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20 de Diciembre de 2012
EL DIARIO en los barrios - Olga, la vecina de mayor edad
"Antes de morir, quiero volver a mi casa"
Ha visto llegar y crecer a todos sus vecinos, que cariñosamente la llaman tía. Recientemente quedó viuda, luego de compartir toda una vida con Manuel, un compañero con el que trabajaron a la par para conseguir un hogar. Desea regresar a Jovita, donde nació hace 86 años
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“El bastón cuenta mi vida”, resaltó la dama en una extensa charla con EL DIARIO, en la que rememoró diversos fragmentos de su intensa vida

Habi­ta aquí des­de 1959. Tie­ne 86 años, es ma­dre de on­ce hi­jos y tie­ne tan­tos nie­tos que “ya per­dí la cuen­ta”.
Se lla­ma Ol­ga So­ler y re­si­de so­bre ca­lle Al­mi­ran­te Brown. Es sin du­da una de las re­fe­ren­tes del ba­rrio, al que lo ha vis­to cre­cer y en el que mu­chos le di­cen “tía”, ca­ri­ño­sa­men­te.
“Com­pra­mos el te­rre­no y edifi­ca­mos una pie­ci­ta pa­ra vi­vir con to­da la fa­mi­lia. La le­van­ta­mos con ado­be y mu­cho sa­cri­fi­cio. La fui­mos agran­dan­do con el pa­so del tiem­po. Fue di­fí­cil pe­ro muy lin­do a la vez”, ex­pli­có a EL DIA­RIO.
“Con nues­tras ma­nos hi­ci­mos to­do lo que pu­di­mos”, re­sal­tó. Ha­bló en plu­ral en to­do mo­men­to. Es que ella con­for­mó jun­to a su pa­re­ja, Ma­nuel Fe­li­pe Pie­dras, un ma­tri­mo­nio “de los de an­tes, cre­yen­te, que no se se­pa­ra­ba por la mí­ni­ma di­fe­ren­cia”.
Gol­pea­da por su re­cien­te viu­dez (el se­ñor fa­lle­ció ha­ce un mes y me­dio), Ol­ga aten­dió a es­te ma­tu­ti­no y per­mi­tió ex­plo­rar so­bre su vi­da, la que es­tá in­de­fec­ti­ble­men­te uni­da al pro­gre­so del sec­tor.
Na­ció en Jo­vi­ta, pro­vin­cia de Cór­do­ba. Rá­pi­da­men­te emi­gró jun­to a su fa­mi­lia a La Pam­pa, don­de se crió. Es­tu­vo allí has­ta los 17, cuan­do lle­gó a Vi­lla Ma­ría. 
“Era­mos co­mo los gi­ta­nos, por­que mi pa­pá era po­li­cía y lo tras­la­da­ban, en­ton­ces nos te­nía­mos que mu­dar to­dos. Te­nía 3 o 5 años cuan­do nos fui­mos a La Pam­pa. La ver­dad que an­tes de mo­rir­me qui­sie­ra re­gre­sar a Jo­vi­ta, pa­ra co­no­cer al pue­blo en el que na­cí. No sé si es fá­cil, no sé si se pue­de, ne­ce­si­ta­mos un au­to”, con­fe­só.
“Cuan­do vi­ni­mos a La La­gu­na (pa­so pre­vio a ins­ta­lar­se en Vi­lla Ma­ría) mi pa­pá ya ha­bía de­ja­do de ser po­li­cía”, con­tó.
Fue ni­ñe­ra y co­ci­ne­ra. “Tra­ba­jé con el doc­tor Nar­ci­so Her­nán­dez, mi pa­pá le lle­va­ba la vian­da. Era ni­ñe­ra de su hi­jo. Me acuer­do que lo ba­ña­ba, le da­ba la ma­ma­de­ra, lo lle­va­ba a la pla­za. A las do­ce de la no­che le la­va­ba los pa­ña­les y a la 1 de la ma­ña­na los ten­día así se se­ca­ban. No ha­bía des­car­ta­bles. Fui ni­ñe­ra ca­ma aden­tro has­ta que el chi­co se crió”, des­cri­bió con pa­sión.
A los 21 se ca­só con Ma­nuel Fe­lipe Pie­dras, na­ci­do en Leo­nes.
Tu­vie­ron on­ce hi­jos, ocho va­ro­nes y tres mu­je­res y “me crié el nie­to al que le fa­lle­ció su ma­má”.
En fe­bre­ro pró­xi­mo cum­pli­ría 65 años de ca­sa­da con quien fue su úni­co hom­bre. “Fue el úni­co en mi vi­da. Ma­nuel era trac­to­ris­ta, tra­ba­ja­dor en el cam­po, en la co­se­cha. He­mos tra­ba­ja­do los dos en el cam­po. Me ca­sé con un jor­na­le­ro y eso no era pa­ra es­tar sen­ta­da to­man­do ma­te”, con­si­de­ró.
“Hoy hay mu­cha fa­ci­li­dad pa­ra tra­ba­jar, en ese tiem­po no era así. Era po­co lo que ha­bía pa­ra ha­cer. El cor­ta­ba ma­te­rial, yo lo se­pa­ra­ba, des­pués ha­bía que api­lar­lo. To­do lo hi­ci­mos jun­tos”, re­sal­tó.
