Se cumplen 30 años de la desaparición física del doctor Arturo Humberto Illia, uno de los hombres más importantes de la historia de nuestra República Argentina.
Nacido en Pergamino en el año 1900, se traslada a Cruz del Eje como médico ferroviario, perdiendo su trabajo por haberse afiliado a la Unión Cívica Radical.
En el año 1936, cuando es elegido Amadeo Sabattini gobernador de la provincia, Illia lo es como senador provincial; en 1943 asume como vicegobernador, cargo que ocupó hasta el golpe de Estado de 1.943.
Desde 1948 hasta 1952 cumplió las funciones de diputado nacional, siendo en 1962 electo gobernador de la provincia de Córdoba, pero no llega a asumir por los movimientos militares que obligaron a Frondizi a anular esas elecciones.
En 1963 llega a la Presidencia de la Nación, con apenas el 21,15% de los votos.
Su Gobierno fue todo un ejemplo, reconocido por todos los referentes políticos y sociales de la República (claro, después de muchos años). Se incrementó el Producto Bruto Interno, aumentó la producción de la industria nacional, se pagó gran parte de la deuda externa, se reguló la producción y comercialización de medicamentos, se aprobó la Ley del Salario Mínimo Vital y Móvil, se anularon los contratos de privatización del petróleo (firmado por el presidente Frondizi y que ponía en peligro el abastecimiento interno), creó campañas de alfabetización, destinó el 23% del Presupuesto nacional para educación y fundamentalmente fue austero y transparente en la administración pública sin hacer uso de los fondos reservados que le posibilitaba su cargo presidencial.
Respetuoso de la ley, fue un verdadero demócrata, que gobernó sin ningún tipo de distinción.
Tuvo que soportar presiones del sindicalismo peronista, que con distintas medidas de fuerza buscaban desgastar al Gobierno, lo que sumado a una campaña periodística corporativista que lo tildaban de lento, a la ley de medicamentos que afectaba grandes intereses financieros y a la ambición de sectores militares de gobernar al país para aplicar la llamada “Doctrina de Seguridad Nacional”, hicieron que el general Juan Carlos Onganía llevase adelante el golpe de Estado que lo derrocó.
Salió de la Casa de Gobierno rodeado de sus amigos, funcionarios y un gran número de personas que fueron a manifestarle su adhesión, caminando, sin guardias que lo escoltaran ¿Para qué los iba a necesitar? si fue siempre un hombre de bien, bueno, un verdadero ciudadano.
Volvió a su querido Cruz del Eje, a ejercer nuevamente la medicina, atender a los pobres sin cobrarles y a seguir ejerciendo la política desde su partido, la Unión Cívica Radical.
Ya con sus avanzados años, rechazó la jubilación como ex presidente, ya que no llegó a ese cargo para beneficiarse, sino para trabajar para el desarrollo del país y su sociedad.
Hoy, a 33 años de su fallecimiento, los radicales podemos decir que ningún partido político de la Argentina tuvo o tiene un dirigente de tal magnitud, que más allá de los cargos que ocupó, hay que destacar su condición de buena persona, decente, honesto, simple, solidario, entre tantos buenos calificativos que se merece, y que muchos gobernantes en funciones deberían tratar de imitar, pero no con discursos, sino con hechos.
Comité Departamento General San Martín, de la Unión Cívica Radical