Todavía hoy, a más de 30 años después de su reinado en las listas de éxitos, Phil Spector, el creador del famoso "muro del sonido", es considerado como el paradigma del productor de discos, la cumbre contra la que todos deben medir sus realizaciones.
A continuación los motivos. En primer lugar se trata de un personaje neurótico y pintoresco, nunca comprendido del todo (Tom Wolfe le retrató como el primer magnate de la era juvenil en su tortuosa biografía que luego se convirtiría en una producción cinematográfica con Al Pacino en el papel de Spector). Segundo, entendió la esencia del pop, esa elocuente capacidad para masajear nuestros sentidos sin perder de vista su génesis como verdadera música de consumo masivo.
Tercero, se dedicó de manera obsecuente a su profesión, creando un verdadero "sonido Spector", imitado al máximo por sus colegas y enriqueciendo por ende, las técnicas de grabación. Cuarto, funcionó contra la corriente, arrastrado por un impulso inconformista que lo distinguía de la muchedumbre de explotadores que cobijaba la industria del disco. Quinto, y lo más importante, es el responsable de docenas de canciones que figuran entre lo más memorable de los años 60 y 70. Ha trabajado con muchos artistas que en gran parte le deben sus éxitos que aún hoy siguen sonando. Han requerido sus servicios, entre otros tantos: Los Beatles, Rolling Stones, Abba, Leonard Cohen, Beach Boys, Bruce Springsteen y Las Ronettes. Eran épocas de laboratorio en donde el artista aportaba su talento natural y su voz, pero el verdadero responsable de completar la tarea de producción y edición de un disco, estaba detrás de las enormes consolas. Spector fue un innovador en la industria de la música y forjó nuevas alternativas que perfeccionaron centenares de canciones que hoy sobreviven como síntesis de lo mejor del pop.
El epílogo de esta trayectoria es devastador para el excéntrico productor (nacido el 26 de diciembre de 1939), ya que en mayo de 2009 fue condenado a cadena perpetua acusado de haber asesinado a Lana Clarkson (actriz), en las afueras de Los Angeles en febrero de 2003.
Los héroes del celuloide
Cine y música fueron complementarios desde que ambas expresiones artísticas decidieron convertirse en industrias, trascender los reducidos círculos elitistas y lanzarse descaradamente a la conquista de los mercados. Si en el comienzo de los años 50, el rock se convertía en el emblema musical de una generación, la cinematografía no fue a la zaga e impulsó al estrellato a dos de sus símbolos más influyentes y carismáticos: Marlon Brando en "¡Salvaje!" (The wild one) de Laszlo Benedeck y James Dean en "Rebelde sin causa" (Rebel without a cause) del director Nicholas Ray.
Atilio Ghezzi
Especial para EL DIARIO