Ol­ga re­cuer­da el día en que com­pra­ron el lo­te en es­te ba­rrio vi­lla­no­ven­se. “A él no le gus­ta­ba”, di­jo en re­fe­ren­cia a su ma­ri­do, “pe­ro a mí sí, por­que te­nía a to­da mi fa­mi­lia acá”, ar­gu­men­tó.
El re­cor­dar a su gen­te la lle­vó a ahon­dar en dis­tin­tos as­pec­tos de su vi­da y que le ga­nó la nos­tal­gia.
“Que­dé so­la, de cin­co mu­je­res y dos va­ro­nes. Era­mos sie­te her­ma­nos. Ha­ce mu­cho per­dí a mis pa­pás. Mi ma­má mu­rió muy jo­ven: ape­nas yo te­nía mis dos pri­me­ros hi­jos”, na­rró.
Lue­go con­tó que es evan­gé­li­ca y muy cre­yen­te. “En La Pam­pa no ha­bía igle­sias, no ha­bía cu­ras, en­ton­ces no sa­bía que exis­tía Dios ni Je­su­cris­to. Cuan­do ya es­ta­ba acá le pe­dí per­dón al Se­ñor por­que yo no sa­bía que Cris­to ha­bía muer­to por mí”, sin­te­ti­zó su fe.
Cuan­do el ma­tri­mo­nio de­sem­bar­có en el por en­ton­ces “ba­rrio de los 60 Gua­sos”, “no ha­bía ca­si na­da”. “Era un cor­ta­de­ro de la­dri­llos. Mi cu­ña­do es­ta­ba al fren­te”, re­me­mo­ró.
Ol­ga bu­ceó en su me­mo­ria pa­ra de­tec­tar la lle­ga­da de los ser­vi­cios. Cal­cu­ló que la ener­gía eléc­tri­ca lle­gó a fi­nes de los años 90 y más tar­de lo hi­zo el agua po­ta­ble.
Ama a sus ve­ci­nos, di­ce que pre­ci­sa­men­te el ve­cin­da­rio es lo que más le gus­ta del sec­tor. 
“Los vi lle­gar y cre­cer a to­dos. Los que vi­ven en­fren­te (di­jo se­ña­lan­do por ca­lle Al­mi­ran­te Brown) no ha­bían na­ci­do. La Pi­cho­na (di­jo en re­fe­ren­cia a una de las re­si­den­tes em­ble­má­ti­cas) re­cién ju­ga­ba a las mu­ñe­cas”, bro­meó de­ta­llis­ta.
¿Qué es lo que no le gus­ta? “Yo es­toy acos­tum­bra­da a to­do, los chi­cos me di­cen tía. Tu­ve una es­cue­la bí­bli­ca con 48 chi­cos. La tu­ve mu­chos años y con­té con nu­me­ro­sos alum­nos”, res­pon­dió an­te la con­sul­ta de es­te ma­tu­ti­no. 
Con­fió es­tar preo­cu­pa­da ac­tual­men­te “por las men­ti­ras”. 
“Me preo­cu­pa la ju­ven­tud. Veo to­do muy per­di­do. Tam­bién me de­sa­gra­da la fal­ta de res­pe­to que se le tie­ne a los pa­dres”, de­cla­ró no refiriéndose al barrio sino a la sociedad en general.
“Hoy en día los pa­pás que­dan chi­qui­tos así (ha­ce una se­ña con los de­dos) fren­te a sus hi­jos, por­que es­tos ha­cen lo que quie­ren. No hay lí­mi­tes. Me acuer­do que le fue­ron con un cuen­to, al­go que era men­ti­ra, a mi ma­má cuan­do yo era jo­ven y ella me es­pe­ró de­trás de la puer­ta con un la­ti­gui­to. Le tu­ve que ex­pli­car que no era cier­to. Y se los res­pe­ta­ba a ellos, no se les men­tía ni se los pa­sa­ba por en­ci­ma”, ase­gu­ró.
El amor fue el mo­tor de su vi­da y por eso hoy sien­te la au­sen­cia de su com­pa­ñe­ro de dé­ca­das.
“No sé bien por qué se se­pa­ran rá­pi­do las pa­re­jas, pe­ro creo que hay mu­cha di­fe­ren­cia en­tre un ma­tri­mo­nio que es cre­yen­te y otro que no lo es. So­mos te­me­ro­sos a Dios, no te­ne­mos es­ca­pa­to­ria de él, que to­do lo ve”, afir­mó.
De buen sem­blan­te, sim­pá­ti­ca y fres­ca, se pre­gun­tó por qué EL DIA­RIO la bus­ca­ba. Cuan­do nos íba­mos so­li­ci­tó que guar­de­mos las fo­to­gra­fías, por­que las quie­re ver cuan­do cum­pla cien años. “No pien­so mo­rir­me”, de­sa­fió.
Mos­tró su bas­tón y gra­fi­có: “El es quien cuen­ta mi vi­da”. 
Fi­nal­men­te, abun­dó en de­ta­lles so­bre el nom­bre del sec­tor.
“Du­ran­te mu­chí­si­mo tiem­po la gen­te lo co­no­cía co­mo el “ba­rrio de los 60 Gua­sos”. Era por los Al­ma­da”, re­cor­dó. De in­me­dia­to, acla­ró: “Ojo eh, no eran ma­los, eran bue­nos ve­ci­nos”.
“Los mi­sio­ne­ros en­con­tra­ron una me­da­lla y así se ori­gi­nó el nue­vo nom­bre. Ha­bía gen­te que no es­ta­ba ca­sa­da y ellos les hi­cie­ron con­traer ma­tri­mo­nio”, con­clu­yó.



 

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