Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Después de recorrer la complicada, tosca e invertebrada Johannesburgo, llegar a Pretoria es toda una bocanada de aire fresco. A apenas 60 kilómetros de la mayor metrópolis del país, en el noreste de Sudáfrica, la capital nacional ofrece todo lo que no se encuentra en su vecina: agraciados espacios públicos, edificios históricos bien conservados, verde en rededor y sobre todo, tranquilidad para disfrutar del cuadro. Son calles y avenidas donde uno camina con la sola preocupación de saborear el entorno, de plazas y parques que irradian pureza y esos miles y miles de arbustos con flores púrpuras que bien justifican el mote de “Ciudad Jacarandá”.
Pero a no simplificar las emociones, que los perfumes de Pretoria (también conocida como Tshwane) no son exclusividad de su cara bonita: los aires calmos que soplan en asfalto y árboles esconden la inconmensurable riqueza cultural de una nación que no en vano es conocida como “del arco iris”.
Variopinto tesoro de etnias, lenguas, tradiciones y formas de vida y que en la segunda urbe de la provincia de Gauteng, encuentra emblema. Una realidad a su vez caracterizada por la discriminación, la violencia subcutánea (también la hay de facto) y la desigualdad. Es la parte áspera, la que se mezcla con la otra para conquistar la atención del viajero.
Paseo con historia
La sierra de Magaliesberg, que brota en las afueras, da la coyuntura indicada al adentro. Ahí está Pretoria, linda ella, medio millón de habitantes (sin contar su aérea metropolitana), y otro mote que la acicala: ser considerada el centro político de Africa. Por algo es, después de Washington, Estados Unidos, la ciudad con más embajadas del mundo: todos los países quieren estar en la médula administrativa del Continente Negro.
El paseo bien puede comenzar en Church Square, centro urbano por excelencia. Una preciosa plaza rodeada de joyas arquitectónicas como el antiguo Parlamento de la provincia de Transvaal, el Teatro del Capitolio, el edificio de correos o la sede del Tribunal de Justicia, donde un tal Nelson Mandela fue juzgado en 1963, para luego ser encarcelado por 27 años. Como a lo largo de todo el mapa, las influencias del estilo británico se mezclan con movimientos sudafricanos tardíos, lo que le da a las construcciones un singular atractivo. Otros edificios conocidos, como la sede del Ayuntamiento, el Museo de Arte o la Estación Central dan muestra de ello, lo mismo que parques como el Springbok Park, el Burgers Park o los Jardines Botánicos.
Aunque si hablamos de obras hechas por el hombre, ninguna como los Edificios de la Unión. Notable por su forma y estilo, lo es más por su trascendencia histórica. Sede del Gobierno Nacional, fue allí donde Mandela pronunció su discurso tras ganar las elecciones de 1994, las primeras luego del fin del Apartheid. Un verdadero símbolo de la democracia y la libertad, honrado por un maravilloso jardín y parque que lo precede, y que configura, en conjunto con los Edificios, el ícono máximo de Pretoria.
Para sumergirnos más en la atrayente e intrincada historia de Sudáfrica, no hay que perderse el Monumento al Voortrekker. Otro valuarte que, enclavado en la colina, recuerda a los primeros colonos del sur continental, provenientes de Holanda. Recorrer su museo, plagado de diatribas pseudo racistas, ayuda a entender lo lejos que está el país de alcanzar una paz social auténtica y duradera.
Las dos Sudáfricas
En el medio de Church Square, los hombres y mujeres de traje (en su inmensa mayoría blancos), mezclan el paso con los negros de calle. Son ellos, los zulúes, los sotho, los tsongas, quienes le compran a las regordetas mujeres que tienen su mismo color de piel, y que remueven los guisos al aire libre.
Después del pollo y el arroz, algunos se van para la estación de buses, que de estación no tiene nada. Un descampado marca Africa, donde la gente se amontona a la espera de conseguir lugar en alguna de las mini van que, sin papeles ni seguro de nada, los llevarán a casa. Colas interminables, basura alrededor, mucho calor. Tras la larga demora, finalmente se suben. Por la ventanilla, les toca ver autos último modelo silbar a los costados. Los conducen, en una proporción de 9 a 10, blancos. La postal, en su conjunto, es 100% sudafricana.