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8 de Enero de 2013
Año nue­vo, ¿nue­va vi­da?
Cuando el embarazo no llega: “¿Y ustedes, para cuándo?”
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A la preo­cu­pa­ción de la es­pe­ra in­fruc­tuo­sa hay que su­mar­le pre­gun­tas de alle­ga­dos

Año nue­vo. Reu­nio­nes y, al mis­mo tiem­po, sur­ge pa­ra al­gu­nas pa­re­jas una pre­gun­ta te­rri­ble: “¿Y us­te­des, pa­ra cuán­do?”.

Nues­tra so­cie­dad, im­preg­na­da por la cul­tu­ra que dic­ta­ron nues­tros pa­dres, abue­los y bi­sa­bue­los pro­ve­nien­tes de dis­tin­tas re­gio­nes del mun­do, nos le­gó mo­de­los fa­mi­lia­res que si­guen ope­ran­do con fuer­za en la ac­tua­li­dad. Y eso es­tá bien, pues la ba­se de la so­cie­dad es­tá con­for­ma­da por fa­mi­lias nu­me­ro­sas, sa­nas y fe­li­ces. 
Des­de la edad más apro­pia­da pa­ra que una mu­jer se ca­se, y có­mo de­ben ac­tuar a tal efec­to el hom­bre y la mu­jer, has­ta el clá­si­co “¿y us­te­des, pa­ra cuán­do?”, en los mo­men­tos en que el hi­jo no lle­ga. Son es­ti­los y cos­tum­bres que se fue­ron trans­mi­tien­do de una a otra ge­ne­ra­ción. Man­te­ner lue­go la unión de la fa­mi­lia co­mo ba­se pa­ra re­crear­la es un há­bi­to que se per­dió en va­rios paí­ses; no en el nues­tro. La he­ren­cia ju­deo-cris­tia­na, el de­seo de cam­biar las con­di­cio­nes so­cioe­co­nó­mi­cas fue­ron co­mu­ni­can­do las ex­pec­ta­ti­vas de los pa­dres so­bre los hi­jos co­mo per­pe­tua­do­res del ape­lli­do. 
Al­gu­nos de es­tos man­da­tos con­ti­núan fir­mes hoy en día. Así co­mo el no­viaz­go con vis­tas al ca­sa­mien­to for­mal des­pués de re­ci­bir­se o de un as­cen­so la­bo­ral es lo es­pe­ra­ble­men­te de­sea­do, el lo­gro del em­ba­ra­zo al tiem­po de ca­sar­se es la im­po­si­ción so­cial. 
Es en es­tos mo­men­tos en que la tía, la abue­la o la pri­ma en me­dio del plá­ci­do do­min­go o una pa­re­ja de ami­gos en me­dio de una sa­li­da pre­gun­tan: “¿Y us­te­des, pa­ra cuán­do?”, “¿y, pa­ra cuán­do no­ve­da­des, no pien­san agran­dar la fa­mi­lia?”, “¡va­mos, que si no con us­te­des se ter­mi­na el ape­lli­do!” o “¡apu­ran­do el trá­mi­te, que Fu­la­no les es­tá ga­nan­do!”, et­cé­te­ra. 
El “que­re­mos dis­fru­tar de la pa­re­ja”, la com­pra de la ca­sa, el lo­gro de se­gu­ri­dad eco­nó­mi­ca son las ex­cu­sas ha­bi­tua­les cuan­do ha­ce tiem­po que se aban­do­na­ron las pas­ti­llas o el pre­ser­va­ti­vo y el em­ba­ra­zo no apa­re­ce. 
A la preo­cu­pa­ción ló­gi­ca de la es­pe­ra in­fruc­tuo­sa, hay que su­mar­le es­tas pre­gun­tas de la fa­mi­lia y los ami­gos que ya jue­gan con sus hi­jos. Es co­mo po­ner el de­do en una he­ri­da que, por su­pues­to, no sa­ben que exis­te, aun­que con bue­nas in­ten­cio­nes. 
Es­tos y otros co­men­ta­rios es­cu­cha­mos a dia­rio en nues­tro con­sul­to­rio de re­pro­duc­ción. Si el em­ba­ra­zo no lle­ga, lo me­jor es con­sul­tar y no que­dar­se con el “va­yan de va­ca­cio­nes y ol­ví­den­se, van a ver que así que­dan em­ba­ra­za­dos”. 
Pe­ro, ¿se de­be se­guir elu­dien­do el pro­ble­ma? Si ya se hi­zo una con­sul­ta al es­pe­cia­lis­ta y se tie­ne un diag­nós­ti­co y se plan­tea un tra­ta­mien­to, por qué no en­fren­tar la rea­li­dad y po­ner ma­nos a la obra. Se gas­ta mu­cha ener­gía en “es­qui­var el bul­to”. Qui­zás lo me­jor se­ría ha­blar, en lo po­si­ble, lo más abier­ta­men­te del te­ma con la fa­mi­lia y/o los ami­gos más cer­ca­nos. 
Ex­pli­car que “así co­mo ustedes quie­ren ser abue­los, tíos, et­cé­te­ra, nosotros que­re­mos ser pa­dres; que te­ne­mos un pro­ble­ma y que va­mos a ha­cer lo ne­ce­sa­rio pa­ra so­lu­cio­nar­lo”. Trans­mi­tir­les lo que sien­ten y que pue­den ayu­dar­los, en es­pe­cial es­cu­chán­do­los cuan­do us­te­des lo ne­ce­si­ten, cuan­do ha­ya bue­nas o ma­las no­ti­cias. Ten­drán to­dos que to­le­rar la es­pe­ra, te­nien­do la cer­te­za que de al­gu­na ma­ne­ra, con pa­cien­cia y la ayu­da del es­pe­cia­lis­ta y de Dios, la fa­mi­lia se agran­da­rá. 
Dr. Natalio M. Kuperman
Especialista en Medicina Reproductiva
Doctor en Medicina y Cirugía
Clínica de Especialidades Villa María

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