo para entender mejor qué le pasa y no resignar el violín. Egresa de Collegium en 1998 y presenta su primer trabajo sobre didáctica violinística. La docencia llegaría en 2003 en el Conservatorio Felipe Boero.
“Cuando descubrí que tenía problemas físicos, nunca dejé del todo el violín, nunca hice todo el reposo que me pedían los médicos y las molestias se fueron agravando, haciéndose crónicas poco a poco. Pero el placer de tocar la mejor música del mundo era y es aún mayor que la fría conducta medida, al menos en mi caso.”
Violín y otras cuestiones
Sin embargo, tras tu problema físico te volviste a presentar en público…
-Sí, pero ya casi no lo hago. Cuando toco, me olvido de todo lo que no sea musical y trato de lograr el máximo nivel de concentración, percepción sensitiva, perfección motriz, equilibrios y disfrute que busco o siento cuando estudio. No creo en la frase “todo pasa por algo”, en el sentido de que ese algo “seguramente será mejor que antes”. He aprendido mucho, he perdido mucho, pero no le deseo a nadie que el sistema de aprendizaje sea el dolor.
¿Cambiaron tus objetivos como músico desde que empezaste a tocar?
-Mucho. Cuando era niño simplemente quería tocar obras hermosas como lo hacían mis compañeros o los solistas que oía en los casetes. Luego quise integrar la Orquesta Juvenil de Córdoba, sueño frustrado por vivir lejos. Cuando mejoré de salud quise perfeccionarme y estudié con Szymsia Bajour, quien en pocas clases cambió mi mirada sobre el instrumento. También quise estudiar Dirección de Orquesta en La Plata pero surgió el trabajo en el Método Suzuki de Córdoba. Mientras daba clases en el Conservatorio, mis sueños fueron formar mejores alumnos de los que había cuando ingresé. Así que grabé material didáctico inédito para mis alumnos. Recibo comentarios de agradecimientos por muchos estudiantes del mundo a través de YouTube.
¿Cómo es tu relación cotidiana con tu instrumento?
-Vivo con el violín. Lo llevo conmigo todas las veces que puedo, aunque más no sea para mostrar un corto ejemplo a un alumno. Creo que toco todos los días. Casi siempre ensayo obras complejas que no toco en público, y sigo mascullando mentalmente aunque no tenga el instrumento durante horas o días. Así encuentro muchas veces soluciones a dificultades técnicas.
¿Qué es un violín?
-Una invención de fina manufactura y alta sensibilidad; quién esté preparado para sintonizar con él, ya no podrá dejarle.
Una idea de “profesores locos”
¿Qué se debe tener para ser un buen violinista?
-Buen oído junto a la integración o coordinación de tres memorias primordiales: la mental, que dicta la sucesión de las notas, la auditiva, que prevee la sucesión de las alturas, y la muscular, que prevé diferentes combinaciones de movimientos. También una mezcla de fortaleza física y finura motriz, capacidad de trabajo y concentración mantenidas a lo largo del tiempo; y sobre todo uno o varios grandes maestros desde los inicios.
¿Cuál fue la génesis de este encuentro de violinistas?
-Nació espontáneamente y por fuerza de la amistad entre profesores locos por enseñar violín, Andrea Medina, Alejandra Longo (que es mi pareja) y yo; porque queríamos ver y participar de algo bello y generoso. Y nos arriesgamos. Nuestros directores Germán Ruiz y Raúl “Kuki” Soria (del Conservatorio y EMPO respectivamente) junto a Anabella Gill (directora de la Medioteca) creyeron en el proyecto, nos dejaron hacer y nos apoyaron. Resultó gratificante y fabuloso. Pese a la lluvia torrencial del jueves, sólo faltaron cuatro violinistas. Eramos 58 músicos de todas las edades disfrutando junto a un público cada vez más fervoroso.
¿Cómo está hoy la enseñanza de tu instrumento en la ciudad?
-En Villa María hay más estudiantes que violín que nunca. Dentro de una o dos décadas tal vez tengamos una Orquesta Sinfónica de mediano nivel, que no es poca cosa. Los avances son lentos pero se está yendo para delante.
Iván Wielikosielek
Especial