Escribe: El Peregrino Impertinente
“Enero en la piel, relincha un bagual (que sabrá Dios qué carancho es), un buen payador, copleando al azar (bien al estilo campestre, con sponsor en la boina), cantores que van, queriendo serenatear (y si son televisados y cobran derechos, más todavía), Jesús María cantará”. El próximo viernes se larga el Festival Nacional de Doma y Folclore. Acaso el encuentro que mejor representa al movimiento costumbrista argentino, junto con Cosquín y el Pepsi Music. Hay que ver cómo está la paisanada ante la inminencia del arranque.
Y es que el festival es especial. Diez noches de canto, de baile, de jineteada… y de alegría. Jornadas que le dan respiro a la coyuntura cotidiana, ayudando a que el tipo de calle se olvide de los problemas que más le preocupan, como las deudas, los conflictos maritales o la falta de sustento filosófico de la teoría cuántica y su influencia en el no-alineamiento del hombre con el cosmos. Se encuentra a gusto el visitante amante de lo telúrico, en una ciudad que revienta al ritmo de chacareras, zambas y serenatas. La mística gauchesca prende fuego las almas, que se chamuscan inevitablemente al estar los Bomberos distraídos con un malambo. Imposible no contagiarse del entorno con tanta pasión dando vuelta.
En fin, que Jesús María es lo más grande que hay. La envidia de los otros 32.456 festivales que copan las noches veraniegas y que hacen que artistas como Jairo o Jorge Rojas se compren una isla hawaiana por temporada. Desde el Festival Nacional de la Encefalitis hasta la Fiesta Provincial del Mono Navarro Montoya con Salsa, todos miran a la ciudad del norte cordobés y se les hace agua la boca. Todos menos nuestro Festival de Peñas, que ahora sin peñas en la calle y con Sergio Dalma en el escenario está más picante que nunca.