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16 de Diciembre de 2008
Violencia sexual
Alcohol, éxtasis y sedantes, las drogas para manipular la voluntad
La denominada "sumisión química", un acto delictivo que parece estar aumentando en el mundo
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Las fiestas son ocasiones propicias para inducir al consumo de drogas en forma involuntaria

Muchas personas, especialmente mujeres, que estén leyendo estas páginas recordarán cómo sus padres les decían antes de salir a divertirse por las noches. Entre la retahíla de consejos había uno que no faltaba: “Cuidado de que nadie te eche nada raro en el vaso”. En ese momento, la chica sermoneada solía mirar a sus progenitores como si éstos hubieran perdido el juicio y salía por la puerta pensando en que esas ideas descabelladas no le aguarían la fiesta.
Sin embargo, los hechos apuntan a que las madres, como casi siempre, tenían razón. Los datos sugieren que la administración de sustancias psicoactivas, drogas y medicamentos se han empleado siempre para cometer delitos de diversa índole, especialmente sexual. No obstante, la proliferación de las llamadas drogas de club y las facilidades para adquirirlas por Internet ha hecho saltar las alarmas de los profesionales sanitarios, que cada semana reciben un goteo de personas susceptibles de haber sido víctimas de la denominada sumisión química. Estos expertos aconsejan extremar las medidas de precaución en los lugares de ocio y acudir inmediatamente al médico en caso de sospechar que se ha podido sufrir un abuso de este tipo.
“Hasta hace relativamente poco, alguien que acudía al servicio de urgencias con una resaca horrible, que decía no acordarse de nada o de muy poco de la noche anterior, pero que tenía la sensación de que le habían agredido o de que había mantenido relaciones sexuales sin su consentimiento, provocaba una reacción de incredulidad. Sin embargo, estamos observando que normalmente no se trata de una invención. Sin ir más lejos, esta semana hemos atendido dos casos: un varón al que robaron y una chica a la que violaron; ambos habían sido drogados sin que se dieran cuenta.”
Este es el relato de Guillermo Burillo, experto en toxicología de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES), quien reconoce que la sumisión química -administración de sustancias psicoactivas con fines delictivos o criminales- no es una leyenda urbana y que “aunque no hay datos ni estadísticas oficiales al respecto, existe la sensación generalizada, entre los profesionales sanitarios, de que el fenómeno va en aumento”.
Para calibrar el alcance de lo que por el momento es sólo una impresión, algunos especialistas ya se han puesto manos a la obra. Concretamente, el primer número de este mes de la revista Medicina Clínica recoge un estudio en el que se refiere a que, si bien el fenómeno de manipular la voluntad de las personas mediante determinadas sustancias no es nuevo, en los últimos años ha cobrado mayor protagonismo por su asociación con agresiones sexuales fundamentalmente.
A pesar de la ausencia de datos en España, existen estadísticas en otros países que obligan a las autoridades patrias a permanecer vigilantes. Así, un trabajo realizado en Canadá entre 1999 y 2003 cifró en un 15,4% el porcentaje de casos de abusos sexuales en los que estaba implicada la sumisión química.
Por su parte, un seguimiento llevado a cabo en Estados Unidos ha registrado 1.179 casos en los últimos dos años. Finalmente, los científicos galos y británicos están elaborando sendos protocolos de actuación debido, precisamente, a que el problema está cobrando una magnitud realmente significativa.
“Creemos que la sumisión química tiene ahora más relevancia porque las víctimas están mejor informadas y, aunque tarde, reclaman ayuda en mayor medida; también es cierto que los profesionales sanitarios cuentan con mejor formación en este tema y han dejado de catalogar como agresión común un abuso de estas características; finalmente, es muy factible que el número total de casos se haya multiplicado, aunque todavía no sepamos evaluar por cuánto exactamente”, explicó Angelines Cruz-Landeira, de Santiago de Compostela y primera firmante del trabajo publicado en la revista española.
“Afortunadamente, todavía no se trata de algo habitual, pero eso no quiere decir que no haya que estar alerta porque, sobre todo desde hace dos años, hemos tenido conocimiento de varios casos en este sentido.”
¿Y quiénes son las personas que deberían tener especial cuidado? Pues según el perfil que se ha podido extraer de los casos recogidos, la víctima suele ser una mujer joven -no necesariamente adolescente; sino más bien en torno a la treintena- que acude a un lugar de ocio que, aparentemente, no encierra ningún peligro (una fiesta, una discoteca, un pub, una reunión lúdica...) y acaba despertando en un lugar desconocido con signos evidentes de haber sido agredida sexualmente. No se trata de lesiones físicas porque no opone resistencia, pero sí indicios de haber mantenido relaciones no consentidas.
El agresor suele ser un varón conocido en mayor o menor medida por la víctima, que administra una sustancia de acción rápida, de corta duración, fácil de obtener y que causa síntomas inespecíficos que pueden confundirse con los de una intoxicación etílica (desinhibición, euforia, mareo, náuseas, sedación, falta de reflejos...).
Normalmente, el agresor mezcla esta sustancia, que por su falta de olor y sabor se camufla perfectamente, con una bebida y se ofrece voluntario para acompañar a la víctima a un lugar más despejado o de regreso a su casa.
“También hay que tener en cuenta los casos en los que la víctima ingiere la droga voluntariamente; engañada, porque le dicen que si la toma mantendrá unas relaciones sexuales mucho más satisfactorias. Eso no es cierto, la ingesta de estas sustancias no se hace para estar mejor en la cama; sino para llegar a ella”, resume Eusebio Mejía, director técnico de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD).
En cualquiera de los casos, el resultado de esta sumisión química es el mantenimiento de unas prácticas sexuales de riesgo que pueden desencadenar todo un rosario de problemas sanitarios, como enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, contracepción de urgencia y trauma psicológico.
“Las chicas que atendemos se suelen sentir impotentes e indefensas porque, en realidad, no saben a quién denunciar; ni siquiera están seguras de que haber mantenido relaciones íntimas en esas condiciones sea susceptible de ser catalogado como un delito”, afirma Burillo.
No obstante, este experto anima a cualquier persona que sospeche que ha podido ser víctima de un abuso de este tipo a que acuda a los servicios médicos cuanto antes (urgencias, atención primaria, ginecología o planificación familiar).
“Muchas veces las sustancias empleadas son bastante difíciles de rastrear, pero al menos podemos determinar qué ha ocurrido y así actuar con respecto a gestaciones no deseadas o patologías de transmisión sexual, si las hubiera”, apostilla el toxicólogo de la SEMES.

Fuente: El Mundo, Madrid.

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