Escribe: El Peregrino Impertinente
La fiebre amarilla es un mal terrible y maravilloso que te agarra por mirar 37 veces cada uno de los capítulos viejos de Los Simpsons. Pero también es una enfermedad grave, frecuente en zonas tropicales de Latinoamérica y Africa. Por eso, el viajero que se traslade hacia aquellas latitudes debe pensar en ponerse la vacuna. Es gratis, dura 10 años y te salva del prematuro vermú con San Pedro, que será muy buena gente pero mejor tenerlo bien lejos.
Inmunizados o no, en las regiones mencionadas es muy importante evitar el contacto con los mosquitos. Transmisores de la enfermedad, hay que tener mucho cuidado con el Aedes Egypti, y fundamentalmente con el Aedes Hijdeputi, el más malintencionado de todos. Si te pican bien picado, y sin vacuna, se complica la historia. Los primeros síntomas son los mismos que cuando uno escucha algún CD de Diego Torres: fiebre, escalofríos, náuseas y vómitos. La diferencia está en las manifestaciones posteriores: lo más habitual es hemorragia en fosas nasales y encías, insuficiencia hepática y/o renal, vómitos con sangre e ictericia, que es el color amarillento que adquiere la piel debido al aumento de la bilirrubina en los tejidos.
Pero ahí no hay Juan Luis Guerra que aguante. No queda otra que ponerse a afinar el arpa, sobre todo cuando te agarran las consecuentes Bradicardia, Leucopenia o Neutropenia. Anomalías que sabrá Mandinga qué son, pero que ya desde el nombre suenan a jodido. Se da cuenta uno, por ejemplo, porque jamás le pondría “Bradicardia” a la perra.
Así las cosas, mejor tomar los recaudos necesarios y darse el debido pinchazo antes de salir de casa. Pero no vaya a hacer como un primo mío, que de tantos pinchazos que le dieron le agarró el gustito y… bueno, que eso es parte de otro cuento. Por las dudas, tampoco se olvide el Off.